jueves, 29 de agosto de 2019

En caso de amor como territorio amoroso * Karina Macció




Por Karina Macció


Voy a hablarles de la experiencia de traducir En caso de amor de Anne Dufourmantelle. No siempre los traductores tienen este lujo. En general, los que traducimos nos perdemos en el libro, apenas queda nuestro nombre, se diluye. Por eso este encuentro es un lujo. Hablarles de lo que implica la traducción es dar voz a un arduo trabajo de más de tres años, intentando desplegar la forma en la que este libro, traducido por primera vez al castellano, llega hasta sus manos.
Los libros son mundos, y dentro de ellos, cada frase lo es, y dentro de la frase, la sola palabra conlleva mundos. No me refiero a lo que significa, quiero enfatizar lo que una palabra tiene adosado en cada lengua, qué campos semánticos convoca, que bagajes culturales descubre, qué recorridos propone.
Les doy un ejemplo. La primera vez que presentamos En caso amor hablé de la traducción como dépaysement. Justamente esta idea no tiene una palabra en castellano, tuvimos que hacer una nota, explicar que se trata de una emoción que invade al sujeto por efecto de una “ruptura”, puede ser “un desplazamiento físico o interno”, “que torna extranjero, exótico, el alrededor”.
Agrego: la llegada de un libro que se despliega en una voz tan potente como la de Anne Dufourmantelle es capaz de provocar ese cambio de aire, de alterar un territorio.
Entonces, ¿cómo hacer para decir en castellano lo que dice Anne en francés?
Es la pregunta básica de la traducción.
¿Cómo se pasa de una lengua a otra?
Y no se trata solo de los problemas más obvios como el que acabo de citar, con dépaysement. No, el problema es todo, el problema es el pasaje, el problema es la traducción.
Dice Borges “El error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un modo de sentir o de percibir el universo”.
Entonces, intentamos poner en evidencia que del francés al castellano (de un idioma a otro cualquiera) el salto es abismal, se requiere “un sabio y un tonto” dice Isaac Bashevis Singer para acometer una traducción. Sabiduría y tontería mezcladas.

La historia de cualquier traducción tiene que ser la de sus imposibilidades, y por ende, también la historia de sus intentos, la de su incontenible deseo de arrimar las lenguas, de buscar en sus fronteras. Nos aproximamos, nos esforzamos, construimos, inventamos. Porque hablo de caminos posibles y sus obstáculos, hoy quiero traerles un fragmento del capítulo “La ciudad como territorio amoroso”.
Dice Anne Dufourmantelle:

La ciudad es un territorio amoroso, lleva mucho tiempo darnos cuenta. Para empezar nos paseamos con toda tranquilidad, con sus lugares favoritos, sus lugares a evitar, los barrios poco concurridos, en fin, toda una red interiorizada de calles y de recuerdos hojaldrados desde la infancia y la adolescencia hasta el presente, allí donde usted está.”

Imaginemos que la ciudad de la que habla Anne es un libro, este libro.
Un libro no es otra cosa que un mapa, que señala una biblioteca, una ideología, una subjetividad hecha vocabulario, devenida sintaxis.
Una ciudad, entonces, es un libro es un mapa.
El espacio es esa “metáfora primera”, donde vamos creciendo, inscribiendo nuestras experiencias. Esa red interiorizada viene aparentemente de “afuera”, pero es conformada por nuestra lengua.
Cito otro fragmento:

Cuando una ciudad es atravesada por un río, ella nos recuerda que ninguna de nuestras construcciones, incluso la más magníficas, resistirá en último lugar a un elemento libre: el agua, el aire, la tierra, en su salvajismo. Habitualmente éstas son domesticadas, tamed, como decimos en inglés, pero crueles tormentas y sismos pueden despertar y destruir nuestros resguardos mejor construidos.”

Anne está hablando de una imagen de la psique, de la conciencia.
Ahora, hablo de En caso de amor como ese territorio amoroso que la traducción pretende domesticar. Sí, en un punto, la operación de traducir quiere salvar la imposibilidad, el salvajismo, del pasaje de una lengua a otra, esa catástrofe. Como todo proceso civilizatorio, oculta su barbarie, y muestra su producción: otro libro. De uno hicimos por lo menos dos, y podemos seguir multiplicando.
Borges lo expresa con claridad: toda traducción es una traición al original, que por eso queda anulado como tal. Las versiones posibles coexisten y crecen.

La historia de cualquier traducción debe incluir, punteada por sus notas, un fallido registro de todo lo que se pierde.


Sin embargo, esta pérdida es una ganancia, más que eso, descubrimos un tesoro. Que las versiones se multipliquen es maravilloso. Que un libro circule y encuentre sus lectores es lo que lo convierte en libro. Porque si permanece cerrado, es un objeto mudo.
Un libro abierto es un mundo, un organismo vivo. Se trata de un encuentro, como hermosamente lo teoriza la misma Anne, en este caso entre la escritura y sus lectores.
Por eso, la historia de la traducción debe incluir al menos dos, entredós (tela que se cose entre otras dos, textura mixta y compuesta en un entre), no sólo por la evocación y el poder significante de las lenguas en juego (dos que son múltiples, cada una se espeja y extraña, se diversifica en otras, en un tronco u origen inexistente), sino por los cuerpos que entrama y enfrenta, cuerpos que ponen a su servicio todo lo vivido y aprendido.
Así vamos palabra por palabra, estructura por estructura, componiendo la sintaxis, hilando con extremada fragilidad el pasaje de una lengua a otra. En ese trabajo de orfebrería, inclemente a veces (de pronto la oración se volvía de piedra en castellano, se achataba, se apagaba, quedaba muda), la prosa en francés de Anne Dufourmantelle se levantaba como olas, imponentes, rítmicas, precisas en el doblez de su cresta, en el armado conceptual, en la filigrana figurativa y a la vez analítica, impactándonos con la exuberancia del sentido, con el hallazgo de la forma.
Cito del mismo capítulo:

Estas orillas [las que son azotadas por los elementos libres] son en parte “fuera de la ciudad”, como los alrededores de nuestra conciencia, en los márgenes, allí nos devenimos enamorados, y nos descubrimos capaces de no importa qué (…) Cuando una ciudad domestica enteramente sus orillas ella es… quién sabe, tal vez esté poéticamente perdida.”

En la frontera, en el borde azotado, en ese afuera donde lo uno y lo otro chocan, se encuentran, se enamoran?, ahí construimos la traducción.
Desde la pérdida con la esperanza de ganar un territorio en otra lengua para En caso de amor, con el deseo de que lo poético, tan presente en la voz de Anne, persista, con su opacidad y su brillo, viajamos, llevando este libro a otra lengua, a otras ciudades, hasta ustedes.

El desorden de las orillas es importante como el borde de nuestro ser en el mundo, de esos estados de vigilia entre sueño y conciencia. Por esto, hace falta que la realidad esté lista -encuentro, duelo, guerra- y nos deporte suficientemente de nuestro centro de gravedad, de nuestro “barrio” de origen, para sacarnos de casa definitivamente.”


La historia de toda traducción incluye necesariamente nuestra propia aventura, la de quienes estamos leyendo.



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