A veces, así como así, se me llenan
los ojos de tristeza, un nudo de arena en la garganta
(a veces
justo atrás
del esternón)
El nudo se ajusta de golpe, tira hacia
abajo, sin aviso, sin motivo. Tristeza sin causa,
sin razón. Profunda. Arcaica.
Pero en esta falta de lógica o
explicación descubro
cuando miro sin ver el paisaje desde el
tren
que hay un indicio de conexión entre
esta tristeza y ciertos momentos. A saber:
los atardeceres rosas
los mares bravos
las montañas en la niebla
un abrazo largo
un viaje sobre rieles
En síntesis, en todas esas imágenes
de abrumadora belleza que le dicen a mis ojos:
no pueden
verlo
todo
a mi cabeza:
no podés
saberlo
todo
a mi pecho
no podés
amarlo
todo
a mis pies
no pueden
recorrerlo
todo.
La tristeza viajera (pues así la he
llamado) me ataca ahí (justo
ahí)
donde más duele
en mi conciencia de lo mucho que quiero
ver
y el poco tiempo que tengo.
Es el balance
desequilibrado
entre el carpe diem y
los recuerdos
el pasado
los sueños
lo próximo
Eso
que
vendrá
y no conozco
porque no es
En lo inasible de lo que es-en-sí
fuera-de-mí.
Acariciar la Belleza a ciegas
y no poder adivinarla.
Emma Argüelles, 2016.
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