Sobre la hoja de un
blanco rosal dos jóvenes orugas de mariposa nacían a una nueva
vida. Miraban sorprendidas a una interminable fila de hormigas
cargando sobre sus espaldas gigantescas hojas y ramitas.
En esas mañanas de
primavera el calor de un rayo de sol sobre su cuerpo resultaba muy
placentero. Lo más divertido era explorar el jardín vecino y espiar
a un solitario ciempiés atándose los zapatos. Con el señor caracol
aprendieron a jugar a las escondidas y a ocultarse detrás de los
pétalos de las margaritas. Muy diferentes eran los días de tormenta
cuando sólo las ventosas de sus patas las protegían de los
empujones del viento.
Así pasaron tres
largas semanas jugando y comiendo hasta que sus pancitas estuvieron
repletas de hojas. Buscaron una cómoda rama detrás de un limonero
donde construir sus capullos y esperar el momento en que aparecieran
sus alas multicolores. Anitya no dejaba de preguntar: “¿Para qué
tanto esfuerzo? ¿Y si nos quedamos siendo orugas para siempre?”.
Su cara se arrugaba y resoplaba.
Con trabajo y paciencia
dieron forma redondeada a sus casitas colgantes y una vez dentro de
ellas cerraron sus ojos. La noche transcurrió silenciosa, sólo se
escuchó el canto de los grillos y a lo lejos el agua del arroyo.
Anitya se había dormido enojada, convencida de que su antiguo traje
de oruga le quedaba mejor.
Luego de unos días sus
cascarones de crisálida comenzaron a resquebrajarse. El jardín
esperaba ansioso el día del primer vuelo de mariposa. Junto al
limonero se habían reunido las hormigas, algunas lombrices, el señor
caracol y su amigo ciempiés. Ellos habían viajado durante toda la
noche para estar allí.
Muy despacio fueron
abriendo las delicadas alas. Sus bordes eran anaranjados con algunos
lunares amarillos y violeta en el centro. Nitya suspiraba de
felicidad.
En ese instante el
miedo se apoderó de Anitya. Temblando de susto le dijo a su hermana:
“Mirá si el viento es demasiado fuerte o estas alas no aguantan
nuestro peso. Es muy peligroso y nos podemos lastimar. No, no y no.
Eso de volar no es para mí”.
Nitya le respondió con
cariño: “Tenemos que ser valientes y animarnos a saltar. Sólo así
conoceremos la belleza que nos espera en otros jardines. No es bueno
quedarnos más tiempo. ¿Por qué temer? ¡Vamos, lancémonos
juntas!”.
Estas palabras
ingresaron como una flecha en el corazón de Anitya. “Es verdad,
tengo que ser valiente”, repitió varias veces hasta que se animó.
Poco a poco abrió su ala derecha y quedó maravillada al sentir las
caricias del viento. Sin soltarse todavía desplegó el ala
izquierda. Respiró profundo. Las dos hermanas se miraron. “¡Uno,
dos y…tres!”
Ya
en pleno vuelo revolotearon felices entre las flores. Visitaron los
variados rosales del jardín. Con sólo mantener las alas quietas
podían llegar muy lejos ayudadas de los soplidos del cálido viento
norte.
Junto a un bosque de
robustos pinos encontraron una laguna de agua cristalina donde
pudieron refrescarse y saludar a los peces del lugar. Desde ese
momento cada día era una nueva oportunidad para viajar a lugares
desconocidos y descubrir nuevos amigos.
Nitya y Anitya
celebraron riendo a carcajadas. Juntas comprendieron que más allá
de los miedos espera la felicidad.
Gabriel Guadalupe, 2018.
Roslyn Julia |
Bello!!! Siempre en mis recuerdos querido compañero!!!
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