sábado, 23 de marzo de 2019

Las mariposas Nitya y Anitya * Gabriel Guadalupe




Sobre la hoja de un blanco rosal dos jóvenes orugas de mariposa nacían a una nueva vida. Miraban sorprendidas a una interminable fila de hormigas cargando sobre sus espaldas gigantescas hojas y ramitas.
En esas mañanas de primavera el calor de un rayo de sol sobre su cuerpo resultaba muy placentero. Lo más divertido era explorar el jardín vecino y espiar a un solitario ciempiés atándose los zapatos. Con el señor caracol aprendieron a jugar a las escondidas y a ocultarse detrás de los pétalos de las margaritas. Muy diferentes eran los días de tormenta cuando sólo las ventosas de sus patas las protegían de los empujones del viento.
Así pasaron tres largas semanas jugando y comiendo hasta que sus pancitas estuvieron repletas de hojas. Buscaron una cómoda rama detrás de un limonero donde construir sus capullos y esperar el momento en que aparecieran sus alas multicolores. Anitya no dejaba de preguntar: “¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Y si nos quedamos siendo orugas para siempre?”. Su cara se arrugaba y resoplaba.
Con trabajo y paciencia dieron forma redondeada a sus casitas colgantes y una vez dentro de ellas cerraron sus ojos. La noche transcurrió silenciosa, sólo se escuchó el canto de los grillos y a lo lejos el agua del arroyo. Anitya se había dormido enojada, convencida de que su antiguo traje de oruga le quedaba mejor.
Luego de unos días sus cascarones de crisálida comenzaron a resquebrajarse. El jardín esperaba ansioso el día del primer vuelo de mariposa. Junto al limonero se habían reunido las hormigas, algunas lombrices, el señor caracol y su amigo ciempiés. Ellos habían viajado durante toda la noche para estar allí.
Muy despacio fueron abriendo las delicadas alas. Sus bordes eran anaranjados con algunos lunares amarillos y violeta en el centro. Nitya suspiraba de felicidad.
En ese instante el miedo se apoderó de Anitya. Temblando de susto le dijo a su hermana: “Mirá si el viento es demasiado fuerte o estas alas no aguantan nuestro peso. Es muy peligroso y nos podemos lastimar. No, no y no. Eso de volar no es para mí”.
Nitya le respondió con cariño: “Tenemos que ser valientes y animarnos a saltar. Sólo así conoceremos la belleza que nos espera en otros jardines. No es bueno quedarnos más tiempo. ¿Por qué temer? ¡Vamos, lancémonos juntas!”.
Estas palabras ingresaron como una flecha en el corazón de Anitya. “Es verdad, tengo que ser valiente”, repitió varias veces hasta que se animó. Poco a poco abrió su ala derecha y quedó maravillada al sentir las caricias del viento. Sin soltarse todavía desplegó el ala izquierda. Respiró profundo. Las dos hermanas se miraron. “¡Uno, dos y…tres!”
Ya en pleno vuelo revolotearon felices entre las flores. Visitaron los variados rosales del jardín. Con sólo mantener las alas quietas podían llegar muy lejos ayudadas de los soplidos del cálido viento norte.
Junto a un bosque de robustos pinos encontraron una laguna de agua cristalina donde pudieron refrescarse y saludar a los peces del lugar. Desde ese momento cada día era una nueva oportunidad para viajar a lugares desconocidos y descubrir nuevos amigos.
Nitya y Anitya celebraron riendo a carcajadas. Juntas comprendieron que más allá de los miedos espera la felicidad.





Gabriel Guadalupe, 2018.




Roslyn Julia

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