domingo, 28 de febrero de 2016

Pizarnik y los franceses


Pizarnik y los franceses en el Club de Lectura de Siempre de Viaje. 

Artaud, Rimbaud, Lautreamont, Baudelaire...en las voces de Alejandra.




Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
fbk: siempredeviajeliteratura
@siempre_deviaje
Tel.: 4867-5964 

Canción del fumigador de guardia * Arnaldo Calveyra

Años de ningún poema.

Para mí la línea tachada del verso,
arcoiris en blanco y negro de las comas,
la plaza castellana de la palabra,
solitaria plaza.

Para otros las veredas que se alargan
a medida que las veredas del cielo se despliegan,
vamos entrando en el Decanato de la Rata
y de nuestro oscuro origen
subsistirán algunos nombres
empotrados en los muros.

¿Y dónde quedó el paisaje
que la mañana vuelve sin tan siquiera un árbol?

Lo que usted está mirando
es una bandera amarilla.

Para mí la línea frágil del verso,
la alegría oscilante de la página.

Ahí empieza mi canción.



Arnaldo Calveyra


jueves, 25 de febrero de 2016

Se viene la Fiesta Glitter



Madonna es nuestra madre, nuestro padre, nuestra inspiración: diosa de la música, performer perpetua, brillo total. También Bowie, también el pop, el glam, las plataformas, el micrófono ardiendo. Fiesta Glitter es letras en voces vibrantes, sobre el escenario, textos escritos para resplandecer en dorado bajo las luces del Matienzo. Originada en una idea de Germán Weissi, Glitter retoma el libro Veni, Vidi, Vici y se hace fiesta. Autores de Viajera editorial y de Siempre de Viaje componen rompen desarticulan intervienen retocan retrucan desgastan apuntalan reviran letras pop, y te cuentan las historias de esas canciones preferidas de artistas siempre glitter glam rock punk! Más de treinta artistas en escena, escritores invitados, incluida la perfo A la Madonna por Marcela Manuel y Karina Macció, la música de Boreal y Dj´s para seguirla toda la noche. Por más info o si querés participar: fiestaglitter@siempredeviaje.com.ar


miércoles, 24 de febrero de 2016

Qué tal si… * José Lupia



Qué tal si nos regalamos cosas lindas
lucecitas de colores que iluminen navidades
que se prendan y apaguen
parpadeando brillos 


Qué tal si me abrazás con todas tus palabras
y yo las escucho 
y te devuelvo otras 
nuevas
cariñosas


Qué tal si amanecemos en lugares raros
sin saber cómo
ni cuándo
pero con nuestros cuerpos pegados


Qué tal si nos cambiamos el nombre y la piel
para ser otros
para volver a conocernos
cada día
en lo extraño


Qué tal si nos perdemos
de tanto andar
de día
de noche
y sentimos miedo


Qué tal si encontramos a tiempo
sin querer
el mapa invisible 
el que nos devuelve a casa
y emprendemos la vuelta
algo cansados
pero vivos


José Lupia, 2016.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje.


lunes, 22 de febrero de 2016

Ineficacia del conjuro * Cristina Eseiza

Ineficacia del conjuro


Con voz potente pronuncia decidido las dos palabras. Una vez, dos, tres… Un eco lejano de montaña le devuelve el hechizo desleído y casi trémulo sobre el final del último intento. Nada sucede.
Con estupor, los ladrones, que son cuarenta, asisten mudos e inexpresivos al llanto impotente de su jefe. Otra vez se han equivocado de cueva.


Cristina Eseiza


viernes, 19 de febrero de 2016

Sí, las rosas * Juan L. Ortiz




Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes ?
Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la
[sombra ?
Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del
abismo?


Juan L. Ortiz, Sube el alba.





Club de Lectura de Siempre de Viaje

Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
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jueves, 18 de febrero de 2016

Mariel Fini * PD


PD: Esa mancha que ves no son lágrimas del tintero, son reflejos de mis ojos. Las gotas eran trasparentes, ahora son oscuras. Negras, porque esto que nos une está oculto. Brotan de mis ojos como cucarachas con textura líquida y algo espesa. Son de petróleo, ese que enchastra y pegotea, igualito a aquel que quita la vida. Me va llenando y me ensucia, es la podredumbre misma. 
Una me cayó encima, no me la pude quitar más. Esa era negra azabache, parecida al color de tus ojos, que como dos globos terráqueos me van persiguiendo a donde voy. Los extraño, a la vez que los odio, sobre todo cuando los dejas abiertos y me besás. 
Recuerdo que escondidos detrás de la puerta unimos nuestros labios por primera vez, mis labios eran color carmín. Ansío mandarte un beso de esos, pero hoy me maquille con petróleo. Soy una viuda negra y quiero que quedes atrapado en una de mis redes. Te imagino, sos una abeja que vuela buscando el polen. Esos vuelos circulares trazan tu destino, el nuestro. Quedas pegado a una red invisible, no te podés mover, yo te devoro. 
En mis sueños sos una araña, somos el uno para el otro, hasta que me doy cuenta de que sos el macho y yo soy la hembra. Entonces me alimento de vos, te como, tenés sabor a gusano. Una delicia te volvés, rogás y no me importa. No te oigo y te digo que si, continuo con mi labor, queda tu esqueleto. Es un secreto lo que sucede con tus huesos, todavía no podés saberlo.
Hablando de saber, no estoy segura de volver a rojo, tampoco sé si quiero volver a verte. Creo que por el momento te voy a dejar, me despido. Te aclaro, esa otro mancha, que anda por ahí suelta, conforma un beso negro que quisiera darte en la boca, pero no debo. El puntito es mi lunar, me lo arranque para que te lo lleves con vos. El lugar a donde vas ir a parar es muy solitario quiero que aunque sea tengas algo de compañía. 

 Mariel Fini, 2016.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.


lunes, 15 de febrero de 2016

Sería hermoso... * Mariana Avendaño


Sería hermoso llevarte de viaje
que te dejaras ir
conmigo 
a algún lado

¿Por qué no la playa?
arenas blancas
olas suaves, viento salado
un sol que caliente nuestras pieles 
ponernos bronceador uno al otro

Armemos juntos el bolso
vayamos a comprarnos ropa
dejemos todo lo que somos acá
perdámonos antes de empezar
tomemos el colectivo 
disfrutemos los detalles
hay tanto que quiero que veas
fiestas con lucecitas de colores
cerca del mar

Sí, vamos a la playa
olvidémonos de todo
déjame llevarnos


                  
Mariana Avendaño, 2016.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de Arnaldo Calveyra.




domingo, 14 de febrero de 2016

Esta tarde gris * Eva Lafranchini


Esta tarde es gris.
Una tarde de casas vacías
y silencio.

Esta tarde es el frío en mis manos
mi tropezar
el derrumbe de las esculturas
los campos arrasados
el viento.

Esta tarde es un mundo aparte
un rincón en sombras
un asilo para el dolor.

Esta tarde no estoy
me dejo olvidada en la ilusión
en el patio de una casa
donde me quisieron querer
y no pudieron.

Pero las tardes grises
pasan.
con su monocromía
sus quietudes
sus actos reiterados para provocar el olvido.

Así 
un día amanezco
nueva
otra vez fortalecida
de pie
con los ojos avezados
el corazón dispuesto.

Siempre mi corazón dispuesto.




Eva Lanfranchini



sábado, 13 de febrero de 2016

Café * Arnaldo Calveyra en Club de Lectura

Café


Sentado a aquella mesa de café que da a la puerta y la calle que es horizonte yo soy una tardanza. Hasta tu ventana llegan los caballos que cruzan la calle y apoyan en ella una frente de hombre.

Suele llegar por las tardes un hombre con un reloj pulsera. Acaso perdido en el misterio de cualquier historia, se sienta a una mesa junto a la pared. No habla pero crea sin embargo un silencio que es prolongación del diálogo más ameno. Su pensamiento pareciera pasearse por las habitaciones de una casa abandonada. Al cabo de un momento llama al mozo y le pregunta por la hora. La confronta con la suya. ¿Acaso no está a punto de pedir algo para tomar?, el mozo así lo cree por unos instantes y se demora solícito junto a la mesa, luego sigue con sus ocupaciones más urgentes.

El sol entra aquí como en el cuarto del enfermo: desdeña los muebles oscuros y se pone a tintinear en las obras claras. Se posa en la mano abandonada como el amigo que prefiere el tacto a la palabra.

Son dos hombres y su historia es breve: uno llega con su valija, el otro se sienta a una mesa.

Hombre que espía a sus recuerdos.

Aquí tienen amistad el patio y la palabra patio. Crecieron esos sauces en voz baja. Aquí vienen unos hombres a callarse. Aquí el hombre es tardanza bienhechora.

Aquí se sienta el hombre que es tardanza. Inmóvil, durante horas sentado en los diferentes lugares de la tarde, ya en pleno infinito pareciera despertar de una espera semejante a la vida.

¡Prefiero la puerta por donde entran los lugares comunes de la gente que pasa!

El hombre de las copas se va yendo por el pasadizo. Antes de desaparecer nos mira con un desaliento de tango en las sienes, sabe que los instantes de un café son irrecuperables.

Si estas cosas se pueden contar es porque somos cuento.


Arnaldo Calveyra.


Foto: Horacio Copppola

Club de Lectura de Siempre de Viaje
Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
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viernes, 12 de febrero de 2016

Gremlins * José Lupia

Gremlins


Todo comenzó hace un par de tardes. Mi esposa y mis hijos habían salido así que estaba solo en casa. Aburrido, fui a mi estudio y sobre el escritorio de trabajo abrí una palabra. Ya sé que las palabras no deben abrirse, cualquiera lo sabe, pero en ocasiones...
La tomé con la yema de los dedos y la puse sobre el rompenueces que suelo tener en el segundo cajón. Arqueada sobre el metal, su imagen indefensa, dulce y salvaje me recordó a Naomi Watts en la palma de King Kong. Como ella, la palabra se entregó a su destino con resignación. No dudé. Tal vez llevado por la fuerza de vivir un día realmente distinto, no dudé. Cerré el rompenueces al mismo tiempo que los ojos. Escuché el crujido y abrí con delicadeza, el rompenueces, los ojos.
Ahora tenía dos palabras.
Sonreí. Me creí un científico salvando el mundo, alguien grande. De modo que las palabras se multiplican, pensé. Tomé una de las palabras nuevas y la abrí: misma acción, igual resultado. Compulsivamente continué hasta tener el escritorio cubierto por una compacta lámina de palabras.
En ese momento, mis ojos vieron el prodigio: una palabra pequeñita, aparentemente menor, se abrió sola, dio a luz. Pensé que la maravilla terminaba allí, apenas empezaba.
La sonrisa inicial se transformó en inquietud cuando comprendí, con la certeza del científico al cual el experimento se le desmadró, que todo estaba fuera de mi dominio.
Las palabras ya no me necesitaban para nacer y rápidamente rebalsaron la limitada superficie del escritorio ganando cada rincón del estudio: cajones, percheros, carpetas, cortinas, bibliotecas, sillas. Todo conquistado por miles de palabras que como un virus perfecto se multiplicaban cada vez más rápido.
Durante algunos minutos fui un simple testigo, hasta que algunas de ellas comenzaron a rozarme, primero con timidez, luego con descaro. Dispuestas a llevarme a un estado casi hipnótico, fregaban sus letras contra mi cuerpo y me susurraban al oído dándome cosquillas. Concientemente, dejé de pensar. Me convertí en un adicto en pleno viaje y comencé a jugar con las palabras, a hacer equilibrio con ellas sin que ninguna, pero ninguna, se me cayera. Podía verlas seguras y felices dejando que yo las arrojara, o tal vez, tirándose ellas mismas, qué importa. Ellas fueron confiando en mí y yo en ellas. Con la moral alta y la lengua dispuesta, me convertí en el señor del buen gusto y el discurso, en el aliado perfecto de ese ejército que no paraba de crecer y que llenaba todos los rincones. Comencé a sentirme un rey con mandato divino, alguien distinto, y entendí que ya no había retorno.
Así transcurren mis días encerrado en esta habitación. Que griten los otros, que lloren o pataleen. Tengo la llave. No voy a usarla. Ahora soy el dueño de las palabras y voy a disfrutar el trance como nunca. Tal vez sea egoísta, pero hay cosas que no se pueden compartir.
Reconozco que a veces aparecen dudas. Pienso que no puedo abandonarlo todo, que mi familia no se lo merece. Es un rato nomás. Hasta que las veo a ellas, tentadoras como mujeres vampiro, esperando por mí mientras murmuran sus mejores frases. Esas que guardan para convencerme justo a tiempo.




José Lupia, 2016.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.


jueves, 11 de febrero de 2016

Yo * Marcela Manuel

Yo
en el medio de la tormenta
de la tarde
tomé
la espada
tomé el cuchillo

Yo
en el medio del infierno
de la tormenta de la tarde
tomé el cuchillo
y en el medio del infierno
en ese medio de la tormenta del infierno

tomé
filo espada cuchillo
tomé tu vida
roja tu sangre en mí
corcoveando tu cuerpo
en el medio del infierno
en el medio de la tormenta
de la furia
del filo
de tu vida
chorreando
gota
a
gota
serena casi
la intermitencia del corcoveo agónico

tomé tu vida
en el medio
del fuego
del infierno
en el medio del rojo
de la sangre hedionda
entre mis manos
yo
tu sangre
yo
tu vida
entre la sangre de tu cuerpo
entre las manos de mi vida.


Filosa.


Marcela Manuel.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.



miércoles, 10 de febrero de 2016

Marcelo Trumper * un poquito más próximo el pasado



un poquito más próximo el pasado
                sueño Azul
sueño con caballos de color Azul
hacerse de un Azul
                         Azul lluvia
 lluvia que llega del fondo de los campos
Azul   Azul   Azul  
                            Azul    Azul        Azul                    Azul
 empapa al caballo en su caminata
me aburro          Azul                                
                                                              Azul               
 en el medio del campo de maizales
Azules caballos en un fondo dorado
 me aburre amarillo

vení a aburrirte a mi lado

       Azulado
                                     Azulnaranja
 en esta llanura oceánica interminablemente Azul esmeralda
 destellos naranjas del atardecer ciegan mis alas 

vení a volar sobre los maizales montados en los Azules caballos                      alados   

                              mojados

perdámonos en este tiempo Azul

 juntos
         aburridos
                estrellados
                       enceguecidos 

                                                    Azul

                 destellos de este atardecer en el campo

                            Azuldorado

                                         Azul

                                          pasado próximo presente




Marcelo Trumper, 2016.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje.


domingo, 7 de febrero de 2016

Karina Macció * Dedicatoria #99

Nos vamos a matar, te digo.

Me río pero no es gracioso.

Me río funeral.

Me río absurda.

Me río temor.

Vos me mirás, creo, un poco impactado. En general, me mirás así. No puedo sacar ninguna conclusión. Una leve sorpresa quizás, un tenue desacomodo de tu cara, un imperceptible respingo. 

Te das cuenta, no? Nos vamos a matar.

Ahora sonreís, me clavás los ojos. No sé qué te pasa por la cabeza, y no me lo vas a decir. Las oleadas vertiginosas de mis pensamientos leen y qué importa, vení, dame más, dame todo, vení, si morimos así, qué importa, esto es mucho, esto es rico, delicioso, vení, mirá qué fuerte, cómo sabe, exquisito, qué tibieza, qué calor, incendio.

Y voy.

Ahí estamos. En el momento no veo nada: me vuelvo ciega para todo excepto para vos, tu figura, tu expresión. Sin embargo, te veo entre nubes de vapor, como si estuviéramos en la ducha con agua hirviendo. El ambiente es humo puro que ondea, se mueve rápido rodeándonos, nos humedece primero, gotas finas, rocío, pecas de agua, nos moja poco después, me doy cuenta con mis manos que patinan desde tu cabeza por la espalda, por tus piernas, trato de agarrarme de donde puedo y patino, la palma abierta, caricia amplia, patina, se desliza por una pista ardiente donde el agua emerge, llueve al revés en un mundo haiku, si pudiéramos verlo con una lupa, ahí verías cómo de tu tierrapiel salen gotitas a mares, hay un temporal con viento huracanado que emana alzado de mi boca, los árboles de pelitos van de un lado a otro, de un lado a otro, se acuestan, se paran, arriba y abajo, otra vez, no puedo creer que me resbalo, un movimiento tan perfecto, tan armónico en sí mismo porque yo no hago nada, es decir, no controlo, la cabeza -sede de operaciones- reposa inerte, quizás mariposa, como si libara una flor, como si en cualquier momento se desprendiera en vuelo. Peso no tiene, contenido tampoco. Humo quizás, nubes con volutas que rápido se transforman por el fuerte vendaval, y pasan pasan pasan como en cámara rápida, qué flash, de esto no veo nada porque mis ojos fragmentan tu cuerpo y nada más, a ratos el mío porque es lo mismo, pegados, adheridos, las formas voluptuosas surgen inspiradas, se abultan espumosas, burbujeantes, estallan estrepitosas contra la pared. A pesar de su radical etéreo, las espiras rompen como bombas, globos de agua contra la pared sonora, hueca, un cuerpo que atravesamos parece, un cuerpo que devela su misterio, una oscuridad con luces de la noche. 

Nos detenemos unos segundos, tomamos aire. Siento que aspiro nubes pulposas, o que en el fondo del océano la vida acuática sobrevive así, extrayendo oxígeno del agua, mientras todo azul y verde y relumbrante como son los colores de los peces que irradian luz al nadar. Uno segundos estamos casi quietos, solo que nuestro abrazo tiembla, respira como una bestia que ha cazado, exuda bolas ígneas, naranjas que caen al piso y desaparecen. Apenas quedan unos laguitos cítricos que se deshacen como pestañas. Lo poco que te habías alejado se salda de nuevo. En mi mejilla hay bocanadas de tus desprendimientos sutiles, ráfagas perfumadas con las notas de tu voz, con la pronunciación crujiente de tus consonantes. Chispeo, lo ves. Tomo aire para zambullirme, es inevitable, es básico cuando la ola es así, tan grande, tan alta que te va a cubrir, hay que entrarle, mojarse completa sin resistencia, dejarse rodear espalda y vientre, piernas, sentir que nos lame y se va. 

Nos vamos a matar. No te das cuenta, no querés, no te importa esa variable.

Me arrojo al centro de la ola impetuosa, jónica, arrebatada. En el tumulto del mar salado que me llena estás, veo un racimo de dedos entrelazados, no sé distinguir cuáles fueron míos. Perdidos, enamorados, fusionados en las uvas, volutas burbujas andan. Al llegar al piso se deshacen.

Es extraño: lo que no se ve, está. 

Lo que no se dice se puede escuchar.

Lo que se advierte, no importa.



Karina Macció, Dedicatorias #99.

sábado, 6 de febrero de 2016

No sabía... * Graciela Melito




No sabía qué escribir sobre el amor
entonces
no escribí
                     y me puse a sentir

sentí rojo
lluvia
sentí el sabor aterciopelado de un vino
acariciando mi garganta
sentí tu borde
enredado con el mío
un abrazo
que desarmaba el temor
me rebalsaba
sentí un rincón
en ese pecho
donde todo es posible
sentí
sentí
y     sentí


Pero      tal vez
pueda encontrar palabras


el aire fresco de una primavera
lo arremolinó
sobre mi costado
y el calor de un verano
lo encendió




Graciela Melito, 2016.
Para Minuto Amor de Verano.


viernes, 5 de febrero de 2016

Círculos * Mariana Avendaño


En el viejo andén estábamos todos. La estación rústica era una de las cosas que la ciudad conservaba de cuando era un pueblo.
Ella parecía no querer subir, o tal vez era yo la que no quería que lo hiciera. Esperábamos abajo hasta que sonara el silbato, mientras los adultos conversaban.
Ella y yo jugábamos con los panaderos del aire. Corríamos en círculos a su alrededor, torpes, tentadas de risa, con los pelos en la cara. Pretendíamos atraparlos. Sus partículas eran tan sutiles que acercarles nuestras manos se volvía imposible. El más leve movimiento los alejaba aún más, pero al instante volvían. Sueltos, volaban en el aire como algodón transparente.
Sonó el último silbato. Subieron al tren. Nosotros quedamos abajo. Mi papá me alzó en brazos y miré a través de la ventana. Los ventiladores funcionaban acariciando el aire lentamente. El marrón de los asientos ocupaba mi visión. Todo era marrón.
La imagen se vio interrumpida por su figura y las de mis tíos, asomándose a la ventana. El tren comenzó a alejarse, así como si caminara. Ella estiraba la mano para tocar la mía hasta que el viento hizo que su pelo negro noche la cubriera. Ya no veía sus ojos verde oliva, como dos aceitunas.
El tren apuró su marcha. Mientras esas ruedas de fierro giraban con un esfuerzo descomunal, la bocina sonaba más fuerte.
Vi un panadero del aire caer sobre mis hombros. Entregándose. No quise atraparlo, lo dejé ahí. Mientras volvíamos con mi familia al auto papá quiso que entonáramos juntos una canción. Y ¿Sabes? No supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.







Mariana Avendaño, 2016.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de Arnaldo Calveyra.


jueves, 4 de febrero de 2016

Sigo bajo las mantas * Lorena Suez


Sigo bajo las mantas 
ella otra camina
esta mañana duele 
anoche entre vos y el desasosiego
hamacándome me perdí 
sin espejo donde encontrarte 
como cuando miraba mis uñas en tu espalda 
me adelantaba a tu movimiento enardecido 
los dos.
Pero hoy voy a destruir 
voy a aniquilar 
no puedo sentir no puedo sentir 
tanto 
un quiebre 
rajadura 
que se escape todo
grieta en el centro de mi pecho 
el día después
igual que hace diez años 
recién despierta ocultándome
sintiendo menos tanto menos.
Qué peligroso el miedo
soy irracional 
camino sobre mi sombra 
cavo un pozo en la terraza 
atravieso el techo del living 
las cerámicas del piso
alcanzo a las ratas del barrio
ahora me decido 
que se escape ahí este orgasmo 
corazón inservible
(tengo un cerebro después de todo) 
late
lo sé 
el barro va a ahogarlo
y así 
me iré extinguiendo.
Vos lo vas a ver
yo me perdí en tus ojos 
y ahora tengo que quitarme el corazón.




Lorena Suez, 2015





miércoles, 3 de febrero de 2016

Revelaciones * Eva Lafranchini

REVELACIONES

Sobre un amor.
Una noche de invierno, acurrucada en mi abrigo de lana, observé a través de la ventana del auto la siguiente escena:
Un hombre cualquiera resolvió sacar a su perro a dar la última vuelta del día. Andaban por una vereda desierta, recibiendo el viento en contra con todo el cuerpo.  Los dos a paso cansino, sorteando hojas secas o alguna bolsa que el viento arremolinado les lanzaba en la cara.
En un momento el perro se detuvo y se sentó. El hombre, su dueño, se volteó a mirarlo, de pie durante unos segundos. Luego se puso en cuclillas, y acariciando el lomo del animal, le habló.
No sé qué le diría, imagino que le habló del frío, del cansancio, del poco tiempo que comparten, quizás, de la vejez de ambos, de las cosas no resueltas, de sus hijos, o sus cachorros.
Hablaron, quizás, de cambiar los almohadones donde duerme largas siestas al sol, o de la última mujer que visitó la casa.
Vaya a saber Dios qué cosas hablaron en ese minuto y medio que ambos permanecieron sentados, frente a frente, en mitad de una fría noche de invierno.

Sobre otro amor.
Cuando mi hija cumplió quince años se hizo zapatos a medida. No teníamos demasiada opción, ya que calza treinta y cinco y sus pies son muy delgados.
Si bien cumplimos con la rutina de visitar zapaterías donde exhibían calzado de fiesta de excelente confección, por poca o mucha diferencia en el molde, y dando casi por perdida la batalla, decidimos buscar quien los confeccionara a la medida de sus pequeños pies.
Una mañana soleada ambas hicimos un largo viaje en ómnibus hasta llegar al taller de un zapatero. Días antes, hablando por teléfono con su esposa,  arreglamos nuestra visita para ver qué podían ofrecernos.
Era un barrio de casas bajas y construcciones sencillas. Aunque fuerte, la casa del zapatero se veía deteriorada.
El sonido retumbante de un timbre avisó que aguardábamos en la puerta.  A medida que transcurría la espera  aumentaba mi curiosidad.
Una señora mayor, de pelo crispado y canoso nos saluda cordialmente. Su voz es grave, pausada, tiene una buena pronunciación.
Amelia es la esposa del Roland, con ella hablé por teléfono, reconozco su voz amable, casi distinguida. Nos invita a pasar, señalando que continuemos camino al fondo, donde está el taller, y en él Roland trabajando.
La casa es un gran terreno, con varias construcciones que se suceden unas a otras, separadas por pequeños patiecitos donde, sin gracia, sobreviven algunas plantas.
Todo en aquel lugar luce apagado, como un viejo cuadro que perdió sus colores. 
La última construcción luce algo distinta al resto, allí está el taller. Es un lugar muy amplio, la ventana que da al patio alumbra naturalmente una mesa repleta de cueros, gamuzas y algunas telas vistosas. Otros espacios del taller, están iluminados con lámparas adecuadas para las distintas etapas de una tarea artesanal.  En el rincón final, una salamandra mantiene caliente la sala. Allí veo belleza y calidez, como en un pasaje de cuento medieval.
Avanzo, y entre máquinas, hormas y martillos aparece Roland, un viejecito con aire aristocrático. Su piel está manchada, producto de los años, o quizás las tintas que utiliza para mejorar sus creaciones.
Rápidamente mira los pies de mi hija y frunce el ceño. Busca un lápiz  y se dispone a trabajar: mide sus pequeños pies, anota sobre un papel, revuelve cajas, selecciona cueros, busca la horma más pequeña y sobre ella comienza a probar.
Mientras Amelia sale en busca de unas tazas de café, Roland le explica a mi hija la importancia de calzar un buen zapato. 
Llega el café. Elegimos una pieza de cuero color marfil, extremadamente suave. Amelia trae unas revistas y junto a mi hija comienzan a buscar posibles modelos que sirvan de inspiración para crear sus ansiados zapatitos de quince.
Mientras tanto yo observo a Roland. Miro sus manos, pequeñas como las de un niño, lo cual mejora su  habilidad para manejar con precisión pinzas, hebillas, botones y agujas. Sólo las arrugas y las manchas delatan la edad de esas manos. ¿Cuántos pies habrá calzado?, me pregunto en silencio.
Cuando se percata que lo observo, esperando una historia, se quita los lentes y se dispone a contarla:
Soy la cuarta generación de una familia de zapateros. Mi bisabuelo nació en Francia, Lyon, donde abrió su primera zapatería, y allí permaneció hasta que murió, a los 90 años.
Mientras me habla se levanta de su silla y desaparece detrás de una puerta. Desde allí pronuncia  palabras que no escucho con claridad, luego reaparece con algo pequeño entre sus manos.  Se acerca hasta mí y me muestra unas botitas de cuero blancas, diminutas, algo gastadas.  Con orgullosa sonrisa me explica que esos fueron los primeros zapatos que calzó, hechos por su bisabuelo. Las miré con detenimiento: estaban perfectamente diseñadas como las botas que calzaría un hombre, pero adaptadas al piecito de un niño. Eran una pequeña obra de arte.
Ya con confianza me surgió una pregunta: quise saber si recordaba cómo eran los primeros zapatos que confeccionó.
¡Por supuesto!  -respondió Roland- 
Los primeros zapatos que hice fueron para Amelia. Ella cumplía 16 años y estudiaba danzas españolas  en una academia cerca de la zapatería de mi padre. Yo la veía pasar todos los martes y todos los jueves. En ese entonces lucía altiva y desafiante, como siempre!...sin duda había nacido para bailar. La primera vez que la vi pasar me enamoré de ella, yo tenía apenas 15 años. Trabajé días enteros hasta que logré hacerle unos buenos zapatos color rojo carmesí. Entonces una noche la esperé a que saliera de sus clases para poder dárselos personalmente. Y dígame usted si no fui afortunado!, los zapatos le quedaron perfectos!

Me sentí abrumada por la dimensión del amor que aquel hombre envejecido aún profesaba a su mujer. Lo miré: lágrimas diminutas iluminaban sus ojos.
Un mes después los zapatos de mi hija estaban listos.
Amelia se había disculpado telefónicamente por las demoras, ya que habíamos pactado que serían tres semanas. La última vez que hablamos, en una breve charla, acordamos el día y el horario en el que pasaría a buscarlos.
Llegué casi de noche a su casa. La cuadra estaba oscura y desolada.  Cuando me abrió la puerta, noté que estaba algo demacrada, y más delgada. Le pregunté si estaba bien, y me respondió que no. Roland había muerto, su cuerpo avejentado y cansado no resistió otro invierno.
Me quedé atónita, esperando en medio de un patiecito, a que ella regresara con los zapatos.
Me los entregó en una caja blanca, con un pequeño moño, y me dijo:
Estos fueron los últimos zapatos que fabricó mi Roland. Espero que a su hija le gusten, los hizo con mucho amor.

Eva Lafranchini