Unos alaridos matutinos desencajaban la paz temprana. Sin importarle, permanecía huraño durante el proceso somnoliento que conduce al completo despertar del espíritu. Una vez incorporado al nuevo estadio matinal, vociferaba insultos a los cuatro vientos. Maldecía con ecuanimidad asombrosa tanto a las cosas inanimadas que se interponían sin culpa alguna como a las que lo hacían con marcada intención. Parecía, menos por inercia que por deseo, seguir el rumbo del sueño suspendido, por más cruel que éste fuese.
Bruno Billia, Encrucijadas.