viernes, 30 de noviembre de 2018

Quemado * Fernando Capece



Sonó el timbre y salimos en caravana hacia el patio. Mientras íbamos por el pasillo, lo agarré del codo a Pocho y le digo “Boludo, estoy enamorado groso de la flaca, ¿te diste cuenta que ni pelota me da? Pasa al lado mío y automáticamente me convierto en cactus”.

—Claro que me di cuenta, cómo te va a dar bola a vos, si te saca como tres cabezas —sentenció Pocho mientras se terminaba un alfajor. El gordo era mi mejor amigo, pero siempre me rompía las pelotas cómo me tiraba abajo mi fantasía de ser el novio de la chica más hermosa del colegio, por el sólo hecho de ser petiso, bueno, tampoco mi cara me ayudaba mucho, pero el gordo era así, salvo la comida, no se comía una.

Cuando llegamos al patio, Julio, nuestro profesor de gimnasia, estaba parado en el medio con una pelota, y la misma cara de gil de siempre. Qué tipo impresentable, siempre haciéndose el artista con las chicas y el copado con los pibes más “de onda” del colegio. Claramente Pochito y yo, no éramos de su elite amistosa. 

—Chicos, ¿cómo están? Hoy no vamos a mover las cachas, no no no, hoy haremos un juego, a ver quién se la banca más —tiró el boludo, mientras nos miraba con cara desafiante —Vamos a jugar al quemado, así que divídanse en dos grupos de catorce y arrancamos.

Los grupos no tardaron en formarse, de un lado estaban la flaca, sus amigas y Eric con sus guardaespaldas, todos osos que jugaban al rugby en el club Ciudad después del colegio. Eric era el capo del curso, se había comprado a todos los profesores, se transaba a todas las minas que quería, y encima se hacia el gracioso bardeando a quien se le cruce por delante. Yo lo odiaba, y él a mí. En eso siempre estuvimos de acuerdo. Del otro lado, “los marginados”, o así nos hacían llamar, yo, Pochito, el rengo Javi, peluca Miguel, Isabela, sus amigas, y un par más que no pudieron quedar del otro lado. En síntesis, parecía que iba a ser un quemado de “ganadores contra perdedores”, algo que Julio ya estaba disfrutando.

—¿Quién quiere empezar? —dijo Julio levantando su brazo derecho.

—¡Nosotros! —se escucharon al unísono las voces de Eric y de Isabela.

—Perfecto, largan ustedes —Julio le pasó la pelota a Eric, tomó su silbato, y dio comienzo al juego.

Eric agarró la pelota y la lanzó con toda fuerza a Vero, la pelota impactó en la cara, se escuchó un “¡uhh!” de fondo, mientras Eric levantaba los brazos y se cagaba de la risa con los de su equipo. 

Julio pitó el silbato y paró el juego, Vero estaba llorando, la pelota le había dado de lleno. Fui a buscarla y le pregunté si estaba bien. “No te preocupes, siempre soy la primera que pierda, soy la gorda del curso” dijo mientras se sonaba la nariz. Fue en ese mismo instante donde me di cuenta que lo único que quería, era ganarle al equipo de boludos que festejaban que Vero esté llorando. No iba a permitir que nos humillen, sin embargo, las cosas no iban a ser tan fáciles como deseaba.

Primero fue Vero, después Anita, luego Flor, siguió Lucho, Marian, Coqui, Sandrita, que se le hicieron mierda los anteojos del pelotazo que le tiraron. Nos venían pegando un pesto de aquellos. Angelito le tiró un pelotazo a las gambas de Marcos. Quemado. Afuera el primero de ellos. Vamos, nos quedan trece, nosotros éramos pocos.

El juego siguió picante, ellos a matar, nosotros hacíamos lo que podíamos, nos quemaron a Naty, Corcho y Elsa salieron de toque, y eso que Elsita, a pesar de ser chueca, se la bancó bastante. Les habíamos quemado un par más, pelotazo va, pelotazo viene, con Pochito, Angel y Flavio, veníamos bancando bastante la parada. El gordo estaba rojo, pero tenía una cara de malo que yo mismo lo quería abrazar y rogarle que siga con esa cara, que nos faltaban una banda para ganarles.

En eso lanzo una pelota hacia Eric, le pasó apenas por el hombro, el tipo me miró con una cara de “te voy a matar”. Iba a lanzar Darío, el mejor amigo de Eric, pero éste le pidió la pelota, lo vi tomar carrera y le apuntó a Angelito a los pies, el boludo le estaba preguntando la hora a Corcho, asi que recibió el pelotazo de lleno. Uno menos.

“Dale que queda el petiso, el gordo y el boludo ese”, escuché a Eric decirles a sus amigos. Se cagaba de risa. Más se reían, más verde me ponía. 

El juego transcurrió a cara de perro, noté que de a poco empezaban a asomarse algunos alumnos por las ventanas, viendo el espectáculo, que poco a poco parecía convertirse en un clásico. Les quemamos a un par, con Pocho y Flavio empezamos a movernos bastante bien, esquivábamos bien los pelotazos, y eso que ellos nos tiraban a matar. Nosotros también, pero en ellos se notaba claramente la diferencia física. Quedamos tres contra ocho de ellos.

En el ida y vuelta, Flavio se acercó a Julio para preguntarle si podíamos parar un segundo para ir a tomar agua, éste le dijo que no sea marica, y que se la banque. No llegó a darse vuelta, que Flavio recibió un pelotazo en el medio del estómago.

Julio se empezó a reír y le dijo “Ahora sí, podes ir a tomar agua”. Estaba claro de qué lado estaba Julio, y cómo venía disfrutando del espectáculo. Con Pocho teníamos una calentura tremenda, encima que nos venían quemando como loco, teníamos que comernos la gastada del gil este.

Quedamos de un lado Pocho y yo, del otro, Eric y seis más. La flaca miraba atenta el partido, le festejaba a Eric, yo, modo cactus, ni bola, pero el resto de los chicos nos alentaban. Pochito quemó a Julián y luego a Sandra. Dos contra cinco. Seguía el juego. Picante. Podía verle la cara de enojado a Eric, mientras les daba indicaciones al resto de su equipo, “Vayan por el gordo, que el enano es rápido” les decía. Pelotazo va, pelotazo viene, lanzo una pelota que le doy en la espalda a Willis, vamos carajo, uno menos de ellos. Dos contra cuatro. Yo veía como le tiraban a matar a Pocho, pero el gordo se la bancaba bastante bien, pienso que era porque tomaba clases de salsa hacia unos meses, secreto que tenía prohibido contar. 

La cosa es que cuando me quise dar cuenta, había una banda de chicos de todos los cursos mirando el partido. Eso me daba cierta adrenalina, creo que todos los que estábamos ahí jugando, sabíamos que estaba en juego la gloria misma. ¿Sabés lo que podría llegar a ser el ganador de este juego? Ni me lo quería imaginar. 

Venia parejo el asunto, volábamos, corríamos, esquivábamos, de un lado, del otro. Con Pocho nos mirábamos, estábamos decididos a buscar la gloria, nuestra gloria.

Eric tomó la pelota, ni me miró, lo miraba a Pocho. Yo lo vi eh, si, lo vi. El tipo tomó carrera, pegó un salto olímpico, vi como con su brazo lanzó un proyectil que iba hacia mi amigo. Creo que todos seguimos el trayecto de ese misil enemigo, el gordo se tiró hacia una esquina, como si fuera a atajar un penal, la pelota rozó la punta de la zapatilla. Pochito afuera. Mi mejor amigo había sido eliminado, mi compañero de aventuras, ya no estaba conmigo.

Quedé solo. Solo contra Eric y sus dos amigos. Uno contra tres. Me quería matar por un lado, mi amigo, afuera, sin embargo, había algo de entusiasmo que me daba ser “el único sobreviviente” del equipo. Si, el enano del curso, por primera vez, estaba siendo protagonista de un partido antológico.

Siguió el juego, me tiraban por todos lados, yo como enano, esquivaba bien, Eric era el mejor de ellos, seguía con sus órdenes e indicando estrategias a los otros dos boludos que tenía como soldados. Pude quemar a uno de los soldaditos de Eric, Tincho, estaba escapando y pisó una latita inoperantemente que se tropezó y terminó en el piso. Uno de ellos afuera. Eric lo puteaba, “¡Pero ves que sos un boludo! ¡¿Cómo mierda te caes?!”.

Quedaron Eric y Pato. Estuvimos como quince minutos pelota va y viene, para ese entonces, el patio estaba repleto de alumnos, todos agitando el partido. Yo deseaba ganar, pero más quería quedar a solas con Eric, con lo que empecé a tirarle a Pato con todo. Era bueno jugando, pero tenía un defecto, cada tanto, sacaba su celular para chequear no sé qué. Y así fue, apenas lo vi meter la mano en el bolsillo, le apunté a ese brazo, no le di ni tiempo de reaccionar. Pato quemado. Afuera.

Tremendo final.

La batalla real había comenzado, pelotazo va, pelotazo viene, todos agitaban de un lado o del otro, la adrenalina me explotaba. Me sentía en ganador. 

Mi cansancio estaba llegando a su grado más alto, Eric también lo estaba, y Julio le festejaba las pelotas que me tiraba, indignante, pero yo me hacía más fuerte al ver todo eso. 

—Vamos enano, ¿qué pasa, estás cansada? —me dijo el salame, mientras se reía. 

Me tiraba con todo, pero yo esquivaba como loco. En un momento que tenía la pelota, pude ver a la flaca que me miró y se le escapó una sonrisa. Cómo explicarlo, como si una ráfaga de energía inundaba mi cuerpo. Tomé impulso y empecé a correr, iba decidido a quemarlo a Eric. Corrí hasta la mitad del patio, salté y con un gran grito de guerra, le lancé la pelota directo hacia él.

No lo podía creer.

Lo había quemado.

Una multitud de chicos gritaban la victoria. 

— ¡Falta, falta, tocaste la línea! —saltó Julio —No vale, vamos Eric, tu turno.

Me quedé helado, no tuve ni fuerzas para reclamar la injusticia que me habían cobrado, era una mezcla de impotencia, bronca y no sé qué carajo más. Solo atiné a mirarlo como diciéndole “¿Por qué hiciste esto?”. Eric, al verme parado mirando a Julio, agarró la pelota, se me acercó y tan sólo tuvo que tirármela hacia el pecho.

Quemado.







Fernando Capece, 2018.



miércoles, 28 de noviembre de 2018

Mutar * Soledad Arienza




Mudar es mutar. Matar.
El hogar, la mente.

Habito una cueva con floripondios. Un útero mullido, una caracola cálida con colgajos, móviles y caleidoscopios que distorsionan las figuras del exterior. Allá soy heroína, soy diosa Atenea, soy mi propia guerrera. Fogueo el largometraje de mi vida en el que mis amores platónicos se concretan al unísono. Bailo sin coreografías, me hechizo hasta perder la razón, ataco mis extremidades y las culpo por ser tan asquerosamente tiernas. Batallo cada noche contra mis propias artimañas y, al vencerlas, las recreo y las potencio.
Soy una equilibrista que se desliza a hurtadillas por los cables de la ciudad: me contamina el hollín que emana de mi propia contextura física y psíquica. En cualquier momento, voy a aparecer tatuada contra el pavimento.
La fluoxetina empaqueta los delirios pícaros y embala todas las marquitas que se fueron posando en las costillas de la coraza desde la hora cero de mi primer llanto. Encapsula el borboteo que anida en mi timo y calla el griterío celular que no está de acuerdo con nada de lo que está pasando. Lo silencia.
La fluoxetina no es fluorescente, ni flexible, ni feliz, ni floral. Es verde, redonda, ranurada y extremadamente amarga. Queda en el paladar si no la trago con un buen sorbo de agua: se pegotea y hace gorgotear.
La fluoxetina en marca comercial es Foxetin, de Gador. 20 mg x 60, va con duplicado. 20% de descuento con la obra social. Te molesto con la credencial y el DNI, por favor. ¿Algo más?

Desplazamientos obligados. Exilio con equis de fluoxetina, sin que yo lo pidiera. Pasaje forzoso de la existencia en clave flúo al estatismo de la -etina.
Veinte días conducen al sedimento, a una coraza deshumanizadora. La bienvenida: cuadrado estéril y blanco. Aséptico, androide, con la faz de un cyborg. La túnica de fuerza, el atuendo esperable: ropaje que estabiliza, protege. Me vuelve rígida, invisibiliza mi llanto y ahoga mis orgasmos.
Me prometen que no va a ser para siempre y se expresan con metáforas comunes: esto es un bastón, un salvavidas. Mienten. Es una prótesis, una sombra. La fluoxetina me inunda, avanza por mi sangre, eleva los niveles de serotonina, se acumula y atenúa las vibraciones. Anestesia, me desvitaliza: me convierte en ser de plástico. Avanzo y, de reojo, vislumbro la superficie de los elementos, de las caricias, de los rodeos, de los rencores y ronquidos: nada me rasguña, nada me hiere ni me mancha.
Nada me importa.
Ya no hay porciones de la existencia que sean brillantes, ni excesivas, ni dramáticas, ni magnéticas, ni agobiantes, ni… ni. Todo es ni.
Confiscan los documentos de mi fantasía y hacen un nudo con mi cúmulo de humaredas, pociones y conjuros. Es a la fuerza, rompés el blíster y tragás, de lo contrario, te vierten la culpa pegajosa encima.
Tranquila, ya llega el comprimido que se irá apilando de a poquito en las curvas de tu laberinto. Mi diosa Atenea se deshidrata y entrega sus armas de guerra. Ya estamos, ya veinte días, ya se termina de formar la alfombra mágica que te muda sin escalas allá, a ese otro lugar. Al intersticio ambiguo, zona de contacto donde se difumina el en-vos y se corroe el fuera-de-vos.
Allá ni cerca ni lejos, donde no reconocés caras ni texturas, donde todo es terso y enmascarado. Allá donde estoy tranquila. Donde mudo y dejo de ser yo.


Soledad Arienza, 2018.



Richard Prince


lunes, 26 de noviembre de 2018

¡Empezá en diciembre!


La ciudad invisible * Katia




Y ahí estaba yo, al borde del llanto, en un hospital y sosteniendo su mano arrugada con fuerza. No quería que se vaya.

Tomás ¿por qué llorás? —me mira confundida.
Abuela no te vaya por favor, quedate conmigo —le rogué como si fuera a servir de algo.
No te preocupes, esta vieja ya tuvo mucho que vivir —dijo de la forma más calmada posible mientras tocía.
¡¿Cómo podés estar tranquila?! ¡Te estás muriendo! —le dije.
Porque sé que voy a volver a verte —la mire confundido.
¡¿Qué se supone que significa eso?! ¡La única manera en la que te podría ver es muerto, y para eso falta un montón! —comenté alterado. Recuerdo que no podía dejar de ver el monitor cardíaco.
Hay un lugar en donde me podes visitar—yo seguía sin entender.
No estoy de ánimo para bromas —le reproché llorando aún más.
No es broma. Escuchá, que no me queda tanto tiempo —me ordenó seria. —Existe un lugar, es una ciudad que nadie puede observar mientras está despierto—. No lo podía creer pero lo decía tan segura. —Cualquier ser humano puede acceder si tiene un propósito firme. Es un mundo que está entre la vida y la muerte, lo llamo la ciudad invisible. Solo podés ir mientras estás soñando, planteándote un objetivo con mucho deseo. La ciudad invisible es un espacio sin límites, podés hacer cualquier cosa, volar, viajar a cualquier país en su hora exacta sin ser visto por las personas, y visitar a seres queridos que no se encuentran vivos. Te tenés que cuidar a vos mismo, nadie te va a ayudar. Cuando estés ahí vas a notar que tenés un hilo blanco brillante que se une a tu muñeca —continuó—. Ese hilo es el camino de regreso a tu cuerpo.
Lo más importante es no tener miedo. Hay tres tipos de seres que habitan este sitio. Personas, los visitantes como vos que se animan a ir. Demonios, estos son creaciones de tu propio miedo, no tienen pensamiento propio ya que vienen de tu mente. Lo que tratan de hacer es absorber la esencia del hilo blanco para que te quedes atrapado. Los enfrentás imaginando algo inofensivo o preguntándoles ¿quién sos? Ya que no te van a poder responder y desaparecerán. Y por ultimo ángeles, estos te guían al objetivo, no te protegen, su único fin es guiar. No hables con ellos, son muy reservados y pueden castigarte —me contó ya con la voz débil—. Sé que vas a encontrar el camino, confío en vos —empezó a cerrar los ojos.
Te lo prometo —el monitor comenzó a dar las pulsaciones más rápido exaltándome.
Te veo en el otro lado Tomás —susurró soltando su agarre de mi mano.
¡Voy a visitarte, te lo prometo abuela! —logré decir antes del último pitido.

Le hice caso. Todo lo que ella me dijo era verdad. Los ángeles, los demonios y el hilo blanco. Es todo verdad. Tal como me contó. Ahora cada fin de semana la voy a ver y nos reunimos en un parque cerca del hospital.
Fue difícil llegar, intenté hacerlo por la noche. Pero no me podía concentrar gracias a mi vecino que estaba martillando a las nueve de la noche. Pasé meses intentándolo. Hasta que un día lo logré. La ciudad invisible es la misma ciudad en la que vivimos solo que hay seres que no se ven cuando estás despierto. Podrías pararte enfrente de alguien y no te va a notar.
Cuando llegué me recibió un ángel que no hablaba. Era petiso, con orejas chicas, llevaba puesto un vestido blanco que se parecía más a una bata y los ojos le brillaban, no tenía pupilas.
Solo me topé con un demonio. Este no tenía cara. Me seguía a todas partes. Pero al hacerle la pregunta se desvaneció. En cuanto a otras criaturas hay una que me provoca terror. Es blanco, tiene dos piernas puntiagudas las que utiliza para volar imitando a la hélice de un helicóptero, solo reputa de un ojo con diferentes colores. Debajo de sus piernas está su boca con millones de dientes afilados. Le llaman la atención los lunares ya sea los que se encuentran en la piel o ropa. Una señora poseía un lunar en la nariz. A este ser le atrajo tanto que se plantó en frente de ella mirándola fijamente. El ojo del fenómeno tomó la forma de una espiral de muchas tonalidades hipnóticas. Al tomar ese estado de hipnosis este se llevó a la mujer a quien sabe dónde. La hubiera ayudado pero me temo que soy demasiado cobarde.
Hay individuos que pueden ser buenos o malos. Unos de ellos son los espíritus, no disfrutan de un cuerpo físico, son como una pelota llena de luz. Algunos de ellos se escapan del inframundo y solo revolotean por ahí. La luz cambia según su ánimo. Hay que recordar que fueron personas en el pasado. Los ángeles se la pasan de un lado a otro tratando de capturarlos porque la mayoría son malignos y se fugan por venganza yendo a la vida real para molestar a la gente o lastimar.
Es increíble. Puedo pasar de estar en las playas de Brasil a la selva australiana. Noté que por la ciudad podés encontrar códigos o nombres escritos. Al leerlos se abren portales a mundos paralelos. Me atreví a entrar a muchos. Aunque no sabía lo que me iba a encontrar. Mi abuela me aconsejó que, para volver a la ciudad invisible, diga Creetos. Me sorprendieron bastante.
En uno de los mundos las malas palabras son buenas y la comida rápida es saludable. En otro, las personas son diferentes estilos de caricatura o dibujo. También hay uno en donde todos tenemos extremidades más grandes y algunas pequeñas. En el último que estuve la tierra no existe y vivimos en la luna sin ningún traje espacial.
Cada código es un planeta donde te permiten ver cómo sería el mundo si cualquier detalle hubiera ocurrido de otra forma. Cada cosa, cada criatura o suceso me terminó cautivando. A tal punto que nunca llegué a notar que la mayoría del tiempo estaba ahí. Cada vez más lejos de la sociedad. Y al final quedándome atrapado en esta ciudad.


Katia, 2018.
Editado en El club de la serpiente. Inspirado en: Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino.


Goya


domingo, 25 de noviembre de 2018

Ir al río para que solo * Carla Capozucca




Ir al río para que solo
nos atraviese viscoso el tedio
lavarse el cansancio de la noche anterior
como si fuese un traje
que luego nos pondremos limpio
secado sobre los juncos
que se doblan estoicos bajo el peso
ir al río para que la corriente arrastre mansos
al insomnio, la indigestión y lo que pica
ir al río para salir renacido fresco
¿bautizado?
otro
entrar al río
salir como de un útero acuoso
hundir los pies
arena
barro  
piedras
ir al río en busca de respuestas
como vamos a todos lados
ni siquiera zambullirnos
vivir en la posibilidad
volver del río
como volvemos siempre
con más preguntas
y piedritas
tornasoladas

en los bolsillos




Carla Capozucca, 2018.
Rosario.



sábado, 17 de noviembre de 2018

Ganas de no * Liliana Barrenechea

                                           

            Cuando se apoderan de mí las ganas-de-no, de no escribir, de no ir, de no hacer, en ese dejarme estar me gana la tristeza. Le doy el permiso para que entre. Todo mi tórax se ensancha con sombras amorfas de aire espeso y oscuro. Me duelen las costillas hasta que cataratas de lágrimas saltan de mis ojos. Hoy es imposible reprimirlas, no son esas delicadas que se deslizan por las mejillas en una poesía de amor. No, estas salen propulsadas en caída libre ¿me darán consuelo y ganas de sí? 
            Ganas-de-no se instaló hace unos días. Inmovilidad. Hombros agarrotados. Dolor, desánimo, agotamiento. Desazón. ¿Momento de receso para recargar energías?, ¿podré? Esta vez, ganas-de-no, distinta a ganas de no hacer nada, entró por el medio de mi espalda, por ese círculo donde hace mucho tiempo, una bruja me dijo: “A vos te entran por acá”, y me tocó ese punto. Quiénes entraban nunca me lo pregunté. Ahora creo que mis ganas-de-no (¿son mías o yo soy de ellas?) entraron por ahí, se dividieron, unas fueron hacia arriba, otras hacia abajo, por los intersticios de cada vértebra. Paso a paso doblaron mi espalda, cargaron con bolsas de arena mis omóplatos, rigidizaron mi cuello. Como un tigre olfateando mi nuca me inmovilizaron.
            Mi parte delantera, lenta y agobiada, quería hacer algo, cambiar de posición, pedir ayuda. Se cerraba mi garganta con una tos seca. Pude enviar un mensaje de ganas-de-no por whatsapp. Al final del día, escuché una voz inconfundible, motivadora, con la sensibilidad justa para hablarle a mis ganas de sí. Un sol de palabras y deseos de escribir eclipsó a ganas-de-no. De a poco las fauces del tigre desaparecieron de mi cuello, aunque dejaron su marca. Giré mi brazo hacia mi espalda, roté mi mano y saqué el tapón del agujero. Empezó a salir un humo denso, gris. 
            Movilizo mis hombros lentamente hacia delante y hacia atrás, noto que ya no me duele el pecho. Conecto con la sabiduría del cuerpo. Escucho la necesidad de mi espíritu. Abro la computadora y escribo.



Liliana Barrenechea, 2018.


Michael Kenna

viernes, 16 de noviembre de 2018

Escribir sobre mi cuerpo * Ludmila Mojica



Escribir sobre mi cuerpo.
Tinta que mancha
tinta que construye
pecas, marcas, puntos suspensivos
sobre mi piel.
Escribir en mi pelo
el sol reflejando un arcoíris 
al leer las hebras color café.
Venas a base de lápiz
mina desarmada, deshecha
el tono gris difuminado
marcando arterias en mis muñecas.
Escribir en mi mente
cuando hay demasiada quietud
en un cuarto blanco
la lampara que titila
hasta apagarse.
Escribir y borrar.
Estar rodeada de árboles secos
altos y fuertes
inmortales en sus raíces.
Troncos que hablan
pintan la tierra de tonos pastel
el lienzo, la palma de mi mano
el papel amarillento manchado
de cielo 
de río 
de hojas en otoño.
El lugar que toma forma
alzándose 
una pirámide mítica
donde la leyenda guarda secretos
de la niña de ayer y la de hoy
la presente, la que construye.
El lápiz de madera
junta las piezas
marcando las curvas
rozando todos los puntos y comas.
Escribir.
Escribir.
Escribir.
Tinta.
Tinta que recorre la piel
de este árbol rascacielos
de este cuerpo borrador
que escribe hasta llegar
al punto crítico de parar.
Alzar la mirada
reforzar las raíces a la tierra
para observar la mariposa
que no vuela
en una de las ramas secas.
Deformada
porque no le escribí sus alas.
Escribir
Escribir.
Sobre el cuerpo.
Mío.
Escribirme.
Borrarme.
Escribir de esa manera cruda
natural y real
hasta ser yo
lo más sentido posible
lo más sincero posible.
Hacer crecer el bosque
desde un tallo roto
desde un otoño 
manchado de tinta gris.
Aún escribir.
Sobre el lienzo pastel
sobre la tierra
sobre este árbol 
rascacielos.



Ludmila Mojica, a partir de la lectura de Amarillo Vol. 1 Ocre de Karina Macció.




jueves, 15 de noviembre de 2018

mirás el mundo * Laura Ramírez



mirás el mundo
desde tan adentro
un hueco de pestañas
de deseos que no querés
dejarme ver
ni cuando beso ese lunar
justo debajo de tu ojo
ese lunar que acarician tus pestañas
mientras dormís
y siento el impulso
de suspirarlas
me muero por saber
con qué soñás
quitarme el miedo
decirte
que tu voz
está hecha de hilos de ternura
donde me enredo
para perderme un rato
en el sin tiempo de estar juntos
y armo bucles
porque me gusta
llevarme tus palabras
entrelazadas en el pelo
tenerlas cerca del oído
y escucharlas
una y mil veces
repetirlas
y creer
todo lo que decís
cuando me mirás
desde el fondo de tus pestañas
a veces desde tan
tan lejos
dejo ir el miedo
de soñarme al lado tuyo.



Laura Ramírez, 2018.



Tina Modotti



miércoles, 14 de noviembre de 2018

Karina Macció: Taller en el II Festival Intergaláctico de Escritores (Tucumán)


Taller de Poesía y Creación Literaria por Karina Macció en el II Festival Intergaláctico de Escritores

¡Siempre de Viaje en Tucumán!




Cupo limitado, gratuito, inscripciones por escucharacontacto@gmail.com

viernes, 9 de noviembre de 2018

Amarillo (Amar y Yo) Ocre

 Viajera y Siempre de Viaje presentan:

Amarillo (Amar y Yo) Ocre 

Karina Macció


Sólo un instante que me presiona me aprisiona y después me suelta como un pájaro, amarillo, limón, verdor, pasto, pradera, nube, cielo, rocío, agua... Delicado pez dorado.

Lecturas, performances poéticas, intervenciones textuales.


Gabriela Aristegui
Mariana Bergamo
Laura Ramírez
Mauricio Dreiling
Andrea Larrieu
Valentina Nicanoff
Virginia Janza

Ivana Pizarro + Tania Santana + Soledad Arienza

Anibal Ilguisonis + Mari Cambareri + Carla Capozucca + Axel Levin

Alicia Saliva + Eugenia Coiro

Sabri Rayo Canción
Javier Pizarro
Sofía Ciravegna
Fernanda Restivo
Nico Sergi

Valeria Calabrese + Sofía Tejón + Juampi Ortigosa + Juan Pablo Pérez + Guille Manuel+ Liliana Levy + Ladislao Iraola

Lore Di Scala + Franco Vignatti + Sofía Brunetto + Ludmila Mojica + Carina Szwec + Ignacio Goldsmit + Maga Levin + Marcela Manuel




jueves, 8 de noviembre de 2018

no voy a dejar que me lo saques * Anibal Ilguisonis



no voy a dejar que me lo saques
porque ya pasó
pasó una vez
otra vez
otra y otra y otra y
volvés a decir lo mismo
que ya dijeron 
otra vez lo mismo
con palabritas cambiadas
mentiritas piadosas
diciendo solo “la verdad”
yo creo
y vos, cambiá decías
tan chatito
tan armadito
al principio cero roce
tan garca tan alejado
pero después aprendiste
decir lo mismo con otras palabras
aprendiste
a repetir con otras palabras
y una llamita prendió sobre la tierra seca
un fuego ocre con destellos rojos que dividió y aplanó
luego llovió
barro pulido bajo el sol
espejito amarillo
lisito pulido
sin imperfecciones
amarillo pantalla
botellita de lavandina
reinventar el amarillo
cambiá, decías
cambiemos
entonces globitos 
látex amarillo
pampa amarillo
entonces
nonono
sisisi
nonono
sisisisi
contaron 
un sí más que no
y todo cambió
lo bueno lo malo
todo
lo mismo de siempre
a tirarlo todo
a tirarlo todo a los tachos amarillos
viva el amarillo
lisito
pantallita
semáforos amarillo
corbatas amarillo
trajes vestiditos
amarillo
diarioteleradio amarillo
redestroles amarillo
negocios amarillo
todotodotodo
amarillo

hasta que los órganos
la piel 
los huesos
el cuerpotodo
se amarilló


yo recordaba a vincent
su cara su cuarto los girasoles 
la pincelada salvaje
las variaciones las gamas
yo creo en ese recuerdo vital
no voy a dejar que me lo saques
amarillo
porque a veces se trata de eso
todo está tan lavado
arrasado
desazonado
desazón
enfermo
que te perdés
te amarillás
crees que sos ese todo
tan arrasado
desazonado
desazón
y sí pero no
no siempre
un poquito sí pero no siempre
tan distinto que decir 
amarillo sin salida
la pálida culpa
la eterna repetición

no voy a dejar que me lo saquen
no vas a dejar que te lo saquen
no
eso
no
un no chiquito
diminuto
tan potente
eso
no
amariNO
eso
eso
creo
girasoles
creo
un cuarto un mundo
creo 
creo 
un amarillo
creo
mi AMAR-I-LLO


No voy a dejar que me lo saques. 
Un recuerdo es todo: 
vos cantabas a mi lado, rozándome, agarrándome, simulando que gritabas en mi oído 
cara cantante pop 
los ojos cerrados 
arrugándolos de apretados 
reíamos 
vos cantabas leader singer 
y yo me unía 
yo que nunca canto porque-no-sé-me-da-vergüenza 
con vos cantaba y me dejaba 
llevar 
y fuimos hasta un lugar color naranja 
y nos perdíamos en los ojos en las manos 
nunca había tocado 
algo así 
sin cuerpo 
entero 
como si fuera ciega 
de tanto mirar 
de tanto sentir 
y ahora querés sacármelo 
sobreimprimirte negro y duro 
voz glacial, profesional 
olor a nada o a contrato 
corrompido 
faústico 
cuando era –siempre antes era– siempre antes es la ilusión– 
ser libres 
sacarse lo que cubre 
ser ideas 
quedar carne expuesta 
bebé 
gozar 
y que el mundo se apagara 
y que todo se fuera 
al diablo 
nosotros hundidos en la música naranja 
en las letras acolchonadas 
en las manos elegidas. 

Eso. 

Ese antes. 

No voy a dejar que me lo saques. 
Lo tengo tatuado en un poro secreto 
revive en mi sudor 
apenas agua mágica 
con mi aspirar 
polvo 
se hace 
nota 
real. 

Lo lamento 
por vos. 

Ahora te veo lejano, irremediable. 
Tu contorno te aprisiona, te ciñe apretado 
veo el borde negro y grueso 
y no salís 
no salís. 

¿Qué pasó? 

No sé ver lo que viste 
una gorgona parece 
¿soy yo? 

Pero no te preocupes. 
No te miro más. 
Quizás así se te caiga la costra 
esa capa de cuervo 
la costura bruta, impenetrable 
que el demonio te regaló 
ese cumpleaños adolescente cuando decidiste 
perderte definitivo 
arrastrarte en el piso a comer 
tocar en lo débil y ganar 
del lado que empantana y huele 
mal 
que me pese 
mal 
que me sienta 
mal 
cómo duele ay! 
mal 
cómo duele 
no poder cambiar lo que tenía futuro y se secó se cayó se rompió. 

Te veo y no puedo 
quiero y no puedo 
empezaste a comer 
mi mano 
(¡mi mano! tendida está carcomida, no tengo uñas y se descascara la piel) 
ay 
que bailábamos 
que cantábamos 
juntos 
tumanomimano 
y reíamos tanto 
sin acabar 
nunca 
atrapados los ojos tapiados 
tapados los muertos 
tapiados 
mientras, un poco más 
allá 
tercero 
el diablo se ríe 
(viendo falso “nuestro” 
reír) 
cómo se ríe 
de los degollados 
de los confundidos 
de los desalmados.


Ocre
Cero creo roce core







Anibal Ilguisonis, 2018.
A partir de versos de Ocre de Karina Macció.