jueves, 21 de mayo de 2009

Letras Combinadas VI: Valeria Iglesias




Lo importante es que sea

En los consultorios externos de Pediatría del Hospital Italiano vimos pasar, en una silla de ruedas, una nena con malformaciones . Él preguntó: ¿qué le pasó a esa nena? Yo traté de explicarle, con imágenes sencillas, lo que eran las malformaciones genéticas y las congénitas. Me abrazó, hundió su cara en mi vientre y dijo: "Qué suerte que tengo de que tu panza fabrica bien a los bebés"

Sanito. Un cuerpo con diez dedos en las manos y diez dedos en los pies. Los ojos simétricos. El corazón bebop, los pulmones hip hop y de llanto estentóreo. Mirá qué fuerte que es. Las células, las que tenga que tener, con sus dendritas y sus vacuolas. Los genes en su lugar, ni de más, ni de menos. Mirá, se parece a la familia del padre. Que sea sanito y que el amor incondicional de la procreación sea perdurable, eterno, infalible, dogma de fe.
Que la ciencia médica dé cuenta de lo que anda mal
y lo suture.
Y que el dolor se cure con vitaminas.




Lo que se llevan


En medio de la reforma del departamento (muebles patas para arriba cubiertos por lonas, pintores, albañiles, el frío más frío del año, yo viviendo en un hostel hasta definir la separación) volví para verlo a A., y le explicamos lo que pasaba. Que no era él, éramos nosotros los que ya no nos queríamos. Las explicaciones del amor que se muere.
Esa semana, digirendo el asunto, A. le preguntó a mi madre sobre mi padre muerto, qué hiciste, Nonita, con el amor cuando se murió el Nonito Jorge.

+

breves pijamas de plush celeste
el escenario familiar se desarma
levantan el circo


me pregunto en qué lado
quedo


y nunca existe otro lugar del mundo
en el que pueda estar


siempre siempre
soy acá y ahora


por qué entonces
esta sensación de figurita recortada a destiempo
sin sustento flota
aquí ahora nadie
ni siquiera el aire





Mamá del mar

En la costa atlántica. En una ciudad con mi nombre. Él tenía tres años y eran sus primeras vacaciones en el mar. Desayunábamos. Escuchábamos la radio. Una publicidad terminó diciendo una dirección local: calle tal, número tal, Valeria del Mar. Se asombró. Su cara se iluminó. Exclamó: "¡Dijeron mamá del mar!"

Del mar de esporas y polen. El aire que no entra. Que no entra o no sale. O no sé, mamá, tan cerca que estuvimos y ahora una magia se rompe en pedacitos. Y los pedacitos son irreversibles, pero qué más da, si es el aire que cotiza caro. Caro cotiza, igual que el amor. Aire, como en el circuito de la existencia: el ritmo de la respiración, el eje de la meditación zen. Iluminado, mamá, soy el buda del salbutamol. Éramos casi lo mismo, mirá, y ahora, a punto de hervor, me esparciré hacia afuera. Todo volcán necesita oxígeno, mamá, para la combustión.
Mamá, no me asfixies.
Mamá, no hay retorno.

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