miércoles, 24 de septiembre de 2014

Como todas las mañanas - Marcela Manuel

Como todas las mañanas, sonó el despertador. María sin abrir los ojos tantéa sobre la cama, debajo de la almohada. Tantéa distintas geografías a medida que el sonido ingresa más sonoramente en su oído. María expande su mano escuchando y comienza a despertarse.
Sin abrir los ojos, se mueve mecánicamente.

Sin mover el cuerpo, casi. El brazo, la mano tantean como si fueran al encuentro de ese sonido ubicado en algún lugar del espacio físico.

Así sucede cada mañana. Iniciadas las rutinas matinales, María comienza a considerar la acción consecuente: la de abrir los ojos.

Una mañana en ese mínimo instante de búsqueda - encuentro, María abre los ojos sin haber dejado de escuchar el despertador, sin siquiera desplegar la rutina construída para tal efecto. Abre los ojos, observa, atónita, que su cama no es su cama, que lo que regularmente constituía la pared de la ventana, lejos estaba de parecer una pared o una ventana.

Así las cosas, lo que mecánicamente reconocía en el lento suceder de su mecánica mañana, se convierte en un imprevisto desconocimiento.
Inexorable, su mente activa, distingue, degusta, devora también, curiosidad.
María, en una prueba de voluntad y respuesta, recorre el lugar.

Parpadea: ratifica que abrió los ojos. Mueve su brazo pero encuentra otra vez sorprendida que el movimiento es un haz multicolor radiante.

Parpadéa: el haz es el brazo. Eso no tiene volumen ni densidad, no encuentra el despertador. Cree que eso que ruge, es el despertador.

Parpadea: esta despierta.

Parpadea, sus ojos siguen siendo sus ojos, siente el corte de la luz cuando baja sus pestañas.
Intenta un bostezo. Elucubra opciones. Elige.
Se entrega al torrente sensacional de aquella rara mañana con el ánimo de avanzar en su
descubrimiento.


Marcela F. Manuel

Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje



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