martes, 10 de noviembre de 2015

La fiesta * Marcelo Trumper


Habiendo cruzado un portón de madera antigua, altísimo, imponente, aterrador; caminado varios metros por un pasillo, donde mi cara se tiñó de un blanco mortecino, tono de las luces que lo iluminaban, plano, frígido, casi azulado y un tanto, no sé por qué, perverso.
Ante mí, se abrió la más hermosa y desesperada visión.
Llegué a un salón de dimensiones descomunales, piso de nubes tormentosas, cielorraso de noche estrellada y paredes de plumas violetas.
Dimensión que se distendía, que aumentaba, se extendía a lo ancho, a lo largo y alto. Que me extendía.
Todo vida, mucha vida.
La música entró en mí por los pies, subió por la espalda e impactó en el cerebro, recorrió todo mi sistema nervioso, se adhirió a la piel como sanguijuela, me bañó, me circundó y poseyó.
A un ritmo frenético, todos los seres que había allí, nos movíamos al unísono dando la sensación de ser todos uno sólo. Una masa.
Mi cabeza se llenó de auroras, avancé empujando puertas sin picaportes. No más cansancio. Una capa, una invisible capa hizo desaparecer el mal, el inquietante, interminable mal.

Éramos totalmente trasparentes. Desnudos.
Las luces que salían de las estrellas de aquel techo, de colores brillantes, nos atravesaban, los corazones se iluminaban, latían con el color del rayo. Los corazones naranjas, rojos, azules, fucsias, amarillos, verdes, como en una radiografía viviente; podíamos tocarlos, sacarlos del pecho y jugar con ellos, cual linternas.
Las bebidas fluorescentes corrían por nuestras venas, que como serpientes nos hacían cosquillas.
Nuestras pupilas se dilataron de tal manera que podíamos vernos en 360°. Los cuerpos ya no nos pertenecían, le pertenecían a él: edificio vivo.

La ansiedad convirtió en alas mis brazos, liviano mi cuerpo, emprendí el vuelo que planeando me permitió disfrutar de esa fiesta desde arriba, bien arriba.

Flujo, flujo sin fin, evaporando las restricciones, las delimitaciones, colmando, colmándolo todo.

Momentos, momentos sin rumbo, sin acotaciones, sin regresos, fluyentes, independientes.

Un momento más.

Único.

Incomparable.

Momento despertar.
       
   ¡Felicidad!

                Ya no tengo que bajar.



Marcelo Trumper, 2015.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de lectura sobre El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez.




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