viernes, 10 de junio de 2016

Cenicienta * Anne Sexton



Siempre se ha leído esto:
el fontanero con sus doce hijos
que gana la lotería irlandesa.
De los retretes a la riqueza.
Esa historia.

O la doncella,
algún dulce exquisito de Dinamarca,
que captura el corazón del hijo mayor.
De los pañales a Dior.
Esa historia.

O un lechero que sirve a los ricos,
huevos, crema, mantequilla, yoghurt, leche,
la furgoneta blanca como una ambulancia,
que se mete con bienes inmuebles
y gana un montón.
De homogeneizados a martinis en las comidas.

O la mujer de la limpieza
que está en el bus cuando se estrella
y saca bastante del seguro.
De las mopas a Bonwit Teller.
Esa historia.

Una vez
la esposa de un hombre rico estaba en su lecho de muerte
y le dijo a su hija Cenicienta:
Se devota. Se buena. Así sonreiré
desde el cielo en la costura de una nube.
El hombre tomó a otra esposa que tenía
dos hijas, muy guapas
pero con corazones como cachiporras.
Ceincienta era su criada.
Cada noche dormía en la chimenea cubierta de hollín
y andaba por ahí pareciendo Al Jolson.

Su padre trajo regalos de la ciudad a la casa,
joyas y vestidos para las otras mujeres,
pero la rama de un árbol para Cenicienta.
Ella plantó esa rama en la tumba de su madre
y se convirtió en un árbol donde se posaba una paloma.
Cada vez que ella deseara algo la paloma
lo iba a dejar caer como un huevo.
El pájaro es importante, queridos míos, así que prestadle atención.

Después vino el baile, como todos sabéis.
Era un mercado matrimonial.
El príncipe andaba buscando esposa.
Todas, menos Cenicienta, se estaban preparando
y acicalándose para el gran evento.
Cenicienta rogó poder ir también.
Su madrastra tiró un plato de lentejas
entre las cenizas y dijo: Recógelas
en una hora y podrás ir.
La blanca paloma trajo a todos sus amigos
todas las cálidas alas de la patria vinieron,
y recogieron las lentejas en un periquete.
No, Cenicienta, dijo la madrastra,
no tienes ropas y no sabes bailar.
Esro es lo que pasa con las madrastras.

Cenicienta fue al árbol en la tumba
y lloró allí como un cantante de Gospel:
¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tórtola mía,
llévame al baile del príncipe!
El pájaro dejó caer un vestido dorado
y unas pequeñas zapatillas doradas.
Un gran paquete para un simple pájaro.
Así que fue. Lo que no es una sorpresa.
Su madrastra y hermanastras no
le reconocieron sin la cara manchada de hollín
y el príncipe tomó su mano en ese mismo momento
y no bailó con otra en todo el día.

Con la noche pensó que tendría
que volver a casa. El príncipe caminó hasta su casa
y ella desapareció en el palomar
y aunque el príncipe cogió un hacha y lo cortó
en dos ella se había ido. De nuevo a las cenizas.
Estos eventos se repitieron durante tres días.
Sin embargo en el tercer día el príncipe
cubrió los escalones del palacio con cera de zapatero
y el zapato de oro de Cenicienta se quedó pegado.
Ahora podía encontrar a quien le quedaba bien el zapato
y encontrar a su extraña bailarina para quedársela.
Fue a su casa y las dos hermanas
estaban encantadísimas porque tenían 
unos pies encantadores.
La mayor fue a una habitación e intentó ponerse el zapato, 
pero su gran dedo gordo se interpuso en el camino así que simplemente
se cortó el dedo y se lo puso.
El príncipe cabalgó con ella hasta que la blanca paloma
dijo que mirara la sangre que brotaba.
Eso es lo que pasa con las amputaciones.
No es que se curen simplemente con un deseo.
La otra hermana se cortó el talón
pero la sangre la delató como hace la sangre.
El príncipe se estaba cansando.
Empezaba a sentirse como un vendedor de zapatos.
Pero hizo un último intento.
Esta vez Cenicienta encajó en el zapato
como una carta de amor en su sobre.

A la ceremonia nupcial
las dos hermanas fueron a reconciliarse
y la paloma blanca les sacó los ojos.
Les quedaron dos huecos vacíos
como cucharas soperas.

Cenicienta y el príncipe
vivieron, dicen, felices para siempre,
como dos muñecos en la vitrina de un museo
nunca molestados por pañales o polvo,
nunca discutiendo sobre el tiempo cocción de un huevo,
nunca contando la misma historia dos veces,
nunca teniendo una barriga en edad madura,
sus queridas sonrisas pegadas para siempre.
Gemelos idénticos para siempre.
Esa historia. 



Anne Sexton, Transformaciones.



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