Mi
abuela tenía siete hermanos. De todos había una historia que
contar. Casi siempre tenían que ver con el tamaño de la nariz,
prominente y puntiaguda, un rasgo de familia compartido. Todas las
historias menos la de Albertito, el hermano menor, que había sido el
doble de Sandro en la época de “Sandro y los de fuego”.
Sandro
era el Elvis argentino, una especie de remake nac & pop del Rey
del rock and roll, un coctel explosivo de look, carisma y talento.
Sandro usaba patillas largas, un jopo renegrido marcado a fuerza de
spray y horas de batido, camisas de cuello amplio que dejaban al
descubierto un incipiente pelo en pecho y coloridos pantalones pata
de elefante. Pero sin dudas, su marca registrada era la voz
temblorosa al cantar, mezclada con respiraciones bien marcadas y
jadeos entrecortados, todo esto acompañado de un movimiento pélvico
hipnotizador que enloquecía al público femenino, al que él
llamaría las nenas.
Una horda de mujeres enloquecidas que se rendían a sus pies.
Mi
abuela me contaba que para esa época Albertito también usaba
pantalones rojos con media pata de elefante y que en los bailes del
barrio era la sensación. No sólo cantaba con una voz inigualable,
sino que también tenía un swing especial que pronto le forjó la
fama de galán.
Lo
tenías que ver a Albertito meta a moverse pa aquí y pa allá…
¡cómo bailaba! –se emocionaba mi abuela recordando.
Parece
que Albertito bailó por todo Quilmes y aledaños, hasta que un día
lo vio el productor de Sandro y le ofreció ser el doble. El
doble, así decía mi abuela, ya que
parece que “Los de fuego” tenían muchos shows y Sandro terminaba
reventado. Por eso en algunas partes, en las que había que bailar
mucho lo reemplazaba Albertito. Cuando me contaba esto, yo me
imaginaba una especie de Backstreet Boys bailando Rosa-Rosa, todo muy
bizarro. Pero esto duró solo un par de presentaciones, porque según
parece Albertito se cansó rápido del ninguneo y de la poca guita
que le pagaban, y los mandó a freír churros.
Si
algo tenía Albertito era carácter decía
mi abuela
Y no se iba a dejar usar, ¡no, señor!
Sinceramente,
creo que él extrañaba un poco las luces del escenario y la vida de
artista, porque la única vez que lo vi me contó la historia del
doble, de Sandro y los de fuego.
Para
mí fue una desilusión, porque Albertito era petiso, tenía ojos
celestes y la misma nariz puntiaguda que toda la familia. Mientras
hablaba movía las manos de manera torpe y se enredaba con las
palabras. No se parecía en nada a Sandro. Ni un poquito.
¡Pero
no sabés lo bien que bailaba!
insistía mi abuela
Además, ¿quién te dijo que todos los dobles se parecen?
Mariana Cambareri, 2018.
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