domingo, 6 de mayo de 2018

El doble de Sandro * Mariana Cambareri



Mi abuela tenía siete hermanos. De todos había una historia que contar. Casi siempre tenían que ver con el tamaño de la nariz, prominente y puntiaguda, un rasgo de familia compartido. Todas las historias menos la de Albertito, el hermano menor, que había sido el doble de Sandro en la época de “Sandro y los de fuego”.
Sandro era el Elvis argentino, una especie de remake nac & pop del Rey del rock and roll, un coctel explosivo de look, carisma y talento. Sandro usaba patillas largas, un jopo renegrido marcado a fuerza de spray y horas de batido, camisas de cuello amplio que dejaban al descubierto un incipiente pelo en pecho y coloridos pantalones pata de elefante. Pero sin dudas, su marca registrada era la voz temblorosa al cantar, mezclada con respiraciones bien marcadas y jadeos entrecortados, todo esto acompañado de un movimiento pélvico hipnotizador que enloquecía al público femenino, al que él llamaría las nenas. Una horda de mujeres enloquecidas que se rendían a sus pies.
Mi abuela me contaba que para esa época Albertito también usaba pantalones rojos con media pata de elefante y que en los bailes del barrio era la sensación. No sólo cantaba con una voz inigualable, sino que también tenía un swing especial que pronto le forjó la fama de galán.

Lo tenías que ver a Albertito meta a moverse pa aquí y pa allá… ¡cómo bailaba! –se emocionaba mi abuela recordando.
Parece que Albertito bailó por todo Quilmes y aledaños, hasta que un día lo vio el productor de Sandro y le ofreció ser el doble. El doble, así decía mi abuela, ya que parece que “Los de fuego” tenían muchos shows y Sandro terminaba reventado. Por eso en algunas partes, en las que había que bailar mucho lo reemplazaba Albertito. Cuando me contaba esto, yo me imaginaba una especie de Backstreet Boys bailando Rosa-Rosa, todo muy bizarro. Pero esto duró solo un par de presentaciones, porque según parece Albertito se cansó rápido del ninguneo y de la poca guita que le pagaban, y los mandó a freír churros.
Si algo tenía Albertito era carácter decía mi abuela Y no se iba a dejar usar, ¡no, señor!
Sinceramente, creo que él extrañaba un poco las luces del escenario y la vida de artista, porque la única vez que lo vi me contó la historia del doble, de Sandro y los de fuego.
Para mí fue una desilusión, porque Albertito era petiso, tenía ojos celestes y la misma nariz puntiaguda que toda la familia. Mientras hablaba movía las manos de manera torpe y se enredaba con las palabras. No se parecía en nada a Sandro. Ni un poquito.
¡Pero no sabés lo bien que bailaba! insistía mi abuela Además, ¿quién te dijo que todos los dobles se parecen?


Mariana Cambareri, 2018.



No hay comentarios: