viernes, 19 de octubre de 2018

Rododendro * Ivana Pizarro




Voy caminando al Abasto. El ritmo es diáfano y amigable para mi sistema cardiovascular. No llevo contador de pulsos y pasos pero sé que mi corazón está trabajando correctamente. Es una caminata liviana y a la vez rápida. Sacando a algunos transeúntes como esta que va delante de mí voy tranquila. La mina va con la cabeza un tanto inclinada hacia adelante, seguro está con el celular. Pienso pasarla por la derecha y apuro el paso. Casi la alcanzo pero ella en modo tortuga se inclina a su diestra. Es una de las causas del zigzagueo que tanto me molesta. Vas con tu mejor performance y cuando pensás pasar por un lado se ladean en cámara lenta hacia la misma dirección. Logro pasarla y confirmo mi hipótesis: la señorita va con el rectángulo bobo en su mano. Sigo en mi andar y decido ir por el lado de la pared. Ahí viene un goma con auriculares. No me ve, no me ve. Acelero y me lo llevo puesto. No entendés, flaco, le digo, que si voy pegada a las puertas vos tenés que correrte porque yo no tengo a dónde ir salvo ponerte. Ahora sí acuerdo conmigo misma que definitivamente voy a diseñar un manual del peatón. Del buen peatón. A ver si de una vez por todas aprenden a caminar por sus propios carriles como en una pileta de natación. Se nada por la derecha, siempre. ¿Tan difícil es combinar agua y tierra? Por fin voy sola, a una velocidad casi de marcha. Freno de golpe en la esquina.
Es en este momento cuando comprendo el origen de mi fobia a las bicisendas. Acuden a mí fotos de Holanda donde la gente va anaranjadamente feliz en sus vehículos de dos ruedas. Estoy parada en la intersección de las calles Guardia Vieja y Billinghurst donde no hay semáforo. Las direcciones del tránsito son cuatro: a mi izquierda, ciclistas en doble mano; a mi derecha, autos y ciclistas, en doble mano también y al frente, autos. Bajo el pie derecho mirando hacia mi derecha. En mi oído izquierdo escucho un cuidado bicicleta y mi pie sube al unísono a la vereda. Ya sé que por ahí no va. Miro hacia mi izquierda y veo uno, dos, tres ciclistas en fila que vienen hacia mí. Cornetitas y otro aviso de cautela que no suena anaranjado. Ya los vi, la concha de su madre, no es necesario el grito primate y ese sonido pedorro de la bocina. A mi derecha, un auto a una velocidad digna de ser considerada alta junto con dos o tres ciclistas que parecen salidos del KDT. En la esquina, de frente, un auto toca bocina porque quiere pasar y no lo dejan. Eso de que el que va por la derecha tiene paso acá no se aplica. Sigo enhiesta en el mismo lugar pensando cómo voy a hacer para cruzar. Llamo a Sara y le aviso que estoy quince minutos demorada. No puedo decirle la verdad. Investigo en mi cerebro las variables posibles y no hay caso, ninguna es efectiva. Pienso en Moisés cuando abrió el Mar Rojo y no me interesa ese milagro. Sólo quisiera tener su cayado para matarlos a todos en este mismo instante.

Soy la espectadora de un videojuego. Harta de las cornetitas vetustas y las alertas de peligro decido ser protagonista e ingreso. El objetivo es cruzar la calle sin que nadie te pise y matar a la mayor cantidad de ciclistas y conductores de autos. Para ello hay una lista de cinco poderes pero tenés que elegir uno. Yo decido convertirme en una planta tóxica que escupe pelotas parecidas a los gremlins. Cuando la bola toca el asfalto se transforma en un vegetal asesino. El videojuego es en castellano, por fin.
En la pantalla gira con efecto 3D la frase Meté la ficha. Pongo el fichín y una voz metálica dice COMIENZO DEL JUEGO. Gardel canta “No voy en tren voy en avión no necesito a nadie, a nadie alrededor”. BIENVENIDA AL CRUCE DE CALLES SIN SEMÁFORO. NIVEL 1. ES USTED UN RODODENDRO Y EL DESAFÍO ES DAR DE BAJA 5 OBJETIVOS. TIENE 5 PELOTAS/VIDAS. Acompaña la música de la Mujer Maravilla. De vez en cuando tira un Guondergumaaaan PARARÁ PAPÁ PAPÁ. No pudieron pasarlo al argentino, parece.
Bajo con el pie derecho a la calle y una pelota sale de mi boca. Viene una ciclista por la izquierda (la misma yegua que me rompió el tímpano avisando que pasaba) y le da en la frente. La redonda se convierte en planta venenosa y la mata. De su cuerpo emerge un rectángulo azul con el nombre del vegetal y el puntaje obtenido. Floripondio. 5.000 puntos. PIRÍ PIRÍ PIRIBIBÍ. Dos pasos más, otra bola y un auto volcado. Baja a toda velocidad una ambulancia ovalada y salta un tipito como el de Sugus. Saca al conductor y le pega en la cara. No responde. Rojo. Hueso de Fraile. 10.500. Marcha fúnebre. Un rectángulo fosforescente anuncia puntaje extra por muerte agónica. 60.525. En la mitad de la calle escupo otra y el auto que viene de frente se lleva puesto a un ciclista que va por la derecha. Verde. Cornezuelo de Centeno. 25.000. Me doy vuelta y escupo la cuarta. Dos ciclistas chocan entre sí. Amarillo. Yerba Loca. 30.000. Guondergumaaaan. Caen lazos dorados que inundan la pantalla. Señal del paso de nivel. Gardel canta Caminante no hay camino, se hace camino al andar. FELICITACIONES, HA PASADO AL NIVEL 2. LE QUEDA 1 PELOTA/VIDA. VA DE YAPA 1 MÁS.
Estoy parada en la esquina. Alguien me toca el hombro y me pregunta si estoy bien. Me doy vuelta (es un ciclista). Le pregunto por qué me pregunta si estoy bien. Él me dice que hace un rato que estoy ahí parada haciendo movimientos extraños. Ah, le digo yo, soy epiléptica. Él me mira fijo y me dice que nunca vio una epilepsia vertical. Yo que sí, que estoy dentro del 0.01 por ciento de quienes la padecen en el mundo. Sonríe, se sube a la bicicleta y comienza a pedalear rápido con el culo en el aire. El celular vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón. Tengo quince llamadas perdidas de Sara.

Ivana Pizarro, 2018.






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