sábado, 12 de enero de 2019

Arrullo * Lili Levy



Una playa, en ese preciso momento del atardecer, cuando el sol ya se puso pero todavía quedan colores, reflejos y el horizonte se pierde en los últimos destellos. Una claridad que apenas permite distinguir los límites entre la playa, el cielo y el mar. 
Pocas personas pasean por la orilla, instantes únicos para estar en soledad. Camino como por una gran alfombra continua que me envuelve con sus tintes rosados, cediendo de a poco, el paso a la noche. A lo lejos algunas luces se encienden, imagino una casa, alguien que pone la mesa. Puedo intuir el ruido de platos.
Arrullada por el sonido de las olas, espuma que acaricia la orilla, distingo un hundimiento en la arena, con la forma de un cuenco ovalado y suficientemente grande como para caber en él. El agua cada tanto llega y se mete en esa hondura, me da un gran placer recostarme, sentirla en mi espalda, mis brazos, mis piernas. También puedo balancearme, empujo con los pies un extremo y el agua permite deslizarme hacia el otro, así una y otra vez. Podría permanecer horas haciendo esto.
Miro a todos lados riendo, me gustaría compartir este juego delicioso, hace mucho que no me divertía tanto. Escucho algunas voces aunque no hay nadie, ya la playa está desierta. Las oigo, están allí muy cerca. Presto atención a lo que dicen:
−Vení, sentí como se mueve. Patea. 




Lili Levy, 2018.




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