Diario de cuarentena
Sábado 05/09/2020
A los 13 años empecé a viajar en colectivo para llegar al colegio. Era tan inexperta, tan infantil en un cuerpo que parecía más grande; ingenua, sin recursos internos, sin preparación para enfrentar el mundo.
Recuerdo la sensación cuando algún tipo me apoyaba parte de su anatomía en el hombro. Si yo estaba sentada, o en cualquier otra parte, si yo estaba de pie. Me daba terror. Quedaba petrificada, helada, sin poder reaccionar, deseando esfumarme, desaparecer. Ni se me pasaba por la cabeza pedir ayuda, decir algo, gritar. Me quedaba quieta, me sentía culpable, cómplice, envuelta en ese abuso que se estaba cometiendo contra mí.
Estoy disfrutando del sol de invierno sentada frente a mi ventana, me da de lleno en la cara, me entibia, ¡me hace tanto bien!
Escribo y empiezo a fantasear. Me imagino ahora, adulta, toda mi experiencia en el cuerpo delgado y frágil de esa nena de 13 años que viaja en el colectivo 107 repleto hasta el colegio. Imagino y fantaseo que lo miro, a los ojos, al tipo que me está apoyando su miembro erecto en mi hombro. Lo miro fijo y le pregunto elevando la voz: Perdón, ¿le pasa algo? ¿Se siente mal? ¡¡¡Porque se está apoyando sobre mí!!! ¿¿¿Quiere que le deje el asiento o necesita que el chofer lo lleve a un hospital???
Imagino el estupor y la sorpresa del tipo, la cara de los demás pasajeros, la situación redonda, equilibrada, justa. El hombre escabulléndose como una rata, entre las miradas acusadoras de la gente, bajando en la siguiente parada. Y yo, esta yo, justiciera, yendo a rescatar a esa nena frágil e indefensa, desvalida y sola. Poniendo los puntos. Haciéndome oír.
Graciela Volco, 2020.
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