sábado, 7 de noviembre de 2015

Despegue * Alicia Álvarez

Despegue
Subió al taxi en la estación Callao con la maldición de la valija a punto de explotar y la tristeza materialista de los objetos perdidos en la Plaza Mayor. Miró el reloj, con la pena del desprendimiento.
Escisión, separación en pocas horas.
-Al aeropuerto.
¿A cuánto estaba Barajas desde el centro de Madrid? ¿Veinte minutos? ¿Media hora?
Miró por la ventanilla mientras el conductor, un asturiano palabrero le comentaba que había estado en Argentina el año anterior. De lo maravilloso que lo habían tratado.
Ella lo escuchaba entre brumas. Concentrada en absorber ese último aire madrileño de agosto. La radio del coche.
Sabina coceándole el pensamiento como a propósito: Era la hora de huir y se fue sin decir: 'llámame un día'. Desde el balcón, la vi perderse, en el trajín de la Gran Vía.
Las horas demolidas con angustia, los minutos friccionados entre sí hasta pulverizarse.
-¡Qué bonito es Buenos Aires!
Un conveniente por toda respuesta de amabilidad.
Estaba ofrecida a la última instancia del rito de dejar. Sonó el teléfono anunciando el mensaje:
¿Te das cuenta de que te queda poco aquí?
Leyó las palabras como si los labios se hicieran voz, como si sus ojos se cruzaran frente a frente, como si él la abrazara para pedirle que no se vaya.
El conductor maniobró, subió una rampa y se detuvo. Habían llegado a la terminal 4.
Volvió al reloj. El tiempo fraccionado se apelmazaba en la esfera con la misma velocidad que en la casa montañesa de súbitas madrugadas.
Ya no, ya no quedaba. Miró el cielo español por última vez y huyó por los pasillos del aeropuerto para mitigar el despegue, para que no duela tanto.

Alicia Alvarez
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.



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