Corremos por una calle
de tierra. Perros ladran a lo lejos. El polvo cubre nuestra
vestimenta poco a poco. El calor es insufrible. Sudor en mi frente y
en nuestras manos entrelazadas. El sol, único y solitario en el
cielo.
No sé a donde vamos,
no me interesa, yo te sigo.
Imposible saber que
pensás, me dejo guiar.
Desaparecés.
Grito tu nombre, ni un
rastro. No hay más calle. Ahora hay selva y es de noche. La luna
ofrece su luz para que vea. ¿Cómo llegue hasta aquí? ¿Dónde
estoy? ¿Dónde estás?
Una niña me toma de la
mano. Conoce el camino. Le hablo de vos, no le interesa. Mira con
rechazo al oír tu nombre. No vivas tus sueños a través de otro,
dice.
Llegamos a un pueblo.
Comienza a alejarse mientras grita: no se puede jugar sola.
No entiendo.
No entiendo.
Me despierto con la
cara remojada en llanto. La transpiración en todo el cuerpo. Espalda
con espalda. Nos separan kilómetros, no son más que centímetros.
La sensación de soledad me desvela. Te miro dormir, sumergido en tus
propios sueños. Hundido en tu universo del que jamás seré parte.
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