domingo, 6 de octubre de 2019

INDUSTRIA FAMILIAR * Giselle Bouso






  1. REPERTORIO.



En confianza, mi mamá te dice que a mi papá hay que creerle “de todo lo que diga, un cincuenta por ciento”. Lo dice porque es gracioso, pero también como una forma de protegerlo.
Lo critica por amor.
Es que mi papá tiene pasión por las anécdotas.



“Una de las personas que yo más quise en mi vida”, cuando dice eso, ya sé de quién va a hablar. Su abuelo, el padre de mi abuela, era un gallego humilde, analfabeto. Es larga la historia pero acá aprendió a escribir y no sé cómo, pero supuestamente terminó construyendo un mini edificio. Con un grupo de albañiles, pero él al mando.
Yo, de hecho, viví un tiempo en ese edificio.



— “Tenía un enganche especial con los chicos”, continúa diciendo siempre cuando cuenta esta historia.



“De viejito, ya jubilado, se le daba por arreglar cosas, los chiches (dice chiches), algún pequeño electrodoméstico (sí, así dice también, qué se yo), cualquier cosa que le daban los vecinos, él lo arreglaba”. Con la voz, a esta altura ya se muestra conmovido. No es que no lo esté, pero aprovecha para medir cómo viene de rating. El tipo sabe.



Le decían “El abuelo que trabaja”, Jorge - mi viejo- considera este apodo un recuerdo. Lo instala.



— “A mí me fascinaba salir del colegio y que me estuviera esperando mi abuelo para ir a merendar.” Esa es la palabra que usa, “fascinaba”.



Una vez hecha la presentación, te puede contar dos cosas: una es el ascenso social de Ramón “ el abuelo que trabaja” Martínez.
Ese es realmente un historión, tenés que tener tiempo. Y estar preparado, porque además es emotivo nivel Sorpresa y media. Y él lo tiene muy aceitado.



La otra, es un detalle de color y tiene que ver con un objeto.



  1. EL OBJETO EN CUESTIÓN.



La recuerdo primero en la casa de mis abuelos. Un departamento que compraron cuando se mudaron de la casa donde habían vivido toda la vida. Éste era un piso gigante en la calle Pumacahua para ellos solos.
Se habían llevado todos los muebles que tenían en Floresta. Mudaron la casa, literal.
Quizás por eso, la decoración parecía un disfraz. Como un departamento entero cubierto por un mantel con volados y puntillas y el plástico de arriba. Una cosa extraña de portarretratos, terciopelo rosa y cristal.
En la habitación destinada para nietas había dos muñecas asquerosas, una en cada camita individual de acolchado azul. Unas muñecas duras, tipo bebés con cara de vieja. Tétricas, jamás las toqué. Pero en el medio de las dos camitas, sobre la mesa de luz, había una casa de juguete. Era perfecta: el tejado terracota, el revestimiento rústico de exterior en las paredes, rejitas en cada ventana. Se prendía la luz con un botón redondo blanco que estaba al lado de la puerta de entrada. Podía verse la luz encendida del lado de adentro traspasar las mini cortinitas blancas. Era un hogar.
Pero ninguna muñeca tuvo nunca el privilegio de habitar esa mansión. Porque adentro de esta casa sólo vive una radio. Así es: Cuando abrís la puertita doble hoja de madera, te encontrás con un sintonizador de Radio AM.
Impresionante. Magia.


Una vez que murieron mis abuelos, mi papá y sus hermanos tuvieron que entrar al departamento e iniciar la retirada.
Mi papá se llevó la casita radio.
¿Por qué? Porque la había construido con sus propias manos el abuelo que trabaja.
Cuando la casita radio pasó a estar en lo de mis viejos, de inmediato se transformó en un tema de conversación.
Es un objeto muy particular, que atrae a las preguntas.
También es un pie para mi papá: para desplegar su repertorio pertinente.



“Esa? esa la hizo mi abuelo”, Y ahí engancha.



III. MI PAPÁ COMO INDIVIDUO.



Un veinticuatro de diciembre a la tarde estábamos mi hermana, mi mamá y yo cambiando las cosas de lugar. No sabíamos qué hacer con la casita. Es que es tan peculiar que en cualquier lado desentona.
Ahí fue cuando lo vimos: al costado de una de las paredes, este mítico artefacto familiar tenía escrito un delator “INDUSTRIA NACIONAL”.
Un dato que cambiaba todo.
  • ¿No te digo?, dijo mi vieja. De todo lo que dice, un cincuenta por ciento. En una de esas la casita estaba en la casa de su abuelo, pero después: que la hizo él, que con sus propias manos, que era casi analfabeto, que construyó no sé cuántas cosas…



No hizo falta decir que ninguna de las tres iba a mencionar este descubrimiento jamás. Justamente por eso era que mi mamá nos había advertido sobre este hábito en Jorge: para que, en caso de emergencia, hiciéramos la vista gorda.



Me di cuenta de algo: Una vez, en una feria de antigüedades en San Telmo, yo había visto una casita-radio.
Y seguí de largo.



Giselle Bouso, 2019. 



Zoe Beausire

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