martes, 24 de septiembre de 2013

"El cansancio", de Lucy Morra.



Girl in Grey, Louis le Brocquy (1939)


 El cansancio 

El cansancio se iniciaba en la raíz del pelo. Pelirrojo, largo, un poco ondulado, muy cuidado, tomado con una hebilla a un costado. De allí bajaba, recorría toda la cabellera como si estuviese electrizada y quedara exhausta. Ponía a las cejas en posición de triste. Y las comisuras de la boca hacia abajo, como para llorar.

          Como una ola recorría los omóplatos hasta las yemas de los dedos, que no podían ni dar vuelta la hoja del libro, les faltaba tacto y energía. Ni hablemos de exactitud, de ir justo al rincón inferior derecho para dar vuelta y seguir leyendo. De allí a los ojos. Después de varios intentos y acertar con el lugar de dar vuelta la hoja, la vista se volvía opaca, como si bajaran persianas de nubes, aún sin parpadear y haciendo el esfuerzo de decodificar lo escrito. Si era una palabra separada, más difícil todavía; volver atrás y luego volver a dar vuelta la página para unir las partes de la palabra. Agotador.

          Ella, en esa posición casi inmóvil en el sillón de almohadones azules, sin poder seguir leyendo, el libro caído en el piso de madera, sin señalador. El cansancio, como un pulpo, pasaba por sus entrañas dejando un sensación de náusea inexplicable. No había comidas a la vista, ni bebidas malolientes, ni alimentos en mal estado, ni huevos podridos, ni leche agria, ni coliflores hirviendo, ni ratas, ni ratones, ni cucarachas, ni excrementos, ni moho, ni especias exóticas de olores fuertes. Pero la náusea se imponía en su estómago.

          Luego, los tentáculos del cansancio bajaban adhiriéndose a los muslos, pegándose a las pantorrillas y se anudaban a los tobillos, extrayendo toda la energía que quedaba. Hasta los dedos de los pies quedaban sin poder moverse, ni flexionar para calzar las zapatillas. Parecían de yeso, exánimes.

          Y así, tomada por el cansancio, ella quedaba sin aliento, con las pecas descoloridas, respirando apenas, imperceptiblemente, el pecho ni se movía. Pálida, labios casi azules, uñas blancas, piel fría y húmeda, oídos saturados de un murmullo monótono, como de motores que no aceleran ni se detienen. Las manos sobre el regazo como pájaros muertos.


Lucy Morra.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir del texto “El miedo” de Silvina Ocampo.


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