viernes, 14 de agosto de 2015

Pintada como una puerta * Mariel Fini


Pintada como una puerta

Hay quienes dicen que la mayor parte de la gente va por la vida buscando emerger. Se echan la paleta entera en la cara y revolotean por ahí. Este tipo de personas se vuelven difíciles de desmenuzar, se encascaran como una naranja. Vienen y van. Es sutil decir: “van pintadas como una puerta”. Las sucesivas capas se cristalizan. Tal vez una vez llamen la atención, quizás dos, pero luego no. Simplemente se vuelve tan necesaria la mirada del otro, que se desvía por una tangente.
No es que sean duras, y tengan picaporte, más bien el acceso a ellas esta dado por esa imagen. ¿Pero será esto lo que quieren? ¿Ser solo una puerta? ¿No hay nada más ellas? ¿A nadie le llama la atención un pedazo de material recubierto en pintura? ¿A nadie le sorprende una mujer maquillada así? Es indiscutible que ya no. No importa el color que usen, es indudable que allí van.
Cómo no recaer en sus pequeñas puertitas, que de jóvenes van mamando el color del arcoíris en las caras de su madre. Las ven como si nada, poco a poco se van mimetizando. El regalo de un labial, una sombra, o una base y la transformación está en pie. El pequeño monstruito va emergiendo, va apoderándose de esos elementos. Despacio, aprenden a manejarlos con destreza. Sin embargo, su instrucción es limitada. La imagen es más fuerte, todos esos años de exposición a la alta radiación, hace que imiten y reproduzcan una puerta. Tienen unos diez años y van pintadas de colores estridentes, crecen y ya no hay vuelta atrás.
Se las puede ver, ya de grandes, con las arrugas de un buldog en la cara, revocadas y revestidas. Pero eso no ayuda, siguen siendo puertas. Optan por el celeste para sobra y delineado, cuando las favorecería más un tono pastel que realza la mirada. Así sus caras parecen salidas de una casa de terror. El espanto de unos se mezcla con la risa de otros, pero las puertas están orgullosas porque han logrado su cometido, han sido vistas.
Yo sigo aquí observándolas cómo se pasean por estas galerías. Tal vez me gustaría correr y advertirles del futuro, de cómo se verán sus rostros en unos años. Pero si ese deseo se me atraviesa, siempre hay algo que lo frena, que es la seguridad con la que van las puertas de ahora.
Así es mi sobrina, fuerte, radiante, bella, pero puerta al fin. Viene a visitarme embadurnada de una base barata, que no le cubre bien la cara, cuyo aroma se mezcla con el olor a perfume hediondo. En el saludo, una combinación de pena y asco se atraviesan. Un gran odio emerge, porque en ella veo el reflejo… no el de su madre, o el de su abuela, sino el de una tía con la que se encuentra a las cinco todas las tardes a tomar el té.



Mariel Fini, 2015.
Producido en los talleres de Siempre de Viaje.


martes, 11 de agosto de 2015

Verde Claro * Víctor Quintero


Verde claro, o tal vez azul, no lo sé.  El sofá donde estoy sentado quizás tenga esos dos colores. Es mejor apagar las luces y tratar de no pensar en las heridas. Encender un cigarrillo y dejarse llevar por las olas verdes claras, o azules, no lo sé, no lo sé…

Cómo me gustaría tomar una Canada Dry o Ginger Ale, en sus botellas pequeñas de un vidrio verde claro con muchas burbujas, o un poco de champagne con fresas, pero sólo me queda dormir un poco antes que amanezca. Sueño yendo a la playa y ella metiéndose al mar en su traje verde claro, con la luz del sol cegándome.

Me sentaría ahora en una silla eléctrica, luego de estar mirando en la tarde un cultivo infinito de manzanas verdes claras, casi flúor. Sentarse en esa silla de madera y amarrarse las manos esperando la corriente. Cantar una canción sin sentido en el momento de la descarga mientras voy corriendo en la larga autopista en mitad de una pampa llena de pasto verde claro. Soñaría que iría en un Mustang verde claro de ocho cilindros a toda velocidad hasta ver la luz verde clara.

Mis pies me llevan a un bar con un hada verde clara, que me inspira, casi me libera. Ahora que no tengo nada que perder, podría buscar la cura de mi tristeza en aquella bebida verde clara y brillante, absenta. Sería como un rímel verde claro que corrija las lágrimas de mis ojos verdes claros. Entiendo que no puedo suplicar una vez más, pero nada se detiene en esta oscuridad. Te pediría un beso lleno de paz verde clara que me alcance hasta morir.

Me consumo con el ardor de la bebida, la luz pasa por los vitrales verde claros o azules no lo sé. Nada se detiene, sólo se acelera mi verdad, y me vuelvo a consumir. Este es un vicio verde claro que duele. Sólo quiero mirarte una vez más a través de esos ojos peridotos, verdes claros, en la cuna de tus pensamientos, mientras la tierra se abre al compás de tus tacos verdes claros. 

Allá abajo la ciudad está encendida. Es viernes y por eso la gente va de un lado al otro buscando entretenimiento. Yo sólo quiero unos labios que me cuenten palabras rasgaditas, esas palabras nocturnas que salen oliendo a absenta, a lengua seca, a olor verde claro, a semáforo con luz roja o amarilla titilante, mientras espero que se haga verde claro.

Después tomo la línea 28 con esas rayas verde claras, u oscuras, no lo sé, no lo sé. ¿Que te enseñe que es verde claro? Siento que prefiero cruzar el mar a bordo de una lata de cerveza Heineken o dentro de un vaso lleno de absenta que explicarte que es verde claro, mientras sueño como fluye el tiempo cuando se detiene la General Paz en medio de canciones llenas de espuma, burbujas verde claras o azules, no lo sé, no lo sé.  



Víctor Quinteros, 2015.
Producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de Lectura de Héctor Viel Temperley.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Cucadios * Juanpi Ortigosa



Mi familia quiere internarme, esto ya es el colmo. Es solo un simple miedo, nada de qué preocuparse. No entiendo cómo lo exageran así. ―le dijo Juanpi al psicólogo, que lo miraba con cara rara.
¿Pero qué es ese miedo del que tanto hablan? ―le preguntó.
Ve una cucaracha y sale corriendo y grita tan fuerte que nos deja sordos a todos los que tiene a su alrededor. ―repondió su hermano. Estaban en terapia familiar, habían decidido ir para tratar todos juntos el problema de Juanpi.
No es tan grave entonces, mucha gente le tiene miedo a las cucarachas, ¿Por qué lo quieren internar? ―dijo el especialista, tratanto de entender su problema.
Es cómo lo exagera, lo grave que está su miedo. ―Empezó diciendo el papá, preocupado―. Tiene una fobia tan grande que, si una noche ve una cucaracha en su cuarto, viene a dormir con nosotros. ¡Y tiene veintidós años!
Su miedo lo llevó a unirse a foros de internet donde gente como él putea a la cucarachas, las critica y hace planes para exterminarlas del mundo, ¡a un simple insecto! ―Lo interrumpió la mamá, temblaba al hablar―. El otro día le revisamos la computadora y estaba a punto de iniciar con un plan llamado “Cucadios”, que consistía en comprar toneladas de Cucatrap y tirarlas en todos los basureros de Vicente López, para dejar a la ciudad libre de cucarachas.
¿Es cierto esto Juanpi? ­―preguntó el psicólogo, que no emitía gesto alguno, solo tomaba notas.
Sí, lo es. Pero piénselo, ¿quién no se beneficiaría con esto? Con todas las cucarachas exterminadas, la vida sería mucho más tranquila y feliz. Nadie correría ni gritaría al ver a esos monstruos negros en la calle porque no existirían más. Las casas serían mucho más limpias y no habría que preocuparse por dejar la basura en cualquier lado, porque ya nada vendría a comérsela. ―Juanpi comenzaba a volverse loco, sonreía diabólicamente, de una manera que sorprendió a todos, al imaginase a las cucarachas muertas.
¿Ve eso? Está loco, señor. Siempre es así, todas las noches se pone a pensar planes para exterminarlas, para hacerlas sufrir. Grita en el cuarto y se ríe como si fuera Cruela De Vil, pero apenas ve una corre del miedo y se esconde adentro de la cama, y termino matándola yo. Necesita ayuda profesional, no puede seguir así. ―dijo enojado su hermano, y tenía razón.
Bueno, les voy a pedir que me dejen solo con Juanpi para terminar de hablar, les prometo conseguir ayuda, él no está bien. ―le respondió el psicólogo, y la familia salió aliviada del cuarto.
¿Va a internarme? ―preguntó Juanpi preocupado.

No ―dijo el psicólogo, mostrando la remera que tenía puesta debajo de su camisa. Era completamente blanca, excepto un punto negro en el medio de la panza, rodeado de un rojo sangre. ―Estoy de tu lado, contame más acerca de ese “Cucadios”. 


Juanpi Ortigosa, 2015.
Texto producido a partir del Club de Lectura de Julio Cortázar.


domingo, 2 de agosto de 2015

Beckett / Club de Lectura Agosto



CLUB DE LECTURA DE SIEMPRE DE VIAJE
Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
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Tel.: 4867-5964