jueves, 30 de abril de 2015

Caí como paracaidista * Lucía Imperatore




Caí como un paracaidista



Me subí al avión
Acompañada
Pasajeros con el mismo
Equipaje

Creíamos una vez
En el avión
Que la tierra se vería
Más simple
Desde arriba

El poder
Estaba
En nuestras manos

Insegura yo
Aun teniendo
El paracaídas

¿Cuándo usarlo?
¿Por qué usarlo?
¿Para qué usarlo?

Sí, había manual
Boletos que indicaban
El
Destino

Previo al viaje
Los tripulantes
Proyectaron
Hicieron cálculos
Planificaron
Vidas

Pero solo
Me
Dedicaba
A
Memorizar
Detalles
Que sabía servirían
El día
Que saltara del avión


Caí como un paracaídista


Caí en el medio de una ciudad

Sin proyectos
Sin manual
Sin horizonte
Sin promesas

Nada

Una sensación diferente

Nada

¿Por el paracaídas?

Me tomó tiempo
Experimentar
El vacío

Nada

Solo dos palabras
      Paciencia
         Lucha

Ninguna de ellas
Estaban
Escritas
En el manual


Lucía Imperatore





viernes, 24 de abril de 2015

Siempre de Viaje y Viajera en el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires

Siempre de Viaje y Viajera en la Plaza Devoto. 
Leímos letras de colores para los vecinos que se acercaban a escuchar y hasta una niña se animó a tomar el micrófono abierto. 







jueves, 23 de abril de 2015

Parirse - Gabriela Aristegui

Parirse

Esa niña
zapatos de cristal,
cuello de organza.
llora su suerte
su propio desatino
y su falsa esperanza.

Esa niña
perdió su corona
sus anillos y su estola.
Ya no tiene comarca
y espera que en sus sueños
la habite otra marca.

Esa niña
precisa falsear
su propia historia
concebir otro sitio,
parir los retasos
de su memoria.

No es niña, esa mujer,
es que ya, no tiene reino,
remedio, ni corona.




Gabriela Aristegui, 2014.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.





viernes, 17 de abril de 2015

Juanpi Ortigosa - Minuto Terror



¡CORRAAN!”, fue lo último que escuché cuando se acercaron a nosotros. Cientos de ellos, tal vez miles, uno atrás del otro. Nos tenían acorralados, mirásemos a donde mirásemos venían más, una horda nunca antes vista.
De veinte pasamos a ser diez, ahora solo cinco. Lo único que hacía era mirar hacia adelante, esquivarlos, sin pensar en el resto. No podía, eran ellos o yo, si trataba de ayudarlos me iba a convertir yo también.
Aunque a veces eso tampoco era suficiente, me agarraban, me tiraban. De pura suerte lograba escaparme de esas uñas arruinadas, que trataban de volverme uno de ellos, un sin vida.
Y a veces pienso que lo lograron. Quedé solo. Amigos, familia, todos se fueron, todos cambiaron.

Ahora solo recurro a escaparme, a no saber a dónde ir ni qué hacer, la desesperación se apoderó de mí. Hay días en los que me atrapan, pero nunca llegan a cambiarme, no los dejo. Al menos no todavía.

Juanpi Ortigosa
Para el Minuto de Terror de Siempre de Viaje.


miércoles, 15 de abril de 2015

La pereza - Henri Michaux en el Club de Lectura

La pereza

El alma adora nadar.
Para nadar es preciso extenderse sobre el vientre. El alma se disloca y huye. Huye nadando. (Si vuestra alma huye cuando os encontráis de pie, o sentados, o con las rodillas o los codos doblados, para cada posición corporal diferente el alma partirá con un modo de andar y una forma también diferentes; esto lo estableceré más tarde).
Se habla a menudo de volar. No es eso. Lo que hace el alma es nadar. Nada como las serpientes y las anguilas; nunca de otro modo.
Numerosas personas tienen así un alma que adora nadar. Se las denomina vulgarmente perezosas. Cuando el alma a través del vientre abandona el cuerpo para nadar, se produce una liberación tal de no sé qué; es como un abandono, como un goce, como una relajación tan íntima...
El alma va a nadar en la caja de la escalera o en la calle, según la timidez o la audacia del hombre, pues siempre guarda un hilo entre ella y él, y si este hilo se rompiese (es a menudo muy delgado aunque se precisaría una fuerza espantosa para romperlo) sería terrible para ambos (tanto para ella como para él).
Cuando se encuentra pues el alma nadando a lo lejos, gracias a este simple hilo que liga al hombre con el alma, se derraman volúmenes y volúmenes de una especie de materia espiritual, como el barro, como el mercurio o como el gas -goce sin fin.
Por eso el perezoso vuélvese cerril. No cambiará nunca. Por eso es también que la pereza es la madre de todos los vicios. ¿Hay acaso algo más egoísta que la pereza?
La pereza tiene también fundamentos que el orgullo no posee.
Pero siempre la gente se encarniza con los perezosos.
Cuando están recostados los golpean, les echan agua fría sobre la cabeza; no les queda otra cosa que apresurarse a hacer regresar su alma. Os miran entonces con esa mirada de odio tan conocida y que observamos particularmente en los niños..

Henri Michaux 




Club de Lectura de Siempre de Viaje
Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
fbk: siempredeviajeliteratura
@siempre_deviaje
Tel.: 4867-5964


lunes, 13 de abril de 2015

En busca del Quiwwi - Débora R. (13 años)

Capítulo 2

Nuevo día, nueva vida. Especialmente si te levantás a las 9:00 como hoy. ¿¿Las nueve de la mañana?? ¡Se me hizo tarde! Me levanté y me dí cuenta de que el teléfono sonaba, pero no llegué a atenderlo. Apareció la grabación de deje su mensaje después de la señal: Querida señorita Tanami, le recordamos que partiremos a las 9:20. La esperamos en el edificio central. Y cortaron. Me vestí lo más rápido que pude, agarré un sandwich de huevo y jamón y mi valija. Bajé las escaleras a toda velocidad ─por lo menos, lo más rápido que uno puede con una valija-- rumbo a la salida.
Cuando llegué a la estación el reloj marcaba las 9:08. El tren llegó un par de minutos después. La gran mayoría de los que viajaban eran médicos, mecánicos o papás (seguramente éstos últimos iban al aeropuerto para cumplir con su día de trabajo mensual). A las 9:15 ya estaba en la parada donde tenía que bajar. Corrí por las escaleras hasta el edificio central.
Tengo que decirlo: ese edificio era impresionante, mediría por lo menos 20 metros. Las paredes tenían múltiples ventanas de cristal. Sobre el edificio aguardaba un avión, tenía que ser el mío. 9:17. Saqué mi carnet de estudiante y corrí hacia la puerta. El oficial miró mi identificación y asintió abriendo la puerta. Me avalancé hacía el ascensor. Marqué el último piso. Al darme vuelta ví a una mujer de unos 28 años. Era la Dra. Emma Rins. La saludé. Ella levantó su mano en forma de saludo. Llevaba un saco formal gris, pollera negra, camisa roja abotonada y tacos haciendo juego, parecía una maestra más que una doctora. Tenía su enrulado pelo en un rodete. Casi no llevaba maquillaje. Su valija era violeta. Cuando llegamos a lo más alto, subimos unas escaleras.
El director nos esperaba junto a Wally y mis amigos.
─Este es su avión, el 05143 también conocido como el 013.
Emma sonrió:
─Bueno, gente, yo seré la piloto.
─¿Usted no es doctora? ─pregunté.
─Tengo una licencia para el manejo de aviones. ─Y susurrando, agregó ─¿Por qué todos me hacen esa misma pregunta?
Nos pusimos los ocho en movimiento. Al poco tiempo habíamos cargado el equipaje en el avión.
─Oigan ─dijo el director─ Ustedes seis me pidieron que les diera ésto.
El director nos entregó seis paquetes. Todos estaban envueltos en papel marrón con una pequeña nota indicando nuestros nombres. Agarré el que decía mi nombre, en el que se leía lo siguiente:
Para Tanami,
Esta lapicera que esconde más de un secreto.
Organización Anual.
La OA tiene 365 miembros en honor su ideólogo, a quien le quedaban 365 días de vida después de que su proyecto empezó a hacerse conocido. Sus ideas triunfaron sobre el capitalismo y el comunismo gracias a un meteórito y una guerra. Desde ese momento la AO dirige todo el mundo.
Releí la nota más veces de lo que me gustaría admitir. La leí como 8 veces antes de creerme lo que decía. Desenvolví aquel regalo tan diferente de los que hubiera recibido jamás.
Al verlo no supe qué decir, era un bolígrafo plateado, de esos retráctiles que la mayoría de los profesores usa. Lo curioso era que tenía una especie de cúpula en la punta. Además, tenía un botón muy pequeño en un costado. Levanté mi mirada: cada uno tenía un objeto distinto. Zack tenía un megáfono. Lita tenía un moño con una calavera en el centro. Ethan un pin de yin-yan. Herty un extraño control remoto con un solo botón. Y Alex, una navaja suiza.
─Ahora sí podemos irnos ─dijo Emma.

Subimos al avión. Sólo puedo decir que al entrar había varias filas de sillas reclinables con cinturón. Nos sentamos los seis y Emma prendió el motor.  

Débora R. (13 años), texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.



viernes, 10 de abril de 2015

Pigmentos - Gabriela Aristegui

Pigmentos


A mí me gustaría que la palabra no nos falte
que no nos sea escasa.
A mí me gustaría que el azul de tu voz escriba
Y encienda el púrpura que me anida.

Y no temer
a la ansiedad del blanco que profana
Y de este modo,
trasmutar el rojo cada mañana.

A mi me gustaría pintarte de colores
enredarte en mis matices
teñirte de naranjas.

Encontrarme en el secreto
con el verde de tu mirada.
Satisfacer, asi, con mil colores,
Lo bello de mi alma...

¿Cómo mancharte? Me pregunto…
Con tanta tonalidad enmarañada
¿de que color pintarte?
Para que te quedes conmigo
sin ninguna sensación extraña.




Gabriela Aristegui, 2014.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.

Francois Marie Barnier



miércoles, 8 de abril de 2015

En busca del Quiwwi - Débora R. (13 años)

En busca del Quiwwi

Capítulo 1
“Esto es aburrido”, pensaba mientras el maestro explicaba temas avanzados sobre Literatura. El timbre sonó ─por fin─ los alumnos se atropellaron para salir al recreo. Yo tardé un poco más porque estaba guardando mis apuntes. Salí al patio. Mi amiga, Herty, me sorprendió: me saltó por la espalda amistosamente, lo que era un tanto irónico porque le sobresalía el mango de un cuchillo de su bolso.
─Por dios ─dije─ no me asustes de esa manera. Herty sonrió. Fuimos en busca de Ethan. Caminamos y subimos las escaleras. Llegamos al segundo piso. Estábamos a punto de entrar al patio cuando nos detuvo una voz levemente aguda. Era Alex. Con su habitual cara de bobo, corría hacia nosotras por el pasillo. Nos adentramos por el enorme patio-balcón del recreo. El calor y la humedad me daban ganas de volver a adentro. Una baranda lo separaba del colegio de enfrente. Las baldosas estaban algo rotas dejando ver el piso de cemento. Pero, no, Ethan no estaba allí.
De repente, el sonido de los altavoces nos ensordeció a todos. Decía algo como: “BIPPPP-ALEEEEX… HERTYYYY… BIP-CRASH… EEETHANNN Y TANAAAMI-BRUP-BIP- VAYAN-A-LA-SALAAAA-DE-DE-DEL-TRING-DIRECCCT-BIP”.
Los tres nos miramos con cara de ¿qué rayos hicimos? Salimos del patio, en donde el mensaje se hacía rumor como ráfagas de viento. Al llegar al cuarto piso, Ethan nos esperaba impaciente. Fuimos al cuarto suicida. Ahora que lo pienso, ni le dijimos "hola". Cuando llegamos, el director estaba con cuatro personas más. Sólo reconocí a Lita, una chica muy tímida a la que había conocido en la primaria:
-Hola, Tanami -me susurró, aparentemente aliviada de encontrarse con alguien conocido.
Pero el chico que estaba al lado de ella no me sonaba. Y también, la doctora con el médico, esos dos...
Ya había pasado un año. Yo ya había cumplido 16, estaba en la prueba del Quiwwi. Ethan ya había entrado. Una chica con la etiqueta identificadora “NADIX” agarraba una carta. Me enchufaron unos cables en la cabeza como parte de la prueba final. Una onda eléctrica de baja frecuencia pasó por mi cerebro. Cuando el Quiwwi hizo el sonido de finalización, salí de la habitación. Minutos después una doctora ─la misma que ahora se encontraba en la oficina del director─ dijo que mis resultados eran muy buenos. Ví a Nadix a través de una vitrina de cristal. Súbitamente el Quiwwi rugió, la habitación empezó a temblar, además de llenarse de humo y de repente ¡BBRRRUUUMM! El Quiwwi había explotado llevándose a Nadix.
Volví a la Dirección.
-¿Esto se debe a lo del Quiwwi?- pregunté.
El director asintió.
"Este va a ser un largo, largo día", pensé.
***
El director dijo:
─Ustedes ocho fueron los únicos testigos de la explosión del Quiwwi 01. Como sabrán, ustedes seis fueron los últimos evaluados y tienen muy altas notas. Nadix tuvo uno de los mejores promedios según el doctor aquí presente, Wally Kenson –el doctor hizo un ademán con la mano saludando─ así que, uno de los dirigentes de la misastía nos envió información para que ustedes ocho buscaran los planos del Quiwwi.
Todos nos quedamos mirando al director. Este añadió:
─Ustedes tienen acceso al nuevo avión 05143. Por cierto, al sólo tener 17 años, Wally Kenson y Emma Rings los acompañarán. Después el director prosiguió informando que partiríamos al día siguiente y más cosas aburridas.
Me quedé mirando al chico ¿cuál era su nombre? Sé que era muy probable que lo hubiera visto cuando entré en la sala del Quiwwi, "Zack", pensé, su nombre es "Zack". Cuando logré volver de esa duda, el director decía que empacáramos nuestras cosas, y así lo hicimos. Al salir del edificio me sentí un poco melancólica. Especialmente por mi compañera de habitación.
En Oceanía la estructura de la vivienda era diferente a la que existía a comienzos del siglo XXI. Aunque se mantenía en la mayoría de los continentes, acá se había cambiado por razones de comodidad. Los ciudadanos desde temprana edad se convierten en alumnos. Los alumnos a partir de los 3 años viven con sus padres o en algún orfanato. Todos los chicos de un año de edad viven obligatoriamente con sus padres. Después los padres tienen la opción de trabajar desde su casa, concurriendo a sus oficinas una vez al mes. Por lo menos uno de los padres tiene que trabajar de esta manera para poder cuidar a sus hijos. Si no pueden cuidarlos, tienen que enviarlos a vivir a un campus cercano al centro escolar. Los alumnos de 12 a 14 años viven con alguien de entre 15 y 18 años. Ese es el sistema educativo obligatorio. Después de esa edad, continuar estudiando es optativo y se puede elegir con quién vivir.
Caminé por las calles desoladas, casi sin un alma presente. Tal vez alguna mascota con su dueño. Busqué la calle de mi casa. Llegué a "Purar 637 Piso 5° Departamento A". Abrí la puerta con dos vueltas de llave en las tres cerraduras, todo estaba silencioso. Entré por el hall entrada, observándome en los espejos que estaban a cada lado de la pared. Mi pelo negro rojizo, mi piel levemente tostada junto con mis ojos color jade. Llevaba puesta una chaqueta de jean sin mangas sobre una remera azul, calzas negras debajo de una falda verde y unas zapatillas y un bolso rojos.
Una campana sonó y ví un tren pasar. Había pasado demasiado tiempo mirándome.
─Mierda ─dije. Subí rápidamente las escaleras caracol. El primer piso pasó rápido. En el segundo y en el tercero perdí algo de adrenalina. En el cuarto ya me había cansado. En el quinto ya estaba hecha polvo.
Entré en mi departamento, la luz del sol me dió en los ojos. El reloj indicaba las cuatro de la tarde. Había pasado prácticamente una hora desde que había salido de la clase de literatura. Agarré mi primera y única valija. Me la había dado mi papá en mi cumpleaños número 13, "aaah, lindos recuerdos". Mi padre había sido quien me había cuidado mis doce primeros años. Fueron buenos tiempos. Cada vez que volvía de la jornada laboral mensual me traía algún regalo. En cambio a mi madre la había visto muy pocas veces, lo que no había ayudado para que nos conociéramos realmente. Saqué casi todo mi placard. Ordené ropa interior, por un lado, ropa para todos los días, por el otro y, finalmente, el calzado. Lo que ocupó tres cuartos de mi valija. También metí un bolso, una linterna, varios accesorios como aritos y collares, todo mi dinero, dos libretas, una cartuchera y una pequeña colección de libros que llenaron hasta el tope mi valija.
Ya eran las seis de la tarde, cuando mi compañera de habitación llegó. Tenía unos 13 años. Sus padres recién la habían dejado. Ella estudiaba enfrente de mi escuela.
─Tengo algo que decirte ─dije.
─Ya lo sé ─respondió.
─¿En serio?
─No, pero creo que lo sé.
─Mañana me voy a ir de Oceanía.
─Emm, ya lo había escuchado, Tani.
─¿Los chicos de la escuela?
─Sí.
Nos miramos por un largo rato.
─¿Cocino yo? ─pregunté.
Ella asintió.
Me fui a bañar por última vez en ese departamento. El resto de la noche pasó rápido. Comimos unos fideos con manteca que cociné casi sin hablarnos. Apagué las luces y nos fuimos a dormir. Tuve un sueño. Soñé que caminaba sobre un prado de trigo, el cielo era gris, de repente se oía una voz, pero entonces me desperté.


Débora R. (13 años), producido en los talleres de Siempre de Viaje.



viernes, 3 de abril de 2015

Taller para adolescentes: Patinaje sobre letras



PATINAJE SOBRE LETRAS
La propuesta de Siempre de Viaje para los adolescentes
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
Coordinación: Virginia Janza
Dirección General: Karina Macció
@siempre_deviaje
Tel.: 4867 5964 // 15 4175 8362


miércoles, 1 de abril de 2015

El pájaro que se pierde - Henri Michaux en el Club de Lectura



El pájaro que se pierde

Aquel está en el día que en aparece, en el día más blanco.
Pájaro.
Aletea, se vuela. Aletea, se pierde.
Aletea, reaparece.
Se posa. Y después no está más. Con un batir de alas se ha perdido en el espacio blanco.
Así es mi pájaro familiar, el pájaro que acude a poblar el cielo de mi pequeño patio. ¿Poblar? Ya se advierte cómo...

Pero me quedo en el lugar, contemplándolo, fascinado por su aparición, fascinado por su desaparición.

Henri Michaux, La vida en los pliegues (1949)





Club de Lectura de Siempre de Viaje
Coordinación: Virginia Janza, Eugenia Coiro y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
fbk: siempredeviajeliteratura
@siempre_deviaje
Tel.: 4867-5964

Minuto de Terror - Jonatan Calafat


Al caminar pegado al enorme muro de ladrillo que lo rodeaba, emergían por encima de su cabeza colosales cruces, ángeles y guardianes, en vigilia de los muertos prósperos de la ciudad.
Una le llamó la atención casi arribando a la segunda esquina.
Debajo de las plantas de los pies de un ángel atribulado, se alzaba una fastuosa bóveda, sobresaliente aun del vasto muro que encerraba el cementerio.
Sostenido por las maños pequeñas de la figura que coronaba semejante responso, una cruz descabezada en su estipe, se acuñaba al abrigo del ángel.
La mirada al firmamento parecía rogar no ser olvidado.
Dobló en la esquina, en un espacio de un minuto, estaba ya parado frente al ingreso trasero del cementerio.
Aquí no había patíbulo, sino solo una reja oxidada de no más de un metro de ancho, que yacía humillada por la inmensidad de la fortificación. Se tomó de los bastiones herrumbrosos que la sostenían e introdujo parte de su rostro para ver mejor. Revisó primero a la derecha, no había más que sosiego y roció. Al volver la vista un chirrido le llamó la atención. Sacó su rostro, aprestó su oreja y se dispuso a intentar percibir el sonido lejano. Parecía, una risa histriónica venir de algún rincón del cementerio.
Era él.
Advirtió otro sonido, pero distinto del que hacia instantes había percibido. Miró a sus espaldas, para ver si alguien en la cuadra lo estaba observando.
Parecía que no.
Regresó la vista al camino de cerámicas vainillas que oficiaba de calle entre los descansos y lo vio pasar, espectral y funesto entre dos bóvedas.


Jonatan Calafat.

Fragmento Piso 13. Vista al cementerio

Terri Ann Foss