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sábado, 28 de abril de 2018

miniapuntes de taller * Karina Macció


Entonces estamos leyendo Kerouac, y los dos párrafos seleccionados de Viajero Solitario hacen lo mismo: inventan un tiempo ahí donde no hay nada, nada existe, ahí Kerouac escribe y en ese movimiento despliega una, varias, incontables vidas con mínimos detalles, el borde gastado de un saco, el tono cascado de una voz que aún no tiene rostro, la pesquisa delirada de un probable antepasado en Normandía, una textura de la piel que ha conocido muchos soles en el océano. Invento, inventa. Debía haber sido, habría sido, sería, es, ahora, siendo en la lectura se levanta ese cuerpo antes fantasmal, cada vez más complejo, más tramado, más cierto, se levanta en un tiempo al que nos sumamos, estoy viendo a ese hombre que no es nadie pero ahora en este momento es todo: el que toca la puerta y trae el mensaje, el que avisará que algo llama desde afuera, mientras adentro el tiempo se hace proteico, acolchado, mientras adentro retozamos con imágenes de París nunca visitada, y sin embargo vívida, Kerouac, me convidás un pedacito de pan recién hecho, crocante, acabás de comprarlo en la boulangerie, y camino con vos riéndome, sintiendo que toda la vida puede caber en trozo de pan tan perfectamente dorado por fuera, tan espumosamente aireado por dentro, miga blanca, deliciosa, lo suave y lo duro qué combinación tan lograda, en ese bocado que cortaste con tus manos curtidas, con tierra en las uñas, con marcas en los dedos de las lapiceras de tus notas, Kerouac, camino con vos, caminamos, estamos leyendo, caminamos, parecemos novios hablando en francés, jugando a descubrir palabras, a probar sonoridades en el paladar junto al pan calentito que se deshace. Entonces nos sentamos en una mesita redonda, en unas sillitas donde nuestra humanidad apenas entra pero juega, pedimos café, un expresso oloroso que sólo lleva a mirar o escribir, porque ya ves, es lo mismo, sentir o escribir, soñar o escribir, vivir o escribir. Te digo, Kerouac, les digo, a los que estamos viajando, hagamos tiempo, sí, fijate como en esta sucesión de palabras que vienen de no sé dónde estuve tirada en la cama deshecha de un cuarto de hotel de mala muerte, hasta que un hombre llamó a la puerta y trajo una cuerda invisible que me hizo incorporar; fíjate cómo recorrimos esas cuadras estrechas en el pueblito al sur de Francia, que no menciono por guardar el secreto Kerouac, por hacer solo nuestra esta alquimia que por tan visible nadie ve. Hagamos tiempo, escribamos. 


Karina Macció, 2018.



jueves, 29 de marzo de 2018

Miniapuntes de taller * Karina Macció









Nos detenemos sobre la palabra grifo, ¿agua del grifo? Pero no decimos así. En algunas partes, acotan, como en Santiago del Estero (y de pronto un lugar dentro del mismo país parece la China) llaman al “agua de la canilla”, del grifo. Parece un animal mitológico, y lo es, alguien más agrega, de Harry Potter. El grifo, ser mestizo cuya parte superior se ve águila, pero el tronco y cola pertenecen al león. Las patas vienen del pájaro o del mamífero, quién sabe. El grifo parece hecho a collage. ¿Y entonces? Alguien agrega, buscamos decir “agua corriente”, ¿no? Reconfirmamos. Lo cierto es que el agua nunca es corriente, el grifo es una canilla o un animal hecho de animales, una invención. Lo cierto es que cada vez que elegimos una palabra inventamos en esa línea un nuevo sentido, porque el rodeo y el rodearse es lo que importa. Las interferencias, escucharlas, importan. Cada voz es muchas. Traen regiones enteras, y a veces, ni siquiera de este mundo. Detener la corriente de las palabras es también percibirlas en el esplendor de fluidez.






Karina Macció, 2018.