lunes, 30 de septiembre de 2013

Una propuesta para la escritura a partir de "El cuervo" de E. Allan Poe


Gustave Dore

El cuervo (fragmento)

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Edgar Allan Poe



¡A escribir! 

En “El cuervo” aparece la repetición de palabras de un verso al otro con leves variaciones (“Tis some visitor entreating entrance at my chamber door/ Some late visitor entreating entrance at my chamber door/ This it is, and nothing more”; “Es un visitante que trata de entrar a mi habitación/ algún tardío visitante que intenta entrar a mi habitación/ Eso es y nada más”.) Continuá la repetición de la frase cambiando una o dos palabras por verso hasta completar veinte líneas, de manera que el resultado sea una imagen nueva. Podés hacer el mismo ejercicio con una frase de un autor que te inspire.



Gustave Dore



The raven

Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`'Tis some visitor,' I muttered, `tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more.'

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow; - vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow - sorrow for the lost Lenore -
For the rare and radiant maiden whom the angels name Lenore -
Nameless here for evermore.

And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me - filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
`'Tis some visitor entreating entrance at my chamber door -
Some late visitor entreating entrance at my chamber door; -
This it is, and nothing more,'



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Coordinación: Cecilia Maugeri, Virginia Janza y Karina Macció.
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domingo, 29 de septiembre de 2013

"Solo por hoy", Andrea Larrieu


Eugene Delacroix


Sólo por hoy


–Tengo que levantarme.
–Ni loca me levanto. Estoy tan calentita. Afuera seguro llueve, debe estar muy húmedo, el pelo se va a volver inmanejable, los zapatos se me van a arruinar, el tráfico va a estar terrible, hace frío, eso dijeron ayer en el noticiero. Un ratito más.
–Voy a llegar tarde.
–Qué me importa. Llamo y digo que estoy descompuesta.
–No puedo hacer eso. Tengo mucho trabajo, sí o sí debo terminar el informe.
–Qué pasa si no lo termino. Seguro que nada. El planeta seguirá girando aunque yo me quede quieta. Llamo y digo que no voy.
–No puedo. Mejor hago un esfuerzo y levanto la colcha. Sin la colcha voy a dejar de sentirme cálida, los músculos se van a enfriar, la humedad se va a meter debajo del camisón, voy a temblar, el frío me va a dar ganas de hacer pis y no me va a quedar otra.
–No pienso dejar que hagas eso. La sensación es única, el cuerpo se estira, se duerme, se entibia. Tiene derecho también. Hoy decido yo. Quiero ser irresponsable por un día, ¿qué se sentirá? 
–Culpa, eso voy a sentir. También vergüenza por haber mentido, por no cumplir con el deber, miedo de que se den cuenta.
–Sos una exagerada, un día no es la muerte de nadie. Me acuerdo cuando me rateaba del colegio. Cuántas sensaciones: vértigo, emoción, ese miedo atrayente que te cierra la garganta, te pone en alerta y no querés dejar de sentir. Fue fantástico, inclusive el día que me descubrió la vieja. El castigo no fue nada comparado con lo bien que la pasé.
–Era chica. Ahora tengo responsabilidades.
–Pues deseo ser chica por una vez.
–Suena el despertador de nuevo, voy a levantar la colcha.
–Ni se te ocurra, no pienso hacerlo. Me quiero quedar, dale, sólo por hoy.
–¿Querés que te haga caso? ¿Qué te deje hacer lo quieras?
–Siempre te salís con la tuya.
–No es verdad. Algunas veces me contradigo y termino haciendo lo que no quería. Después me arrepiento, y soy como un bosque ceniciento, devastado, desamparado.
–Escuchá lo que pasa afuera, se largó con todo.
–Odio salir cuando llueve, voy a pisar la única baldosa floja de la cuadra, el paraguas se va a dar vuelta sólo para molestarme, y yo luchando como una tonta haciendo papelones en la calle, mientras el agua aprovecha la oportunidad para invadirme como un ladrón que espera escondido a que abran la puerta. El cuerpo quedará enfriado, desabrigado, humillado. 
–No lo voy a soportar, y el mal humor va a ser la sombra que me acompañe todo el maldito día. Pobre cuerpo, no es justo someterlo a ese maltrato.
–Suena el despertador otra vez.
–Que suene.
–no puedo, es más fuerte que yo.
–¿Dije yo? estoy hablando de mí, alguna vez debo hacer lo que tengo ganas.
–La próxima, o quizás, no sé, estaría bueno, animarme digo, me siento tan bien acá, calentita, una vez, un primer paso, puede ser, estaría bueno ¿no?
–Hagámoslo. Sólo por hoy.
–No no no. Es una locura.
–Dale dale, que te cuesta.
–No, no puedo, no insistas.
–Una vez, por favor, animate.
–Basta, ya no quiero escucharte más. Es hora de levantarse. Un día cargado de obligaciones, responsabilidades y placeres, me espera. No le puedo fallar.



Andrea Larrieu
Texto producido en lo talleres de Siempre de Viaje.




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sábado, 28 de septiembre de 2013

¡A escribir con Poe y su corazón delator!



Daniel Horowitz


El corazón delator (fragmento)

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.



¡A escribir!

Vamos a trabajar con la confesión en primera persona. ¿Ante quién nos confesamos y por qué? ¿Qué hechos desencadenan una confesión? En muchos cuentos de Poe, la intención del narrador en primera persona es convencer al otro (y a sí mismo) de que no está loco. Pensá en un móvil diferente para el “confesionario” y escribí un monólogo en el que el personaje declare algo que hizo, siente o piensa ante otro.

Daniel Horowitz


TRUE! --nervous --very, very dreadfully nervous I had been and am; but why will you say that I am mad? The disease had sharpened my senses --not destroyed --not dulled them. Above all was the sense of hearing acute. I heard all things in the heaven and in the earth. I heard many things in hell. How, then, am I mad? Hearken! and observe how healthily --how calmly I can tell you the whole story.
It is impossible to say how first the idea entered my brain; but once conceived, it haunted me day and night. Object there was none. Passion there was none. I loved the old man. He had never wronged me. He had never given me insult. For his gold I had no desire. I think it was his eye! yes, it was this! He had the eye of a vulture --a pale blue eye, with a film over it. Whenever it fell upon me, my blood ran cold; and so by degrees --very gradually --I made up my mind to take the life of the old man, and thus rid myself of the eye forever.
Now this is the point. You fancy me mad. Madmen know nothing. But you should have seen me. You should have seen how wisely I proceeded --with what caution --with what foresight --with what dissimulation I went to work! I was never kinder to the old man than during the whole week before I killed him. And every night, about midnight, I turned the latch of his door and opened it --oh so gently! And then, when I had made an opening sufficient for my head, I put in a dark lantern, all closed, closed, that no light shone out, and then I thrust in my head. Oh, you would have laughed to see how cunningly I thrust it in! I moved it slowly --very, very slowly, so that I might not disturb the old man's sleep. It took me an hour to place my whole head within the opening so far that I could see him as he lay upon his bed. Ha! would a madman have been so wise as this, And then, when my head was well in the room, I undid the lantern cautiously-oh, so cautiously --cautiously (for the hinges creaked) --I undid it just so much that a single thin ray fell upon the vulture eye. And this I did for seven long nights --every night just at midnight --but I found the eye always closed; and so it was impossible to do the work; for it was not the old man who vexed me, but his Evil Eye. And every morning, when the day broke, I went boldly into the chamber, and spoke courageously to him, calling him by name in a hearty tone, and inquiring how he has passed the night. So you see he would have been a very profound old man, indeed, to suspect that every night, just at twelve, I looked in upon him while he slept.



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miércoles, 25 de septiembre de 2013

"Los crímenes de la calle Morgue" y una propuesta de escritura


José Manuel Hortelano-Pi


Los crímenes de la calle Morgue (fragmento) 

Errábamos una noche por una larga y sucia calle, en la vecindad del Palais Royal. Sumergidos en nuestras meditaciones, no habíamos pronunciado una sola sílaba durante un cuarto de hora por lo menos. Bruscamente, Dupin pronunció estas palabras:
-Sí, es un hombrecillo muy pequeño, y estaría mejor en el Théâtre des Variétés.
-No cabe duda -repuse inconscientemente, sin advertir (pues tan absorto había estado en mis reflexiones) la extraordinaria forma en que Dupin coincidía con mis pensamientos. Pero, un instante después, me di cuenta y me sentí profundamente asombrado.
-Dupin -dije gravemente-, esto va más allá de mi comprensión. Le confieso sin rodeos que estoy atónito y que apenas puedo dar crédito a mis sentidos. ¿Cómo es posible que haya sabido que yo estaba pensando en...?
Aquí me detuve, para asegurarme sin lugar a dudas de si realmente sabía en quién estaba yo pensando.
-En Chantilly -dijo Dupin-. ¿Por qué se interrumpe? Estaba usted diciéndose que su pequeña estatura le veda los papeles trágicos.
Tal era, exactamente, el tema de mis reflexiones. Chantilly era un ex remendón de la rue Saint-Denis que, apasionado por el teatro, había encarnado el papel de Jerjes en la tragedia homónima de Crébillon, logrando tan sólo que la gente se burlara de él.
-En nombre del cielo -exclamé-, dígame cuál es el método... si es que hay un método... que le ha permitido leer en lo más profundo de mí.
En realidad, me sentía aún más asombrado de lo que estaba dispuesto a reconocer.
-El frutero -replicó mi amigo- fue quien lo llevó a la conclusión de que el remendón de suelas no tenía estatura suficiente para Jerjes et id genus omne.
-¡El frutero! ¡Me asombra usted! No conozco ningún frutero.
-El hombre que tropezó con usted cuando entrábamos en esta calle... hará un cuarto de hora.
Recordé entonces que un frutero, que llevaba sobre la cabeza una gran cesta de manzanas, había estado a punto de derribarme accidentalmente cuando pasábamos de la rue C... a la que recorríamos ahora. Pero me era imposible comprender qué tenía eso que ver con Chantilly.
-Se lo explicaré -me dijo Dupin, en quien no había la menor partícula de charlatanerie-y, para que pueda comprender claramente, remontaremos primero el curso de sus reflexiones desde el momento en que le hablé hasta el de su choque con el frutero en cuestión. Los eslabones principales de la cadena son los siguientes: Chantilly, Orión, el doctor Nichols, Epicuro, la estereotomía, el pavimento, el frutero.
Pocas personas hay que, en algún momento de su vida, no se hayan entretenido en remontar el curso de las ideas mediante las cuales han llegado a alguna conclusión. Con frecuencia, esta tarea está llena de interés, y aquel que la emprende se queda asombrado por la distancia aparentemente ilimitada e inconexa entre el punto de partida y el de llegada.
¡Cuál habrá sido entonces mi asombro al oír las palabras que acababa de pronunciar Dupin y reconocer que correspondían a la verdad!
-Si no me equivoco -continuó él-, habíamos estado hablando de caballos justamente al abandonar la rue C... Éste fue nuestro último tema de conversación. Cuando cruzábamos hacia esta calle, un frutero que traía una gran canasta en la cabeza pasó rápidamente a nuestro lado y le empaló a usted contra una pila de adoquines correspondiente a un pedazo de la calle en reparación. Usted pisó una de las piedras sueltas, resbaló, torciéndose ligeramente el tobillo; mostró enojo o malhumor, murmuró algunas palabras, se volvió para mirar la pila de adoquines y siguió andando en silencio. Yo no estaba especialmente atento a sus actos, pero en los últimos tiempos la observación se ha convertido para mí en una necesidad.
»Mantuvo usted los ojos clavados en el suelo, observando con aire quisquilloso los agujeros y los surcos del pavimento (por lo cual comprendí que seguía pensando en las piedras), hasta que llegamos al pequeño pasaje llamado Lamartine, que con fines experimentales ha sido pavimentado con bloques ensamblados y remachados. Aquí su rostro se animó y, al notar que sus labios se movían, no tuve dudas de que murmuraba la palabra “estereotomía”, término que se ha aplicado pretenciosamente a esta clase de pavimento. Sabía que para usted sería imposible decir “estereotomía” sin verse llevado a pensar en átomos y pasar de ahí a las teorías de Epicuro; ahora bien, cuando discutimos no hace mucho este tema, recuerdo haberle hecho notar de qué curiosa manera -por lo demás desconocida- las vagas conjeturas de aquel noble griego se han visto confirmadas en la reciente cosmogonía de las nebulosas; comprendí, por tanto, que usted no dejaría de alzar los ojos hacia la gran nebulosa de Orión, y estaba seguro de que lo haría. Efectivamente, miró usted hacia lo alto y me sentí seguro de haber seguido correctamente sus pasos hasta ese momento. Pero en la amarga crítica a Chantilly que apareció en el Musée de ayer, el escritor satírico hace algunas penosas alusiones al cambio de nombre del remendón antes de calzar los coturnos, y cita un verso latino sobre el cual hemos hablado muchas veces. Me refiero al verso: Perdidit antiquum litera prima sonum.
 »Le dije a usted que se refería a Orión, que en un tiempo se escribió Urión; y dada cierta acritud que se mezcló en aquella discusión, estaba seguro de que usted no la había olvidado. Era claro, pues, que no dejaría de combinar las dos ideas de Orión y Chantilly. Que así lo hizo, lo supe por la sonrisa que pasó por sus labios. Pensaba usted en la inmolación del pobre zapatero. Hasta ese momento había caminado algo encorvado, pero de pronto le vi erguirse en toda su estatura. Me sentí seguro de que estaba pensando en la diminuta figura de Chantilly. Y en este punto interrumpí sus meditaciones para hacerle notar que, en efecto, el tal Chantilly era muy pequeño y que estaría mejor en el Théâtre des Variétés.



¡A escribir! 

El narrador testigo. En los cuentos policiales, lo primero que se cuenta es lo que se ve desde afuera. Todo puede ser un indicio a partir de la observación. Escribí desde afuera, como un testigo, una escena que te llame la atención e intentá explicar lo que ves usando la conjetura.

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martes, 24 de septiembre de 2013

"El cansancio", de Lucy Morra.



Girl in Grey, Louis le Brocquy (1939)


 El cansancio 

El cansancio se iniciaba en la raíz del pelo. Pelirrojo, largo, un poco ondulado, muy cuidado, tomado con una hebilla a un costado. De allí bajaba, recorría toda la cabellera como si estuviese electrizada y quedara exhausta. Ponía a las cejas en posición de triste. Y las comisuras de la boca hacia abajo, como para llorar.

          Como una ola recorría los omóplatos hasta las yemas de los dedos, que no podían ni dar vuelta la hoja del libro, les faltaba tacto y energía. Ni hablemos de exactitud, de ir justo al rincón inferior derecho para dar vuelta y seguir leyendo. De allí a los ojos. Después de varios intentos y acertar con el lugar de dar vuelta la hoja, la vista se volvía opaca, como si bajaran persianas de nubes, aún sin parpadear y haciendo el esfuerzo de decodificar lo escrito. Si era una palabra separada, más difícil todavía; volver atrás y luego volver a dar vuelta la página para unir las partes de la palabra. Agotador.

          Ella, en esa posición casi inmóvil en el sillón de almohadones azules, sin poder seguir leyendo, el libro caído en el piso de madera, sin señalador. El cansancio, como un pulpo, pasaba por sus entrañas dejando un sensación de náusea inexplicable. No había comidas a la vista, ni bebidas malolientes, ni alimentos en mal estado, ni huevos podridos, ni leche agria, ni coliflores hirviendo, ni ratas, ni ratones, ni cucarachas, ni excrementos, ni moho, ni especias exóticas de olores fuertes. Pero la náusea se imponía en su estómago.

          Luego, los tentáculos del cansancio bajaban adhiriéndose a los muslos, pegándose a las pantorrillas y se anudaban a los tobillos, extrayendo toda la energía que quedaba. Hasta los dedos de los pies quedaban sin poder moverse, ni flexionar para calzar las zapatillas. Parecían de yeso, exánimes.

          Y así, tomada por el cansancio, ella quedaba sin aliento, con las pecas descoloridas, respirando apenas, imperceptiblemente, el pecho ni se movía. Pálida, labios casi azules, uñas blancas, piel fría y húmeda, oídos saturados de un murmullo monótono, como de motores que no aceleran ni se detienen. Las manos sobre el regazo como pájaros muertos.


Lucy Morra.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir del texto “El miedo” de Silvina Ocampo.


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lunes, 23 de septiembre de 2013

"El corazón delator", Edgar Allan Poe. Traducción: Karina Macció


Harry Clarke

El corazón delator
Edgar Allan Poe

¡ES VERDAD! nervioso, muy, muy terriblemente nervioso yo había sido y soy; ¿pero por qué dirán ustedes que soy loco? La enfermedad había aguzado mis sentidos, no destruido, no entorpecido. Sobre todo estaba la penetrante capacidad de oír. Yo oí todas las cosas en el cielo y en la tierra. Yo oí muchas cosas en el infierno. ¿Cómo, entonces, soy yo loco? ¡Escuchen! y observen cuan razonablemente, cuan serenamente, puedo contarles toda la historia.  
Es imposible decir cómo primero la idea entró en mi cerebro, pero, una vez concebida, me acosó día y noche. Objeto no había ninguno. Pasión no había ninguna. Yo amé al viejo. El nunca me había hecho mal. Él no me había insultado. De su oro no tuve ningún deseo. ¡Creo que fue su ojo! Sí, ¡fue eso! Uno de sus ojos parecía el de un buitre ― un ojo azul pálido con una nube encima. Cada vez que caía sobre mí, la sangre se me helaba, y entonces de a poco, muy gradualmente, me decidí a tomar la vida del viejo, y así librarme del ojo para siempre.  
Ahora éste es el punto. Ustedes me imaginan loco. Los locos no saben nada. Pero ustedes deberían haberme visto. Ustedes deberían haber visto cuan sabiamente procedí ―¡con qué cuidado! ― ¡con qué previsión, con qué disimulo, yo me puse a trabajar! Nunca fui más amable con el viejo que durante toda la semana antes de matarlo. Y cada noche cerca de la medianoche giraba el picaporte de su puerta y lo abría, ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando había hecho una apertura suficiente para mi cabeza, ponía una oscura linterna sorda toda cerrada, cerrada para que ninguna luz saliera, y entonces metía mi cabeza. ¡Oh, ustedes habrían reído al ver cuan hábilmente la metía! La movía lentamente, muy, muy lentamente, para no perturbar el sueño del viejo. Me tomó una hora poner mi cabeza entera dentro de la apertura hasta poder ver como él yacía sobre su cama. ¡Ja! ¿habría sido un loco tan inteligente como para hacer esto? Y entonces cuando mi cabeza estaba bien dentro del cuarto abrí la linterna cuidadosamente ― oh, tan cuidadosamente ― cuidadosamente (ya que los goznes crujían), la abrí apenas tanto como para que un único rayo delgado cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches, cada noche sólo a la medianoche, pero encontraba el ojo siempre cerrado, y así era imposible hacer el trabajo, porque no era el viejo quien me vejaba sino su Ojo Perverso. Y todas las mañanas, cuando el día irrumpía, iba con audacia a su cuarto y le hablaba valientemente, llamándolo por su nombre en un tono cordial, y averiguando cómo había pasado la noche. Entonces pueden ver que tendría que haber sido un viejo muy profundo, en verdad, para sospechar que cada noche, cerca de las doce, yo lo observaba mientras dormía.   
Hacia la octava noche fui más precavido que lo común en abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez que mi propia mano. Nunca antes de esa noche había sentido el alcance de mis propias facultades, de mi sagacidad. Apenas podía contener mis sentimientos de triunfo. Pensar que allí estaba yo, abriendo la puerta poco a poco, y él ni siquiera soñaba con mis actos o pensamientos secretos. Casi reí con la idea, y quizás él me oyó, ya que de repente se movió en la cama como alarmado. Ahora ustedes pueden pensar que di marcha atrás ― pero no. Su cuarto era tan como negro como la brea con la pesada oscuridad (las persianas estaban bien cerradas por el miedo a los ladrones), y por eso sabía que él no podía ver que la puerta se abría, y seguí empujándola constantemente, constantemente.  
Entré mi cabeza, y estaba por abrir la linterna, cuando mi pulgar se resbaló sobre la lata que la cerraba, y el viejo saltó en la cama, gritando, "¿Quién anda ahí?" 
Me quedé muy quieto y no dije nada. Durante una hora entera no moví ni un músculo, y mientras tanto no lo oí acostarse. Todavía estaba sentado en la cama, escuchando; al igual que yo lo he hecho noche tras noche escuchando los relojes de la muerte en la pared.   
En un momento, oí un suave gemido, y supe que era el gemido del terror mortal. No era un gemido de dolor o de pena ― ¡oh, no! Era el sonido sofocado que se levanta desde el fondo del alma cuando ésta se sobrecarga de temor. Yo conocía bien el sonido. Hace algunas noches, justo a medianoche, cuando todo el mundo dormía, ha brotado de mi propio pecho, profundizando, con su tremendo eco, los terrores que me enloquecían. Digo que lo conocía bien. Yo sabía lo que el viejo sentía, y lo compadecí aunque en mi corazón riera. Sabía que él había estado despierto desde el primer ruido débil cuando se había vuelto en la cama. Sus temores habían estado creciendo en él desde entonces. Había tratado de imaginarlos sin causa, pero no podía. Se había estado diciendo a sí mismo, "No es nada, es el viento en la chimenea, es sólo un ratón corriendo en el piso," o, "es un grillo que ha cantado sólo una vez." Sí, se había tratado de confortar sí mismo con estas suposiciones; pero fue todo en vano. TODO EN VANO, porque la Muerte aproximándose a él, lo había acechado con su sombra negra y había envuelto a la víctima. Y era la influencia fúnebre de la sombra no percibida lo que le hizo sentir, aunque no veía ni oía, sentir la presencia de mi cabeza dentro del cuarto.  
Cuando hube esperado un largo tiempo muy pacientemente sin oír que se recostara, resolví abrir un poco ― una muy, muy pequeña rendija en la linterna. Así la abría ― ustedes no pueden imaginar qué tan sigilosamente, sigilosamente ― hasta que al fin un único rayo tenue como el hilo de una araña se disparó desde la rendija y cayó sobre el ojo de buitre.  
Estaba abierto, bien, bien abierto, y me puse furioso al observarlo. Lo vi con perfecta precisión ― todo un azul sombrío con un horrendo velo encima que heló la misma médula de mis huesos, pero no pude ver nada más de la persona o cara del viejo, ya que había dirigido el rayo como por instinto precisamente sobre el punto maldito.  
¿Y ahora, no les he dicho que lo que ustedes confunden con locura no es sino la hiperestesia de los sentidos? ahora, digo, vino a mis oídos un sonido apagado, sordo, penetrante, así como el de un reloj envuelto en algodón. Reconocí ese sonido también. Era el golpeteo del corazón del viejo. Aumentó mi furia como el golpeteo de un tambor estimula al soldado en el coraje.  
Pero aún así me contuve y me quedé quieto. Apenas respiraba. Sostuve la linterna inmóvil. Traté de mantener lo más firmemente que pude el rayo sobre el ojo. Mientras tanto el compás infernal del corazón aumentó. Creció más rápido y más rápido, y más fuerte y más fuerte, cada instante. ¡El terror del viejo debe haber sido extremo! Se hizo más fuerte, digo, más fuerte cada momento! ― ¿me entienden bien? Les he contado que soy nervioso: y sí lo soy. Y entonces a la hora muerta de la noche, en el silencio terrible de esa casa vieja, un ruido tan extraño como ése me excitó a un terror incontrolable. Pero aún así, por algunos minutos más me contuve y me quedé quieto. Pero el golpeteo se hizo más fuerte, ¡más fuerte! Pensé que el corazón iba a estallar. Y ahora una inquietud nueva se apoderó de mí ― ¡el sonido sería oído por un vecino! ¡La hora del viejo había llegado! Con un gran alarido, abrí la linterna y salté dentro del cuarto. Él gritó una vez ― solamente una vez. En un instante lo arrastré al piso, y tiré la pesada cama sobre él. Entonces sonreí alegremente, al ver el acto tan bien hecho. Pero por muchos minutos el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Esto, sin embargo, no me molestó; no podría oírse a través de la pared. En algún momento cesó. El viejo estaba muerto. Saqué la cama y examiné el cadáver. Sí, él estaba muerto, bien muerto como una piedra. Puse mi mano sobre el corazón y la mantuve allí varios minutos. No había pulsación. Bien muerto como una piedra. Su ojo ya no me molestaría más.
Si todavía me creen loco, ya no lo pensarán cuando describa las precauciones sabias que tomé para el ocultamiento del cuerpo. La noche pasaba, y trabajé rápidamente, pero en silencio. Lo primero que hice fue desmembrar el cadáver. Corté la cabeza. Después, los brazos. Después, las piernas.
Levanté tres de las tablas del piso del cuarto, y deposité todo entre las maderas. Luego reemplacé las placas tan hábilmente tan hábilmente, que ninguno ojo humano ― ni siquiera el suyo ― podría haber detectado algo fuera de lugar. No había nada para lavar ― ninguna mancha de ningún tipo ―ni un rastro de sangre―. Había sido demasiado cuidadoso para que eso ocurriera.
Cuando había llegado al fin de estas labores, eran las cuatro en punto ―aún oscuro como a medianoche. Cuando la campanada señaló la hora, hubo un golpe en la puerta de calle. Bajé para abrir con el corazón alegre, ―porque ¿qué había de temer yo ahora? Entraron tres hombres, quienes se presentaron, con perfecta suavidad, como oficiales de policía. Un grito había sido oído por un vecino durante la noche; la sospecha de algún crimen se había despertado, la información había llegado a la oficina de la policía, y ellos (los oficiales) habían sido enviados para investigar las propiedades.
Sonreí, ― ¿porque qué había yo de temer? Les di la bienvenida a los caballeros. El grito, dije, fue mío en un sueño. El viejo, mencioné, había partido al campo. Llevé a mis visitantes por toda la casa. Los invité a que buscaran ―que buscaran bien. Los conduje, en un momento, a su habitación. Les mostré sus tesoros, seguros, inalterados. Con el entusiasmo de mi confianza, traje sillas al cuarto, y les rogué que descansaran aquí de sus fatigas, mientras yo mismo, con la osadía salvaje de mi triunfo perfecto, coloqué mi propio asiento en el mismo lugar sobre el que descansaba el cadáver de la víctima.  
Los oficiales estaban satisfechos. Mis MODALES los habían convencido. Estaba particularmente tranquilo. Ellos se sentaron y mientras yo contestaba animadamente, charlaron de cosas familiares. Pero, mientras tanto, sentí que me iba poniendo pálido y deseé que se fueran. La cabeza me dolía, y me imaginé un zumbido en mis oídos; pero ellos aún estaban sentados, y aún charlaban. El zumbido se hacía más claro: hablé desenfrenadamente para conseguir librarme de lo que sentía: pero continuó y ganó carácter definitivo ― hasta que, en un momento, descubrí que el ruido NO estaba dentro de mis oídos.  
Sin duda que ahora me puse MUY pálido; pero hablé más fluidamente, y en voz más alta. Sin embargo el sonido aumentó ― ¿y qué podía hacer? Era un sonido APAGADO, SORDO, PENETRANTE ― MUY PARECIDO AL QUE HACE UN RELOJ ENVUELTO EN ALGODÓN. Me costaba respirar, y sin embargo los oficiales no lo oían. Hablé más rápido, más vehementemente pero el ruido constantemente aumentaba. Me levanté y argumenté sobre tonterías, en un tono alto y con gesticulaciones violentas; pero el ruido constantemente aumentaba. ¿Por qué no se iban ellos? Recorrí el piso de aquí para allá con pasos pesados, como si me excitaran a la furia las observaciones de los hombres, pero el ruido constantemente aumentaba. ¡Oh Dios! ¿qué PODÍA yo hacer? ¡Lancé espuma ― enloquecí ― maldije! Movía la silla en la que había estado sentado, y la hacía rechinar sobre las tablas, pero el ruido se levantaba sobre todo y continuamente aumentaba. Se hizo más fuerte ― más fuerte ― ¡más fuerte! Y todavía los hombres charlaban gratamente, y sonreían. ¿Era posible que no lo oyeran? ¡Dios Todopoderoso! ― ¿nada, nada? ¡Ellos oían! ― ¡ellos sospechaban! ― ¡ellos SABÍAN! ― ¡ellos se estaban burlando de mi horror! ― esto pensé, y esto pienso. ¡Pero cualquier cosa era mejor que esta agonía! ¡Cualquier cosa era más tolerable que este desprecio! ¡Ya no podía soportar más esas sonrisas hipócritas! ¡Sentí que debía gritar o morir! ― y ahora ―otra vez ―¡escuchen! ¡más fuerte! ¡más fuerte! ¡más fuerte! ¡MÁS FUERTE! ― 
"¡Villanos!" grité, "¡no disimulen más! ¡Admito el acto! ― ¡arranquen las tablas! ― ¡aquí, aquí! ― ¡es el latir de su horrible corazón!"

Traducción: Karina A. Macció

domingo, 22 de septiembre de 2013

Karina Macció en Suceso 7 - Flower Boys

Con música de Cam Beszkin, pastel de bodas, dos flower boys, anillos y tules, Karina Macció leyó algunos poemas de Mis peores poemas de amor.








viernes, 20 de septiembre de 2013

"Ulalume", Edgar Allan Poe



Dante Gabriel Rossetti


  Ulalume


                        I

Los cielos cenicientos y sombríos,
crespas las hojas, lívidas y mustias,
y era una noche del doliente octubre
del tiempo inmemorial entre las brumas,
era en las tristes márgenes del Auber,
el lago tenebroso de aguas mudas,
ante los bosques tétricos del Weir,
la región espectral de la pavura.

                         II

A solas con mi alma, recorría
avenida titánica y oscura
de fúnebres cipreses... con mi alma,
con Psiquis, alma que, al misterio turba...
Era la edad del corazón volcánico
como las llamas del Yanek sulfúreas,
como las lavas del Yanek que brotan
allá del polo en la región nocturna.

                        III

Pocas palabras nos dijimos, era
como una confidencia íntima y muda;
palabras serias, pensamientos graves
que la memoria para siempre turban;
no recordamos que era el triste octubre,
que era la noche (¡noche infausta y única!)
no recordamos la región del Auber
que tanto conoció mi desventura,
ni el bosque fantasmático del Weir,
la región espectral de la pavura.


                         IV

Y cuando la noche ya avanza
de estrellas al vago tremer,
al fin de la oscura avenida
un lánguido rayo se ve,
fulgor diamantino que anuncia
de fúnebre velo al través,
que emerge de nube fantástica
la Luna, la blanca Astarté.


                         V

Y yo dije a mi alma: «Más que Diana
ardiente, aquella misteriosa Luna
rueda al través de un éter de suspiros;
lágrimas de su faz una por una
caen donde el gusano nunca muere.
Para mostrarnos la celeste ruta
y el alma imperio de la paz Letea
atrás dejó al león en las alturas,
del león las estrellas traspasando,
del león a despecho, ora nos busca
y sus miradas límpidas y dulces
son las miradas que el amor anuncian.»


                         VI

Mas Psiquis dijo señalando al Cielo:
«La palidez de ese astro me conturba;
pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.»
Y de sus alas recogió las plumas
con intenso terror, y sollozando,
presa de pronto de invencible angustia
plegó las alas, hasta el polvo frío
lentas dejando descender las plumas.


                        VII

Y yo le dije: «Tu terror es vano,
sigamos esa luz trémula y pura,
que nos bañen sus rayos cristalinos,
sus rayos sibilinos que ya auguran
e irradian la belleza y la esperanza.
Mira: la senda de los cielos busca;
sigamos sin temor sus limpios rayos
que ellos a playa llevarán segura,
sigamos esa luz limpia y tranquila
a través de la bóveda cerúlea.


                       VIII

Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola,
de su mente aparté las inquietudes
y sus zozobras disipé profundas,
y convencerla que siguiera pude.
Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca
llegara! Al fin de la avenida lúgubre
nos detuvo la puerta de una tumba
(¡oh, triste noche del lejano octubre!)
nos detuvo la losa de una tumba,
de legendario monumento fúnebre.
¡Oh, hermana!—dije—¿Qué inscripción confusa
en la sellada losa se descubre?
Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba,
¡la tumba de tu pálida Ulalume!


                         IX

Quedó mi corazón como ese Cielo
ceniciento, como esas hojas mustias,
como esas hojas yertas y crispadas...
¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda
fué en esa misma noche cuando vine
al través del horror y de la bruma
aquí trayendo mi doliente carga...
¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna!
¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo
a esta región fatal de la tristura?
Bien reconozco el mudo lago de Auber,
y esta comarca que el horror anubla,
y el bosque fantasmático de Weir,
la región espectral de la pavura!





CLUB DE LECTURA

Coordinación: Cecilia Maugeri, Virginia Janza y Karina Macció.
Dirección General: Karina Macció
Lugar: Guarida Literaria de Siempre de Viaje
fbk: siempredeviajeliteratura
@siempre_deviaje

Tel.: 4867-5964 // 11 50 56 36 95

jueves, 19 de septiembre de 2013

¡¡¡Festejamos la primavera con una suelta de libros!!!




Te esperamos en Plaza Seca de Puerto Madero, Aime Paine 1165.
Estaremos con Viajera formando parte de la Feria Editorial.
Habrá música, lecturas y hermosos libros para llevarse. 
Un viaje completo. ¡Te esperamos!

"La vergüenza", por Victoria Soler


Penny Sipois


La vergüenza

¿Dónde sentimos la vergüenza? ¿En el rostro? ¿En las mejillas hirviendo sabiendo que todos ven nuestra cara roja y nuestras manos pálidas? En un baño público que no cierra bien la puerta, en la mesa familiar con una pregunta incómoda sobre mi sexualidad, en la facultad donde me ponen en evidencia mi falta de estudio, de compromiso, de inteligencia. La vergüenza está en todos lados. Está en el sexo opuesto cuando sonrío demasiado dando lugar a que él otro imagine. Está en las de mi sexo cuando me acerco demasiado pronto y vuelvo física o adolescente una nueva amistad, inadecuada para una “señora”. Está en la falta de sexo. Está cuando se enteran de mi falta de sexo. Está en el exceso de sexo cuando lo relato con naturalidad. Está en la cara de horror de las otras personas que me escuchan y quieren saber más y yo ya no tengo ganas de abrirme más. La vergüenza hierve la sangre de la cabeza y la metemos en un agujero bajo tierra para enfriarla. La vergüenza nos deja mudos, estáticos, como la pausa de la videocasetera, esperando que nadie haya visto lo que vio, o está por venir. La vergüenza está en la playa, cuando hay que exponer el cuerpo, estrenar una malla mojada, que seca nos quedaba bien, cuando las otras muestran su cuerpo al lado del mío, cuando las otras muestran sus bronceados y sus trajes de baño, cuando ellos me miran y las miran. La vergüenza está cuando la ola me baja el bretel de la bikini y se me ve un pecho, y crece cuando veo a mi primo que me está mirando el pecho y en realidad, ve una teta. La vergüenza aparece con mi jefe, con mis profesores, con mis amigas, con mis novios, con mis compañeras de trabajo, con el chico lindo del trabajo, con el vendedor de la librería, con mi papá, con mis suegros, con mi profe de gimnasia, con el taxista. La vergüenza nos atrapa y nos dice que estamos equivocados, que no somos perfectos, lindos, altos, rubios, genios, puntuales, increíblemente graciosos y deseables, envidiables y amables. La vergüenza se mira en el espejo del otro. Si estoy sola no aparece, no hay vara para medir. La vergüenza se sumerge en el mundo oscuro, baja la mirada para pasar desapercibida y rezar para que todos se olviden de lo que acabo de confesar, de que me encontraron eso en la cartera, de que me escucharon cuando me tiré un pedo, de que no me sé la respuesta. ¿Dónde siento la vergüenza? En los ojos del otro. En el cuerpo ajeno.

Victoria Soler.

Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de Lectura de Silvina Ocampo.




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