Voy
a hablarles de la experiencia de traducir En
caso de amor de Anne Dufourmantelle. No
siempre los traductores tienen este lujo. En general, los que
traducimos nos perdemos en el libro, apenas queda nuestro nombre, se
diluye. Por eso este encuentro es un lujo. Hablarles de lo que
implica la traducción es dar voz a un arduo trabajo de más de tres
años, intentando desplegar la forma en la que este libro, traducido
por primera vez al castellano, llega hasta sus manos.
Los
libros son mundos, y dentro de ellos, cada frase lo es, y dentro de
la frase, la sola palabra conlleva mundos. No me refiero a lo que
significa, quiero enfatizar lo que una palabra tiene adosado en cada
lengua, qué campos semánticos convoca, que bagajes culturales
descubre, qué recorridos propone.
Les
doy un ejemplo. La primera vez que presentamos En
caso amor hablé de la traducción como
dépaysement.
Justamente esta idea no tiene una palabra en castellano, tuvimos que
hacer una nota, explicar que se trata de una emoción que invade al
sujeto por efecto de una “ruptura”, puede ser “un
desplazamiento físico o interno”, “que torna extranjero,
exótico, el alrededor”.
Agrego:
la llegada de un libro que se despliega en una voz tan potente como
la de Anne Dufourmantelle es capaz de provocar ese cambio de aire, de
alterar un territorio.
Entonces,
¿cómo hacer para decir en castellano lo que dice Anne en francés?
Es
la pregunta básica de la traducción.
¿Cómo
se pasa de una lengua a otra?
Y
no se trata solo de los problemas más obvios como el que acabo de
citar, con dépaysement.
No, el problema es todo, el problema es el pasaje, el problema es
la traducción.
Dice
Borges “El
error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un
modo de sentir o de percibir el universo”.
Entonces,
intentamos poner en evidencia que del francés al castellano (de un
idioma a otro cualquiera) el salto es abismal, se requiere “un
sabio y un tonto” dice Isaac Bashevis Singer para acometer una
traducción. Sabiduría y tontería mezcladas.
La
historia de cualquier traducción tiene que ser la de sus
imposibilidades, y por ende, también
la historia de sus intentos, la de su incontenible deseo de arrimar
las lenguas, de buscar en sus fronteras. Nos aproximamos, nos
esforzamos, construimos, inventamos. Porque hablo de caminos posibles
y sus obstáculos, hoy quiero traerles un fragmento del capítulo “La
ciudad como territorio amoroso”.
Dice
Anne Dufourmantelle:
“La
ciudad es un territorio amoroso, lleva mucho tiempo darnos cuenta.
Para empezar nos paseamos con toda tranquilidad, con sus lugares
favoritos, sus lugares a evitar, los barrios poco concurridos, en
fin, toda una red interiorizada de calles y de recuerdos hojaldrados
desde la infancia y la adolescencia hasta el presente, allí donde
usted está.”
Imaginemos
que la ciudad de la que habla Anne es un libro, este libro.
Un
libro no es otra cosa que un mapa, que señala una biblioteca, una
ideología, una subjetividad hecha vocabulario, devenida sintaxis.
Una
ciudad, entonces, es un libro es un mapa.
El
espacio es esa “metáfora primera”, donde vamos creciendo,
inscribiendo nuestras experiencias. Esa red interiorizada viene
aparentemente de “afuera”, pero es conformada por nuestra lengua.
Cito
otro fragmento:
“Cuando
una ciudad es atravesada por un río, ella nos recuerda que ninguna
de nuestras construcciones, incluso la más magníficas, resistirá
en último lugar a un elemento libre: el agua, el aire, la tierra, en
su salvajismo. Habitualmente éstas son domesticadas, tamed, como
decimos en inglés, pero crueles tormentas y sismos pueden despertar
y destruir nuestros resguardos mejor construidos.”
Anne
está hablando de una imagen de la psique, de la conciencia.
Ahora,
hablo de En caso de amor
como ese territorio amoroso que la traducción pretende domesticar.
Sí, en un punto, la operación de traducir quiere salvar la
imposibilidad, el salvajismo, del pasaje de una lengua a otra, esa
catástrofe. Como todo proceso civilizatorio, oculta su barbarie, y
muestra su producción: otro libro. De uno hicimos por lo menos dos,
y podemos seguir multiplicando.
Borges
lo expresa con claridad: toda traducción es una traición al
original, que por eso queda anulado como tal. Las versiones posibles
coexisten y crecen.
La
historia de cualquier traducción debe incluir, punteada por sus
notas, un fallido registro de todo lo que se pierde.
Sin
embargo, esta pérdida es una ganancia, más que eso, descubrimos un
tesoro. Que las versiones se multipliquen es maravilloso. Que un
libro circule y encuentre sus lectores es lo que lo convierte en
libro. Porque si permanece cerrado, es un objeto mudo.
Un
libro abierto es un mundo, un organismo vivo. Se trata de un
encuentro, como hermosamente lo teoriza la misma Anne, en este caso
entre la escritura y sus lectores.
Por
eso, la historia de la traducción debe incluir al menos dos,
entredós (tela que se cose entre otras dos, textura mixta y
compuesta en un entre), no sólo por la evocación y el poder
significante de las lenguas en juego (dos que son múltiples, cada
una se espeja y extraña, se diversifica en otras, en un tronco u
origen inexistente), sino por los cuerpos que entrama y enfrenta,
cuerpos que ponen a su servicio todo lo vivido y aprendido.
Así
vamos palabra por palabra, estructura por estructura, componiendo la
sintaxis, hilando con extremada fragilidad el pasaje de una lengua a
otra. En ese trabajo de orfebrería, inclemente a veces (de pronto la
oración se volvía de piedra en castellano, se achataba, se apagaba,
quedaba muda), la prosa en francés de Anne Dufourmantelle se
levantaba como olas, imponentes, rítmicas, precisas en el doblez de
su cresta, en el armado conceptual, en la filigrana figurativa y a la
vez analítica, impactándonos con la exuberancia del sentido, con el
hallazgo de la forma.
Cito
del mismo capítulo:
“Estas
orillas [las que son azotadas por los elementos libres] son en parte
“fuera de la ciudad”, como los alrededores de nuestra conciencia,
en los márgenes, allí nos devenimos enamorados, y nos descubrimos
capaces de no importa qué (…) Cuando una ciudad domestica
enteramente sus orillas ella es… quién sabe, tal vez esté
poéticamente perdida.”
En
la frontera, en el borde azotado, en ese afuera donde lo uno y lo
otro chocan, se encuentran, se enamoran?, ahí construimos la
traducción.
Desde
la pérdida con la esperanza de ganar un territorio en otra lengua
para En caso de amor,
con el deseo de que lo poético, tan presente en la voz de Anne,
persista, con su opacidad y su brillo, viajamos, llevando este libro
a otra lengua, a otras ciudades, hasta ustedes.
“El
desorden de las orillas es importante como el borde de nuestro ser en
el mundo, de esos estados de vigilia entre sueño y conciencia. Por
esto, hace falta que la realidad esté lista -encuentro, duelo,
guerra- y nos deporte suficientemente de nuestro centro de gravedad,
de nuestro “barrio” de origen, para sacarnos de casa
definitivamente.”
La
historia de toda traducción incluye necesariamente nuestra propia
aventura, la de quienes estamos leyendo.