La noche alumbraba la noche
la noche densa
la noche melosa
alumbrada
relajada
en la noche de la noche
la noche más profunda
inmensa
vasta
de vastedad absoluta
tan vasta como células hay en la piel
la noche
melosa
vasta
dérmica
alumbrada en la noche
vasta
melosa
melosa
de esta noche
tan noche de noche
extrapolada
amalgama de noches y noches
la noche alumbrada de sí
de esta tan imprescindible noche
noche de noches
sin tiempo
superlativa
Marcela Manuel, 2016.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes.
Siempre de Viaje - Taller de escritura y lectura, edición de libros-objeto y pliegos artesanales, lecturas de poesía, producción de eventos culturales.
martes, 31 de enero de 2017
domingo, 29 de enero de 2017
Esencia * Franco Vignati
“Su plenitud es precisamente la de un espejo,
que simula estar lleno y está vacío;
es un fantasma que ni siquiera desaparece,
porque no tiene ni la capacidad de cesar”.
Jorge Luis Borges
Si
tuviera que hacer una comparación sobre mi situación actual, podría
decirse que soy como una reina. Disfruto de un estado contemplativo
cual gobernante sentada en su trono. El mío, de un gastado
terciopelo marrón. Unos parches a los costados, de colores muy
variados. Un almohadón en mi espalda, cosa que no sea muy incómodo.
Deambulan y cumplen mis caprichos unas muchachas con vestidos blancos
y lisos. Son muy amables conmigo, y yo intento ser igual. Aunque rara
vez cruzo palabra con ellas, se quedan escuchando alguno de mis locos
relatos.
Me
siento en una vida de recuerdos, y memorias confundidas. Inmersa en
una constante punto muerto en mi mente. A veces estoy bailando al
compás de una milonga en el club del barrio; o estoy jugando con el
milagro que pude dar a luz; otras dando mi primer beso. Todos esos
momentos los vivo por primera vez, con un cierto sabor a deja vu en
las imágenes, no en las emociones. Ésas sí son hermosas e
irrepetibles.
Cada
tanto me visitan extraños, y me recuerdan su existencia. Sus rostros
y tonadas se me hacen familiares, pero nada especial. A veces viene
un joven muy parecido a mi hijo, pero más pequeño, como si jamás
hubiera crecido. Me recuerda cuando le tejía bufandas, mientras
tomábamos el café con leche por la mañana. ¿Pero de que estamos
hablando señores? Si jamás en mi vida aprendí a tejer. Por favor,
esas son cosas de viejos, como los que deambulan en mi casa, que
aunque no es mi hogar, me hacen sentir como si lo fuera. Intentan que
no esté tan sola.
Se
proclama el silencio. Una pausa prolongada que no puedo calcular, y
la siento eterna. No pienso. No registro. Apenas respiro. Puro
instinto rebajado a esa única acción que preferiría evitar. Luego
vuelvo.
Me
pregunto a veces qué es real y qué no. Cuando estoy viviendo, o que
sucede en mis sueños o esas pausas que preceden o anticipan un
pensamiento o frase. Suelo imaginar que viajo a esa pintoresca
confitería en Callao y Rivadavia, donde el amor se escondía entre
el humo de un cigarrillo y el olor de un cortado. Dándonos la mano,
convertíamos las horas en segundos, pues no parecía tiempo
suficiente el que pasábamos mirándonos. Hablándonos. Queriéndonos.
Ahora cada tanto viene a visitarme, y volvemos a mirarnos. Hablar ya
se volvió cosa del pasado.
Siento
que mi vida es una emoción tras otra. No hay un solo momento en el
cual no sienta haber vivido alguna vez. Cuando tuve que acompañar a
su primer día de jardín a Facundo, y soltarle la mano parecía un
acto que no estaba premeditado. Pues lo llevé por primera vez muchas
veces, y ese frio que deja cuando no siento su suave mano por mi
palma jamás se va. Sucede algo similar con mi compañero. Cuando lo
despido en aquella tarde de otoño me invade la angustia. No pude
soltarle la mano, y aún así no siento la mía cálida. Lo que era
un suave terciopelo, se vuelve una áspera e incómoda arpillera. Es
inevitable el hecho de empaparlo de lágrimas. Ese trono que levanta
barrotes tan fríos como una caricia sin cariño, y puedo comprender
que mis visitas a la confitería son solo un juego, un fantasma que
pasa y que no puedo evitar. Me visita cuando estoy mal, cuando puedo
verlo con claridad.
¿Cuántos
años tengo? Si por momentos corro, otros gateo, y de vez en cuando
no puedo ni ponerme de pie sin que mis músculos se tensen. Con
frecuencia me pregunto si son recuerdos, o vivencias en tiempo real.
Si alguna vez tomé aquel café, o amé con locura a ese hombre. Me
pregunto si tuve realmente un hogar, o si alguna vez estuve fuera de
aquí. Me pregunto a veces si mi cuerpo alguna vez se despegó de
este terciopelo gris. Me pregunto a veces cuándo me marcharé. Me
pregunto, a veces.
Franco Vignati, 2016.
Franco Vignati, 2016.
viernes, 27 de enero de 2017
Javier Pizarro * El texto del año
Uno de los puntos más sensibles en la vida de un adulto es el sueño, de nuestros hijos. Noche tras noche, pensamos lo impensable con tal de conseguir que los infantes se duerman en los horarios mentalmente sanos para las personas de bien que habitan éste y cualquier otro rincón de la galaxia.
La clásica escena es tenerlos dormidos en nuestros brazos (sí sí, pedagógicamente está mal, pero es lo que hay). Mantenemos tensión, ritmo de respiración, cadencia de movimientos. Todo debe sostenerse en un perfecto equilibrio. Cualquier cambio podría alterar el orden natural del sueño y llevarnos al punto sin retorno de la vigilia. Con exagerada lentitud buscamos depositarlos en su lecho. Alcanzamos el colchón. Su cuerpo logra la perfecta horizontalidad. A continuación la parte más difícil: salir del cuarto llevándonos nuestras extremidades superiores, ahora atrapadas entre el colchón y el pequeño. Siempre que estamos llegando al éxito de esta práctica, aparece algo: el maldito reloj marcando que son las 12, un torpe codo golpeando la baranda de la cuna, un celular que suena (en la calle, no importa… SUENA), un estornudo contenido, una mosca que vuela. ¡UN CABELLO QUE SE PRECIPITA HACIA EL SUELO!
Los gritos y el llanto nos ponen sobre aviso: esto ha sido el primer round.
Con todo lo traumático que puede ser esta rutina para un adulto, no tiene comparación con la sensación de desamparo que se experimenta al comprobar que luego de luchar contra viento y marea para que el pequeño concilie el sueño, el destino nos impone que nuevamente debemos entrar a su cuarto.
En un estado de absoluta resignación, lo primero que se nos ocurre, es que la incursión debe realizarse en completa oscuridad. Esto es para evitar que la luz LO despierte. Porque sabemos que si se durmió y se despertó, volver a dormirlo, será mucho, pero mucho más trabajoso.
Entonces, nos ubicamos en la puerta, del otro lado de la frontera, nos descalzamos porque de esta forma también minimizaremos el ruido de los pasos. Descubrir nuestros pies envueltos de una media que absorberá cada partícula sonitiva nos transporta, nos materializa en un YO desconocido hasta este momento. Somos los ninjas del hogar. Una suerte de héroe anónimo que se mueve sigilosamente entre las sombras, como si no existiera, como si fuera una brisa. La onda de un pensamiento apoyado en el aire en busca de cumplir su único objetivo.
Estamos listos, ágiles y valientes. Nuestra mano envuelve el picaporte de esa puerta que nos separa de la próxima aventura. La abrimos con esmerada lentitud. Sabemos que tenemos contados segundos antes de volver a cerrarla desde adentro, para ubicar a la distancia la “cosa” olvidada.
Avanzamos sigilosamente.
Alrededor del tercer paso, nos damos cuenta de nuestro error: ingresar descalzos. Cuando no le damos una patada a la mesa de actividades, descansamos nuestro peso sobre alguna pieza angulosa de madera o sobre algún juguete de goma (de esos que chiflan cuando sacan aire y chiflan más cuando entra). Todo esto si es que tenemos la fortuna de no triturar algún juguete de plástico que en su ejercicio de inmolación se vengará dejándonos la planta del pie llena de pedacitos incrustados. Con el primer paso fallido, comienza el efecto en cadena y sabemos que indefectiblemente que el siguiente será más escandaloso que el anterior.
Si la criatura no se despertó por el estridente concierto, seguramente lo hará cuando reconozca nuestra voz, arengando una variada y surtida colección de epítetos y guturalidades en múltiples idiomas, todos a la vez.
Poco importa, para qué entrábamos. Nos reconocemos víctimas del perverso juego de la vida, esa gran oca omnipresente que nos devuelve a un primer casillero que dice: "debés dormir a tu hijo antes de continuar la partida".
Javier Pizarro, 2016.
Fragmento del libro Paternidad se estrena.
jueves, 26 de enero de 2017
Enigma * Gabriela Aristegui
Contemplamos retazos
incluso en el todo absurdo que parecemos ser
Miramos solo una porción del otro
un ojo
un dedo
una pestaña
Mientras la uña va creciendo
preparándose para desgarrar
quién sabe cuándo
quién sabe cómo
quién sabe dónde
¿Quién Sabe?
Gabriela Aristegui, 2017.
miércoles, 25 de enero de 2017
Escribo * Marcela Manuel
Escribo
escribo
escribo
estribo tribal
banal
al hueso
escribo
respiro
escribo
palabras
respiro
palabras
te miro en palabras
escribo
te miro
te escribo en palabras
escribo
en palabras
un mundo
escribo
escribo
escribo
un mundo
Marcela Manuel, 2017.
El texto del año * Karina Macció
Me decís el texto del año
En mayo casi no dormí
Enumeración
Te enfermaste
Qué es un texto
Balance
Qué es un año
Perdiste un diente, perdiste otro diente
La ropa te queda chica
Hacer cuentas
1 millón 453 mil 587 preguntas realizadas
Tu voz chiquita enlazando palabras
Bérgamo
No puedo contar las veces que nos dijimos
Te amo
Qué?
Te amo
Qué dijiste?
Nada
París
Je t’adore
Saqué tantas fotos para vos
Shakespeare and Co
donde escribimos en una cama rodeada de bibliotecas con un piano mirándonos
Marché de la Poésie
El momento justo en el que tus ojos son galaxias en eclosión
Tu voz cuando se deshace en mi oreja
Lluvia de estrellas
Esplendor
Lago di Como
Miles de cartas escritas y enviadas
AmorAtada
Tablero discursivo
¿Quién sos?
Infinitas líneas en el Messenger
Tomo todo Dejo Nada
El momento exacto en el que me rompiste el corazón
Como si en cámara lenta pudiera ver el vidrio dibujar una telaraña
La expansión de rotura en círculos duros
El pecho partido
Temblar
Abrirse
Llorar a cántaros
Esa mañana impensable cuando posaste tu mano en mi espalda
Te voy a tocar
Me quedé quieta, el corazón en la boca
Pompeya
Las ruinas más bellas y morbosas
Camino al rayo del sol totalmente resfriada, afiebrada
I’m fucking happy
Naranja a pleno
Módulo traducción, una forma de supervivencia
Hacer agua a mares
Mojarte
Buscar que el límite de mi pierna izquierda se pierda en el límite de tu pierna derecha
Hacer como si nada cuando estalla la electricidad
Piel vibrada
Delirio en la luz que encandila
Milán
Personas andando en bicicleta con stilettos y trajes
Todo está arruinado, de ahí partimos
No vale la pena mirar a nadie más que a vos
Autostrada
Cargar nafta en una estación atravesando Italia y que Julia fuera una perfecta publicidad
Vamos a Verona
Nos enamoramos y el balcón de Julieta no existe
La luz de verano pinta nubes rosas
Tus dibujos ultradetallados
Creo que estoy soñando todo el tiempo
Moulin Rouge
Champagne
Una diatriba inolvidable sobre el sistema capitalista
Reina de las palabras
Sobre el fondo de las cosas
Dame agua
¿Tenés chocolate?
Todo lo que me gusta comer está en Francia y en Italia
Queso
Más queso
Diversidad de quesos
Vino tinto
La noche en la que parecía que habías perdido todo y yo me resistí
Cuando llego a casa Maaaaaaaamiiiiiiiiiiiiii
Sos una artista
Venecia
Todo inundado, un nocturno de Van Gogh
Andar en carretilla llevada por un vikingo irlandés
Andar en góndola y quedar hipnotizada
Capri, la ilusión
No podía creer que lo estaba pasando
Suculentas y cactus
Fucsias o pendientes de duquesa
Orquídeas salvajes
Quedarnos en el balcón hablando y hablando
Helados de gustos exóticos
El río Paraná, un árbol blanco que parecía nevado y el sol derritiéndose
Sueño con África
Soy tu animal descubierto
Estás más sexual
Tu risa se escucha apenas entrás
Sólo quiero abrazarte
Upa navideño
Papá Noel sos vos
Soy creyente dudosa
Escribo
Te cuento
El tiempo es el capricho eterno
Olvidate
Una Navidad en el Tigre
Que el té sea un rubí en una taza de florcitas y borde dorado
Leerte
Inventar una lengua para esta intensidad
Sale una luna enorme, rojísima, en el ventanal de la Guarida mientras estamos escribiendo
Luna Poe, susurro
Luna Poe, convoco
En tu deslumbre provocador nos dejamos nombrar.
Karina Macció, 2016.
martes, 24 de enero de 2017
Haciendo lo que ya no importa * Mariana Avendaño
Despertar de un baile oscuro.
Un sonido cálido, reconfortante de lejos, perdido.
Muñecas de cera danzan en un bosque
entre algunos pájaros que se desvanecen. La muerte cobra vida. Lo
vital se diluye. Que suene bien, perdí.
Pude haber creado un mundo
maravilloso. Pero no supe.
Nadie asistirá a mi
entierro. Yo tampoco estaré ahí.
Ninguno me pidió lo que le
fue concedido. Todo lo di por vanidad, egoísmo.
Siquiera yo supe qué quise decir
durante el transcurso de mi vida.
Ahora no importa.
Mariana Avendaño, 2017.
Texto escrito a partir de una consigna del Taller Oulipo de verano. La autora tomó un poema de Alejandra Pizarnik, realizó un Inventario de sus verbos y creó un nuevo poema respetando orden y conjugación.
lunes, 23 de enero de 2017
Alivio
Quiero
dormir
entrar
en letargo
no
sentir.
Llevar
mi respiración a suspiros
con
intervalos
distantes
más
distantes
exhalando
mis lamentos
ahogándolos
distrayéndolos
disfrazarlos
de nube
ponerles
un sol detrás
dibujarles
rayos
soplar,
soplar y soplar
hasta
que ese maldito clamor
se
aleje
se
olvide de mí
me
sosiegue.
Poder
camuflar mis lágrimas
teñirlas
de verde
que
se deslicen por mi rostro
y
cuando lleguen a la boca
sean
perlas de menta
complacientes
frescas
pero
intensas
presentes
que
cada bocanada de aire
desarme
ese nudo en mi garganta
calme
el dolor
aliviane.
Alejandra Ligia
Malvotti, 2016.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
Vladimir Karnachev |
jueves, 19 de enero de 2017
Pero las ratas no sueñan * Georges Perec en OuLiPo de verano
Te ves, te ves verte, te miras mirarte. Aunque te despertaras, tu visión permanecería idéntica, inmutable. Aunque lograras añadirte miles, millones de párpados, estaría todavía , detrás, ese ojo, para verte. No estás dormido, pero el sueño ya no vendrá. No estás despierto y no te despertarás jamás. No estás muerto y ni siquiera la muerte sería capaz de liberarte.
¡Libre como una vaca, como una ostra, como una rata!
Pero las ratas no luchan por conciliar el sueño durante horas. Pero las ratas no se despiertan sobresaltadas, muertas de pánico, empapadas en sudor. Pero las ratas no sueñan y ¿qué puedes hacer contra tus sueños?
Georges Perec, Un hombre que duerme.
Georges Perec en Oulipo de verano
Valgo * Mercedes Marcer
Anoche soñé con vos.
Caminaba por una playa.
La arena se incrustaba en mis pies descalzos. Los granos gruesos
dolían. La oscuridad reinaba. Grité un nombre distinto al tuyo. No
era a vos a quien buscaba.
Él no aparecía.
Desesperación: el
miedo nutría todas mis células. Frío, lluvia, susurros
desconocidos. Quería correr pero los músculos no obedecían,
necesitaban de él para moverse.
Mis extremidades
comenzaron a ser atadas con sogas invisibles. Intenté un grito que
se perdió en el aire. Lluvia de cuchillos. Olí la sangre,
discurría. Giré la cabeza hacia un costado, el autor de la masacre
miraba indiferente.
Cerré los ojos.
Tus manos fueron el
rescate. Desatabas todos los nudos, suturabas cada incisión. No
había pasado el tiempo en tu rostro. Esos ojos compasivos, esa
sonrisa con la que nos despedimos hace cinco años.
La arena ya no dolía. Podía oír el mar. El sol entró en escena. Había luz, había claridad. Un abrazo igual que el de nuestro comienzo puso fin al sueño.
La arena ya no dolía. Podía oír el mar. El sol entró en escena. Había luz, había claridad. Un abrazo igual que el de nuestro comienzo puso fin al sueño.
Te reviví para
convencerme: Valgo.
Mercedes Marcer, 2016.
Texto producido a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.
Mercedes Marcer, 2016.
Texto producido a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.
miércoles, 18 de enero de 2017
Ruidos, de José Lupia * Publicado en la revista "Cruz Diablo"
Abro los ojos en medio de la noche y comprendo el espanto que
interrumpe mi sueño: los ruidos de las máquinas han cesado.
Se escucha silencio. Un silencio de cementerio superpoblado de
muerte, una ausencia de sonidos que espantaría a cualquiera.
Me incorporo y mis pies descalzos caminan sin protegerse sobre el
piso de madera. Bajo las escaleras y llego al comedor. Advierto el
finísimo hilo de sangre que deja mi andar. De un tirón, retiro la
astilla de la planta de mi pie izquierdo. Arde. No hay tiempo para
mayores cuidados, así que sigo mi camino envuelto en una niebla
extraña, como cuando vivimos una tragedia y actuamos sabiendo que
esos actos no saldrán jamás de nuestra mente.
Así abro la puerta. No me importa mi aspecto nocturno, ni la sangre
de mi pie, ni el frío del invierno. El único sentido fiel es el que
me informa del silencio, el que me alerta sobre la ausencia de
ruidos.
Cruzo la calle.
A medida que me alejo de la casa y me acerco a la fábrica, el miedo
crece. De la nada sale un hombre, de la noche, de la niebla de la
noche sale un hombre. Un mameluco azul oscuro repleto de manchones
negros y unos borceguíes marrones son su vestimenta. Apenas puedo
adivinar los contornos de un rostro que permanece oculto en la
sombra. Viene a mi encuentro. Habla:
—¿Cómo está señor? Lo estaba esperando.
—¿Por qué debería esperarme a mí? —respondo con cierta
hostilidad.
—Porque usted es el vecino. Y ya se sabe que cuando las máquinas
se detienen, el vecino llega. Es casi un dicho que tenemos en la
fábrica.
Lo miro con incredulidad. Sin entender del todo sus palabras. Sin
comprender, en realidad, nada de lo que está ocurriendo. Espero una
explicación mayor y el hombre parece dispuesto a darla; al menos
continúa hablando:
—La última vez que las máquinas se detuvieron pasó lo mismo. Fue
hace mucho ya. El hombre que habitaba la casa en donde usted vive
ahora, se acercó muerto de miedo, desesperado por el silencio,
tiritando de frío, como usted.
—¿Y quién le dijo que yo estoy desesperado por el silencio?
—agrego con ánimos de pelea.
—Su cara me lo dice. No se preocupe señor, a mí no tiene que
explicarme nada—continua con un tono complaciente que me enerva
pero, al mismo tiempo, me salva.
—¿Por qué pararon los ruidos? —lanzo cortante.
—Mire, no se alarme. Mañana mismo vuelven. Es que cada diez años
tenemos que parar las máquinas. Mantenimiento que le dicen.
—¿Y mañana vuelven?
—Se lo aseguro. Mañana vuelven. Ahora, qué cosa increíble eh.
—¿Qué cosa es increíble? —digo con nueva prepotencia.
—Usted viene desesperado a la madrugada porque pararon los ruidos y
me pregunta qué cosa es increíble.
—Es que sin los ruidos.
—Sin los ruidos…
Yo debo terminar la frase. Lo sé. Y siento que el silencio se adueña
de todo y entra en mi cuerpo llenando de muerte mis arterias. Un
cementerio superpoblado ¡Eso! Una manifestación de muerte que en
vez de gritar, silencia, calla, hace vacíos, huecos en la tierra en
donde ríos de sangre buscan su curso. Ríos de sangre ¡Eso! ¡Eso!
Entonces exploto en llanto como un niño, un niño que se levanta en
medio de la noche porque un trueno lo ha despertado. Igual, pero al
revés.
El hombre se acerca e increíblemente abre sus brazos ofreciéndose.
Ridículo, ya lo sé, pero qué importa. Acepto su oferta. Apoyo mi
cara en su pecho y entre llantos declarados con quejidos y hombros
temblorosos, pregunto:
—¿Cómo voy a dormir sin ruidos?
—Tranquilo, tranquilo —dice—. Ya sé. Ya lo sé todo. Pero es
sólo una noche.
—Y usted me da su palabra de que mañana vuelven.
—Todo igual a partir de mañana. Sólo tiene que aguantar esta
noche.
—Sólo una noche.
—Sólo una noche. Una larga noche.
—Ya veo. Escúcheme: ¿no se quedaría a hacerme compañía?
—pregunto ganando en entusiasmo—. Le puedo preparar un café.
Me responde una escandalosa risa. Una carcajada que crece de a poco
hasta encontrar un invisible punto límite luego del cual comienza a
ceder.
Separa su cuerpo del mío, recién entonces veo su rostro con
nitidez. Un escalofrío me recorre como un flujo tempestuoso. Apenas
si puedo disimular el espanto al contemplar la piel ajada, los ojos
pequeños demasiado oscuros, el cabello en mechones desparejos.
Tal vez para salvarme de ese momento, habla de nuevo:
—Usted tiene que pasar esta noche. Yo ya me voy. Cumplí. Terminó
mi horario.
Y nuevamente las risas mientras se pierde entre la bruma.
—¿Qué pasó con el anterior? —pregunto atropelladamente.
—¿Con el anterior?
—Con el que habitaba la casa antes de que yo llegara. ¿Qué paso?
—No todos pueden aguantar una noche sin ruidos. A propósito,
debería revisar ese pie. No vaya a ser cosa que termine mal por una
pavada. Mire que cuando la sangre empieza a salir…
—Pero contésteme —insisto, ya desesperado.
No hay respuestas. Nada se escucha. Vuelvo a estar sólo en medio de
la noche. Sin ruidos. Sin ningún maldito y salvador ruido.
Por supuesto que pienso en el anterior, en las habladurías sobre la
casa, la fábrica y los ruidos. Pero ya no tengo tiempo. Bajo la
vista y veo un charco de sangre rodeando mis pies, un charco más
grande de lo imaginable para una herida tan pequeña. Decido volver a
la casa. Me cuesta moverme porque mi pie izquierdo se hunde en la
tierra como si de arena se tratase. Hago un esfuerzo irracional.
Logró liberar el pie. Doy pasos lentos, arrastrándolo. Llego a mi
casa. Me desplomo sobre la primera silla que encuentro. Dejo la
puerta abierta lo que me permite mirar la fábrica. Su contorno
horroroso me conmueve, como si la estuviera viendo por primera vez,
como si la estuviera viendo con otros ojos.
Suplico por ruidos. Sé que es inútil.
Con asombro, veo la estela púrpura que mis pasos dejaron. Ya no es
un finísimo hilo, es un sendero que conecta los ruidos con la casa,
un lazo que comprendo irremediable. Como un río, pienso, como un río
de sangre que ya encontró su curso.
José Lupia, 2016.
Este cuento obtuvo una mención en el concurso "30 Aniversario de la publicación de It".
Ha sido publicado en la revista "Cruz Diablo", diciembre de 2016.
Para leer la revista completa: https://drive.google.com/file/d/0B68bhg9qd0HpRFZuSl9uNUNwVXM/view
lunes, 16 de enero de 2017
Melancolía * Emma Argüelles
¿de dónde saliste?
¿te encontré o me buscabas?
¿cuánto nos perdimos?
no te esperaba
¿me creés?
Y mientras tanto te rebalso a besos, me
aprieto a tu aroma, acaricio tus susurros, saboreo tu mirada, nos
reímos de placer.
¿Siempre fuiste así, mitad oso, mitad
pez?
Yo te adoro ¿me querés?
Hoy miramos las estrellas, vi tu cara
en la luna, te soñé
¿es posible que seas tan brisa, tan
noche, tan sol, tan mundo?
Te respiro ¿me sentís?
Te leo ¿me cantás?
Y mientras tanto miro tu foto, soplo
panaderos, dibujo corazones, recuerdo tu perfume y quiero estar sola.
Sola con vos, todo el tiempo. Alejarme, extrañarte mucho, con pena,
con ansia, que duela. Esperar tus señales, ir a buscarte, sentirte
cerca. Tu presencia me rodea, me abraza, me deshace. Somos todo.
Vos-y-yo.
¿Puede un enamorado desenamorarse?
¿Es capaz de verte el alma y, de un
día para otro, hacerte invisible?
Temo que te pierdas en los recovecos de
tu miedo y te indigestes con mi hambre de darme.
¿Puede alguien serlo todo?
Y mientras tanto, escarbo la
cotidianeidad de nuestra rutina buscando destellos de extraordinario,
sólo para poder señalártelo, ver cómo tus labios se despegan
suavemente y morirme ahí -en esa milésima de segundo que yo siento
infinita- cuando se te asoma la sonrisa y tus pupilas dilatadas se
encuentran con las mías.
¿Siempre fuiste así, mitad raro,
mitad piedra?
¿Hace cuánto que te extraño?
Tus silencios ya no coinciden con los
míos.
¿No te gusto?
¿No me gusto?
¿Cuánto valgo?
Me soltaste la mano.
Vos acantilado, yo mar de lágrimas.
¿En serio? ¿No tenés explicación?
No te creo ni me importa.
¿Tan dificil es querer?
Y mientras tanto me escribo. Repito
historias. Ensayo finales: te mando a la mierda, te hago sufrir, me
obligo a esperarte. Deseo ser linda, alta y flaca, más tauro, más
mina, más fría, más algo. Deseo ser más. Menos yo. Ser yo no
alcanza. Y no entiendo cómo el Tiempo puede sanarlo y destruirlo,
todo a la vez.
¿Qué pensás que quiero?
¿No sabés que pido poco?
Me ahogan los pretéritos.
¿Es que ya está? ¿Ya fue?
Fuiste mis noches.
Ahora sos todo lo oscuro que me rodea.
¿Tan fácil es dejarme ir?
Solo quiero que alguien me vea.
¿Cuándo nos perdimos?
Y mientras tanto desespero. El recuerdo
de tus pupilas, tu aroma, tu canción, me abren la cicatriz que pensé
se había cerrado. Y todos los ‘gracias’ que alguna vez me
dediqué por animarme a quererte así, brotan de la grieta como
gritos horrendos de indefensión.
¿Siempre fuiste así, mitad arma,
mitad hielo?
¿Cuándo se cayó el velo con que te
abrigaba?
Tu voz suena amarga. Tus palabras se
pudren en mis llagas.
¿Por qué sacás las garras, hundís
las uñas, golpeas los sueños?
¿Desde cuándo acecha tu monstruosa
indiferencia?
¿En qué cueva, sin aire ni luz,
devorás los pedazos de mi inocencia?
¿Desde cuándo yo misma, soy tan otra?
Y mientras tanto, busco a tientas los
rincones para fingir abrazos. Me escondo bajo la cama para no sentir
el silencio entre las sábanas. Recojo, entre las sombras que me
aplastan, los restos de la masacre. Huesos deformados por ese calor
atómico que nos vaporizó mientras intentábamos amarnos.
¿Ya te vas?
Yo no voy a ninguna parte.
No quiero.
No puedo.
¿Te espero?
¿Te ruego?
¿Qué hago?
¿Me olvido?
Emma Argüelles, 2016.
sábado, 14 de enero de 2017
Darse cuenta * Mariana Avendaño
Lo que yo no quería.
Quedar ahí, pasar las horas,
volverlas eternas en efímera armonía.
Construyo un globo aerostático.
Quisiera ir a algún lugar que borre nuestra existencia física.
Tus ojos achinados, titilantes. La
noche pesada. Me siento mala al reconocer que te prefiero así,
indefenso.
Me despierto de madrugada. El calor
agobia, cada vez más. El aire de la noche arde.
Vos dormís, yo no puedo. Ese
costado de la cama te deja a mil kilómetros de mí.
Observo desnudo el tatuaje que ocupa
un cuarto de tu espalda.
No quedan noches en nuestros
cuerpos. Me rindo. No puedo más.
Estoy peleando una batalla. Sé que
perdí.
Mariana Avendaño, 2017.
jueves, 12 de enero de 2017
Cuervos * Maricel Witomski
Cuervos
ojos y órbitas
la mirada y una pregunta.
El silencio
espejos
los ojos y el retrato
el cuadro, el diván.
La mirada
una grieta
y los ventrículos, las válvulas
la necesidad, el aire, una bocanada
y las cuencas
esas pupilas.
Cuervos.
Maricel Witomski, 2017.
Poema obtenido a partir del ejercicio oulipiano Inventario propuesto por Jacques Bens. La autora aplicó la técnica sobre un poema propio.
miércoles, 11 de enero de 2017
Inventarios de Jacques Bens
Ya en diversas oportunidades (en algunos casos, de manera infantil) se constató que los hablantes de una lengua no hacen el mismo uso de todos los elementos del vocabulario. Hay quienes prefieren los sustantivos, otros los verbos, algunos incluso acumulan adjetivos o adverbios. Este fenómeno podría dar lugar a una clasificación en "familias" (los sustantivistas, los verbistas, los adjetivistas y los adverbistas), a comparaciones entre familias y entre los miembros de una familia. O sea: a una crítica finalmente basada en el materiales, concreto, ponderable, y no en consideraciones "estéticas", discutibles y nebulosas. (...)
Me he limitado a extraerlos sustantivos de algunos poemas. Así obtuve listados que he llamado Inventarios, en homenaje al Sátrapa Jacques Prévert. Estos listados tenían o no sentido, evocaban o no imágenes (que evocaban a veces el sentido y las imágenes de los poemas originales: entonces decidía, arbitrariamente, que el poeta era sustantivista); en el mejor de los casos, estos Inventarios accedían ellos mismos a la gloria del poema.
Fragmento de Inventarios de Jacques Bens, 1973.
Tomado de Oulipo, Ejercicios de literatura potencial, Caja Negra, 2016.
***
Ejemplo a partir de un poema de la dinastía T´ang.
La lluvia al amanecer, de Po Chu-I
Al amanecer chillan los grillos,
luego el canto cesa.
La moribunda llama del candil
oscila entre los aleros;
aunque las ventanas obstruyen
el turbulento polvo y la lluvia,
oigo el incesante goteo del agua
sobre las anchas hojas del bananero.
Lluvia y amanecer
Amanecer, grillos
canto
llama, candil.
Aleros
ventanas
polvo, lluvia
goteo, agua
hojas: el bananero.
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