Verona y Palermo
Te di mi amor sin que me lo pidieras
y aún quisiera dártelo de nuevo.
Julieta a Romeo
Una piedrita, despacito, no tan
fuerte, a ver si puedo, que pegue en la ventana de su cuarto, que la
despierte a ella pero no a los viejos, es ésa, no, ah sí, al primer
piso llego. Otra piedrita. ¿Y si tiro más? Total nadie me ve en
esta calle. Parece que se prendió una luz…
Ahí está parado, expectante,
después de haber pasado con la bici por Palermo, haber recogido las
piedritas rojas que rodean al parque, que por Libertador contrastan
con el verde de las palmeras, que arman esa coreografía de colores
que se ve tan linda de día, pero no de noche, pero no a las dos de
la mañana cuando estacionó la bicicleta y las fue levantando,
calculando su peso, estimando que no romperían nada, pero que harían
su tarea: despertarla y hacer que se asomara al balcón.
La noche se le estaba haciendo
insoportablemente larga, extensa, inmensa, inconmensurable. La cara
de Leyla, con esos enormes ojos negros que lo miraban y enamoraban,
no lo dejaban conciliar el sueño. No era excitación, era más bien
un revoltijo en la panza, en un lugar indefinible que se activaba de
una manera muy particular, como si la madre le estuviera poniendo
aquellos paños con alcohol que apaciguaban los dolores que tan a
menudo desolaban su intestino. Un calor que lo inundaba, que lo
llevaba de atrás para adelante, desde el amor materno hasta éste
que nacía y lo ahogaba, que nunca había vivido. Leyla, Leyla,
Leyla, tres veces, treinta y trescientas mil; se la topaba a cada
paso. Las caminatas de los últimos días, en la sombra de la
arboleda del parque, en la avanzada primavera que comenzaba a ser
vencida parcialmente por los primeros calores, pero aún dejaba
respirar. El sol que hacía de ella un espejismo en medio de las
rosas y los pequeños bustos del Rosedal.
Sentarse al borde del lago y ver
cómo se desplazan los botes, reman pero no se mueven, flotan en el
aire al ritmo de su corazón; no puede soltar los labios que acaba de
besar, que por fin entregaron el preciado botín que ansió por años
en el colegio, mientras sus amigos lo molestaban por su mirada
embobada.
Algunas piedritas caen de nuevo en
la calle, rebotan inútiles contra la reja del balcón. Ateo
declarado, Robert reza por acertar en el objetivo y ruega que Leyla
se asome, que la lucecita sea el anuncio de su aparición. Quiere ver
sus cabellos castaños, las ondas largas e interminables, como
aquellas madonas renacentistas, las de su Dueña, aquella por la cual
entregaría todo.
[Si algún lector no avisado, quiere
acusar a Robert por complicarse la vida a tan altas horas de la
madrugada, se le debe hacer notar que esta historia acaece antes de
la era de los celulares, en la cual él estaría chateando con ella y
sanseacabaría el problema. Pero esto sucede en los tiempos en que
los amores se barajaban frente a frente, con una carta enviada por
correo, y con los teléfonos (si es que se tenía uno en la casa), y
que de hacerlo sonar en un respetable hogar de familia, a aquellas
horas, habría sido el final de cualquier intento, porque los padres
de Leyla, se debe saber, aunque esté bien preanunciado en el nombre,
son de origen oriental y tienen pocas pulgas, en particular al padre,
quien hace rato que quiere que Leyla se busque un novio en la
comunidad, que sea un chico de tantas familias bien que los rodean en
el club, pero ella insiste con ese otro del colegio, que en
particular a su papá le cae muy muy mal. Pues bien, como decíamos,
que este padre irritable por su sangre tan hirviente, puede
constituir un peligro para la parejita en ciernes y la juvenil salud
y facha de Robert.]
Se parapeta R. debajo del balcón,
le parece que alguna otra luz se prendía en la casa y así llega a
crisparse al máximo. Los sonidos de los animales, que llegan por la
proximidad del zoológico, lo ponen en alerta. Esas cuadras de la
ciudad son salvajes, en particular por las noches, cuando los
enjaulados se sueltan, rugen por libertad como si pidieran vivir y
morir en su ley, no en la de los hombres. Cuando se mueve, puede
verla asomada, mirando a la calle desierta. En un camisón bellísimo,
de un color muy claro que la noche le impide definir, ella deja ver
desde el balcón, aquella hermosura que muchas veces Rob vio en sus
sueños. Se queda demudado, casi en éxtasis.
Se repone y susurra, buscando un
tono audible pero que no altere la quietud de la noche
—Leyla, pssst, psssssst.
Leyla logra verlo en la penumbra.
—Hola Robi, ¿qué hacés ahí?
¿Eras vos el que tirabas algo contra mi ventana?
—Sí, era yo…
—Ahhh, estaba asustada… No sabía
qué pasaba, pero ahora que te veo, siento que mi corazón late
fuerte, aún más sonoro que con el miedo que sentía recién por los
ruidos.
—No quise asustarte Ley…
—Robi, verte me enloquece.
—A mí me pasa lo mismo. No podía
más, necesitaba ver tu carita. Tenía miedo que algo te estuviera
pasando y yo lejos de vos. Tus hermosos ojos en la noche…
—Ay, Ro, vos sabés que mi papá
se enfurecería mucho si te viera acá. ¿Estás loco?
—Sí, pero de amor Leyla,
loquísimo de amor. ¿Te acordás lo que nos contaron cuando fuimos
de visita al zoológico?, ¿eso de los elefantes cuando pierden el
sentido?
—Sí, claro, el Am…
—Amok, la enfermedad de amor. Se
desbocan, no pueden controlarse y cuando están así entran en
estampida... Estoy igual, Leyla. No querría que tu padre intentara
algo que pusiera freno a esta relación. Tanto tiempo me gustaste.
Por años te quise cerca.
—Robi, me estás asustando.
También yo te amo, mucho, mucho, mucho, hasta el cielo. Ni la muerte
nos separaría. Amok, Amor, salir a lo loco, ay, escaparnos de
cualquier cárcel que nos quieran imponer nuestros padres. No
entienden nada de esto que nos pasa, de lo que sentimos.
—Leyla, cuánto te quiero. Amor,
sí… ¿Escuchás? Son las alondras que estas noches de primavera
anuncian que algo puede pasar.
—Robert, ¿qué decís?
—Sí, te digo que no hay como este
soni… Leyla, se prendió la luz del pallier del edificio, acá
abajo.
—Rob, escondete ya, no quiero
que te vean los vecinos, ¡por favor!
—No me pienso esconder. Sea quien
sea, quiero que sepa de mi amor.
—¡Robert!
—No me moveré de acá.
—¡Robert!
—Leyla, Leyla, esto no terminará
bien…
¿Qué es ese ruido? ¿Y ese
murmullo en el balcón? Ah no, Leyla otra vez haciéndose la Julieta
enamorada con ese Romeíto ahí abajo. Me acuerdo de haber haber
estado así de loco por una piba, pero éste pibe no entiende nada.
Ya le dije a Leyla que la quería lejos de él, así que le voy a dar
flor de susto. Me voy aparecer así como estoy, en este en pijama,
con cara de malo y muy enojado; no me importa nada, me cansaron.
Encima no tienen horarios. Ya le dije a Ley que esto no es Verona,
pero que si insiste será una tragedia sin venenos y esas cosas. La
voy a mandar a lo de la tía en Cordoba, sí, así se le pasa esta
fiebre de amor... Este ascensor de mierda no viene más. Bajo por la
escalera. No tendría que haber prendido la luz del pasillo; seguro
que ya se avivó, parece boludo pero no come vidrio. Ahí lo veo en
la puerta…
[Éste es el momento en que, si la
historia se hubiera desarrollado en Verona o en Grecia, la tragedia
habría sacudido la noche, pero en su lugar, el padre de Leyla, se
calma, se resigna cuando ve la cara embobada del adolescente, se da
cuenta de que mejor no armar un escándalo, aun cuando todavía le
hierve la sangre. Toma conciencia de que para evitar esta aventura
adolescente de su hija, debe tomar otra postura.]
A ver, entrá, ¿qué hacés ahí?
Subí que tenemos que hablar. No te preocupes por no hacer ruido,
igual la madre de Leyla duerme como un tronco ¡No sabés cómo
duerme! No tenés idea la manera en que ronca! Me parece que tenés
que llamar a tu casa. Avisá que no vas a volver ahora, ya es tarde
como para que andes dando vueltas. Bueno, entonces quedate a dormir
acá en el comedor. ¿está clarito? ¿Le pusiste una cadena a la
bici? Te repito, no sea cosa que no me hayas entendido: en el co me
dor vas a quedarte. Y Leyla, con vos hablo mañana. Ahora todos a
dormir, que no sé ustedes, pero yo me levanto temprano para ir a
trabajar.
[Final: Robert y Leyla, tal como
astutamente previó el padre, se pelearán por el mero desgaste que
impone el tiempo a las relaciones tan jóvenes, tan juveniles.
Leyla más tarde, se casará con un
miembro de la comunidad, tendrá cuatro hijos y se pondrá gorda como
su madre.
Leyla dormirá tan profundo, que su
marido nunca podrá despertarla en medio de la noche.
Jamás.]
Ricardo Czikk, 2014.
Texto elaborado en los talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de Lectura.