jueves, 30 de septiembre de 2021

Alegría * María del Carmen Sarquis

 


Alegría


Todo era alegría

alegría de vivir

vivir sin rencor

rencor sin alegría.


Alegría de tocarse

tocarse con sentimientos

jugar con la alegría de verse

verse y amarse

amarse con estupor.


Alegría al escribir

escribir las palabras

con alegría soñadora

quererse con alegría

no verse sin pensarse

pensar con expectativa.


La alegría de sentirse

de habitarme con amplitud

la amplitud que da alegría 

alegría de existir

la alegría siempre

de vivir pensando en la alegría de ser.


Estar, pensar, querer

y recobrar mi corazón

con alegría. 




María del Carmen Sarquis, 2021.




Aydoğdu


miércoles, 29 de septiembre de 2021

María del Carmen en Ventana a la escritura

 


Rojo


El color rojo me da frescura

alegría de estar siempre de rojo

vivir en colores

siembra la ilusión de ser

de ser qué

de ser quién

no lo sé. 



Quizás el color rojo

me devuelva la luz

el entendimiento

la locura de ser quien soy.



¿Quién soy?

Un ser que sueña

teñirse de rojo.


¿Qué significa?

Unidad, brillo, esplendor en mi cuerpo

mi boca se abre

y mi garganta la atraviesa

un rojo intenso 

que me busca

y necesita mis caricias. 


¿Qué me pasa con el rojo?


La vida pasa

porque es intensa.

El amor pasa 

porque nos acerca.

El fervor pasa

teñido de rojo

y deja rojas semillas para sembrar

con algarabía y tesón.


Bello rojo

cerca rojo

rojo intenso

acercate a mí pero con pasión

acercate a mí pero con amor. 



María del Carmen Sarquis, 2021.

#ventanaalaescritura



Aydoğdu


Martín Melman * La oscuridad de la mente cuando se apaga

 



La oscuridad de la mente cuando se apaga

La puerta de mi departamento se abre, ya estoy preparado para regresar. Pasaron días, semanas y meses, mi situación es otra pero sigo siendo el mismo. El cosquilleo en las manos delata que es la primera vez que entro desde ese momento fatídico que es un agujero en mi memoria. El olor a encierro flota en el ambiente, abro las ventanas sin pensarlo dos veces. Seis meses con el mismo aire, solo renovado por lo que ingresa a través del burlete roto. 

Cuando me mudaron, abrí los ojos y estaba en una cama que no era la mía. Solo sabía que quería regresar a mi hogar lo antes posible. Tenía las manos impedidas y con algunas cicatrices. Todavía sigo tratando de entender cómo fue que llegué a ese lugar. Pero hoy el tiempo pasó y mi vida cambió. Estoy listo.

Hago un paneo general de lo que muestra el living-comedor-cocina. Un reflejo de lo que era en ese entonces, aunque ahora se le sume la decrepitud de seis meses de inmovilidad. Me quedo fijo en la entrada y observo cada uno de los rincones y de los muebles. Mientras tanto me viene el recuerdo de la profesora Elena que nos enseñaba Historia con fotos. Las imágenes de Pompeya. Ver a las personas fosilizadas como testimonio para reconocer una cultura que durante mucho tiempo se había mantenido oscura. O, por lo menos, eso es lo que nos hicieron creer.

Mi Pompeya tras ese Vesubio letal: Arriba de la mesa ratona el cenicero desbordado de colillas; el blíster vacío con todas las burbujas abolladas; una factura blanca y larga, alrededor incontables papeles cortados los más finito posible; un vaso de vidrio pequeño, engrasado y sin líquido, después de olerlo puedo agregar hediondo. Pegado a la mesa pero en el suelo, un pañuelo manchado y con colores apagados. Sobre una de las sillas, abierto, un crucigrama a mediohacer y una lapicera. En el estante la impresora con una luz verde y por encima una hoja en blanco lista para ser usada.

En estos últimos meses, no había pensado nunca en todo lo que me esperaría al retornar a casa. El regreso me aparecía como una entidad abstracta y un objetivo en sí mismo. Encontrarme estable y volver a ser una persona en la que se pueda confiar. Ser yo y que mis decisiones sean conscientes. Cuando todo eso llegó, pude salir de la residencia. Sin embargo, ahora que estoy acá cada elemento revive como una huella de esos últimos minutos. Entonces mi pasado despierta. 

Agarro el crucigrama, leo en el 2 horizontal “Río de Italia”. Con cuatro espacios disponibles, observo lo que dictaminó mi letra temblorosa hace 6 meses, “no-sé”. Mis dedos se contraen, rememoran esa respuesta y la impotencia de no pensar con la lucidez que podría. Tacho lo escrito, en casillas sucesivas escribo ARNO y devuelvo el libro de crucigramas a la silla en donde estaba apoyado. Del cajón que se encuentra debajo de los cubiertos, saco una bolsa grande de residuos y se la pongo adentro al tacho de basura. Camino hacia la mesa, la suciedad que tiene arriba no deja que se vea el diseño de madera. Para poder recuperar mi vida, necesito tener la casa limpia por eso tengo que dejarla usable.

Lo primero que agarro es el blíster que aparece todo magullado, en la parte de atrás se lee Risperdal. Enrique, el amigo de Charly, me había hecho las recetas, no puedo recuperar el momento en el que empecé a consumirlas. Sí me acuerdo lo mucho que me sirvieron y cómo me calmaba cuando las tomaba. Sostengo el plástico con mi mano derecha y con la izquierda agarro la factura abollada de Farmacity. Se me aparece el recuerdo de esa última vez. Un día antes las había comprado, me tenían que durar al menos una semana. Esta vez no pude con mis impulsos. Desaparecieron las diez pastillas en tan poco tiempo. Terminá con esto, me susurraba al oído y su idea me carcomía la cabeza. El blíster se me cae al suelo e intento tirar todo el contenido de la mesa en la bolsa recién colocada, mientras veo el polvo que solo se va a ir si paso un trapo húmedo. La indicación retumba en mi cerebro seis meses después, me estremezco y me pongo a tiritar. Llevo directo el vaso de vidrio a la pileta para lavarlo, pero ya no soy dueño de mi mano. El vaso explota contra el piso. Los restos transparentes se mezclan con otros marrones que llevan seis meses en el suelo y que hasta ahora me habían pasado desapercibidos. Entonces la botella de cerveza rota revive. Él quería que la sangre borboteara de la piel de los dos. Acordamos que los cortes son más puros si los genera el vidrio. Por eso la partí contra el piso. Acariciame con la punta. Mis nervios al límite me llevaron a que los tajos en nuestras palmas no fuesen rectos. Me besó, lo besé, lamí de su sangre, le agarré la pija y se la dejé ensangrentada. ¿Y después? La oscuridad de la mente cuando se apaga.

Ya más calmo, barro todos los vidrios y llego hasta el pañuelo. Lo levanto del suelo, me lo pongo enfrente del espejo como lo solía usar, cubriendo mi garganta. Una parte de mi yo-anterior se despliega cuando me observo. Entre flashes reaparece más de esa última noche. Gritos, euforia, exaltación y palpitaciones.

El pañuelo que sale de mi cuello.

El pañuelo que gira por encima de mi brazo, como lazo de cowboy.

El pañuelo que finalmente atrapa su pescuezo. 

Acariciame con la punta. Yo estoy detrás de él, los dos con los pantalones por las rodillas. Con una mano le agarro la cadera y con la otra lo sostengo del pañuelo. ¡Más fuerte! Acelero. ¡Más fuerte! Ajusto el collar. Ahora sudo, recuerdo también la transpiración de ese momento. Más velocidad y más fuerza. El pedido se vuelve orden. Le hago caso hasta no tener más para dar. La voz es cada vez más potente. Le suelto la cadera  para tomar el pañuelo con las dos manos. Aprieto con lo que me queda. 3, 2, 1. Acabo. Silencio total y vacío.

Alejo mi vista que estaba muerta en el espejo, me saco el pañuelo del cuello y lo dejo también adentro de la basura. En el piso visualizo unas pequeñas manchas rojizas de esa noche. La catástrofe después de la erupción. Mi sangre desparramada también por su cola. Él, desvanecido en el suelo. ¿Está muerto? ¿Qué hago? ¿Qué hice? El silencio es un sonido agudo que penetra en mis oídos y choca con mis pulsaciones. Quería gritar y ahora también. Mientras tanto las sugerencias que volvían. Escapá. Enterralo. Las pastillas. Se produce un salto en mi mente. Sonidos de sirenas, acompañadas por luces verdes que vienen; al mismo tiempo yo estoy inmóvil, ovillado boca abajo contra el piso. 

Me seco el sudor de mi frente y cierro el tacho de basura.

Necesito irme para tomar aire fresco, los recuerdos me agobian. Pretendo salir pero el titilar verde de la impresora me llama. Camino hacia ella y presiono la tecla despacio. No me hace caso, entonces mantengo sostenido el botón durante tres segundos. Se escucha cómo se calibra y la máquina empieza a funcionar. La hoja baja de a poco y el ruido se conjuga con las palabras escritas que aparecen en el papel. Lo tomo y leo en voz alta.

“Ya es hora de que desaparezca, de mi vida. Tengo que tomarme el paquete de pastillas entero”

Mi mente hace un nuevo salto. Tengo los ojos bien abiertos, el corazón parece que me va a explotar. Él ya no está. Me hamaco en el piso hecho bolita agarrándome las piernas, cuando me doy cuenta levanto la vista y veo el blíster vacío. ¿Qué será de mí ahora?



Martín Melman, 2021.





martes, 28 de septiembre de 2021

Ana en Ventana a la escritura

 


Sos tantas que al final sos ninguna 

decís 

sin importar que se abra un cráter

debajo de mis pies

se cuela un río

doradas piedras

agüita del Guadalquivir


¿Diste la vuelta?

¿Te perdiste?


acurrucada detrás del espejo 

te miras

los ojos brillantes 

como pompas 

rutilante cebolla en flor

detenido el tiempo

inscripto en tu cuerpo

un silencio


¿Cuál sos?

¿Te perdiste?


alzás la mirada 

tus largas trenzas anudan cielos

vendrá de ella 

un puñado de gotas translúcidas

atrapadas en tus pestañas

prestas a saltar 

de ese cerco tupido 

centellea la pregunta


¿De dónde viniste?

¿Te perdiste?


si eras vos 

la del jardinero azul

lavando ropa de otras 

en el rio rosa

pintan tus dedos Manuela

una mano languidece

dibuja el aire 

sin red aspira el viento


¿Sos vos?

¿Te perdiste?


si yo también como a ella 

te hacía

en la hornalla suave 

avena con leche

vainilla

traías un rastro de luna

caían siglos en el sueño

al amparo 

de mí.





¿Sos vos?

¿En el naranjo resurgiste?


Ana Marin, 2021.





lunes, 27 de septiembre de 2021

Sol en Ventana a la escritura

 


Verona



1-Manos


No hay manos para llevar el cajón, sólo las del hijo, con sus venas de indigencia, delgadas, transparentes, manos manoplas, matelaseadas con piel.


Las de ella, se asoman entre puntillas de raso blanco, destilando perfume a claveles. Claveles  rojos,  pinchudos, mojados por alguien para que potencien su olor, o su hedor, y se diferencien de  un artificio de plástico, instalación de otra naturaleza muerta.


No hay manos para llevar el cajón, avisó el chofer de la funeraria en mitad del velatorio. 


Sauro está sentado en una silla de fórmica beige, junto al féretro de su madre. Saca un peine pequeño del bolsillo de su camisa blanca, y se alisa el poco pelo que le queda. Igual que una linga de acero, intenta tensarlo para el costado, forzándolo a cruzar el mapamundi de su calvicie. Como si tratara de hacerlo llegar algún lado, lo estira para cubrir lo mejor posible el agujero de su cabeza. A veces en la calle, se le ríen cuando hace esto, se codean entre burlas, lambetada de vaca, ridículo, le dicen. No saben de la desesperación que siente cuando queda a la intemperie.


Aunque hay estufas encendidas, en ese lugar siente frío. La fórmica siempre le hiela la médula, le recuerda los bancos de la escuela en los que quedaba solo y a lo lejos del resto.


Cuando hacía el primario, todas las mesas de su colegio eran de esa madera. Al tocar la campana para salir al recreo, con la excusa de emprolijar cuadernos, se quedaba  petrificado mirando las vetas y las capas que se dibujaban en el laminado del mueble. En general, contaba entre doscientas y trescientas líneas, antes de que sonara de nuevo la campana para el regreso al infierno. 


Para esa época le sobraba pelo, pero algo le decía que de grande iba a boqueteársele la cabeza.


2- Pura sangre


El cuarto está rodeado de vidrio. Es una pecera que deja ver el afuera de un patio interno. ¿Bajó la tensión de la luz?, le preguntó a la chica que venía con la bandeja y la cafetera. Son los vidrios polarizados, le respondió ella mientras acomodaba las tazas sobre una mesa. En ese espacio, queda claro que es de noche todo el tiempo.


La cochería se llama Verona. ¿Cómo es que una funeraria tiene nombre veraniego? Verona es nombre para una heladería, de esas que ponen el cartel con luces de neón blancas en la puerta, con la foto de los tamaños de los cucuruchos y los precios, bien iluminadas para que las imágenes-carnada hagan su efecto y remolquen los sentidos de la gente. 


Verona es  para una heladería como las de su barrio, con las sillas plateadas de aluminio,  sin vetas, sin capas, livianas y fáciles de limpiar si el helado se derrite y el pegoteo azucarado cae sobre ellas. Asientos que se apilan, se trasladan sin esfuerzo para ser colocados  junto a otros en círculos compartibles.


Sauro se ve sentado ahí, inhala un par de bostezos y nota el alivio que engrampa el silencio en la casa de los muertos. 


Un acceso de tos lo obliga a alejarse unos minutos del olor rancio de los claveles. Se pone de pie y camina hacia la mesita en busca de un vaso de agua. El solo gesto de pararse hace de branquia para que el oxígeno entre y le devuelva el aire que había empezado a faltarle. Aprovecha el movimiento, elige una taza y se sirve un café. Confirma que lo que hay en la bandeja sobra en número y forma. 


Apoyado en lo infinito de esa pausa, observa el humo asomándose al borde de la taza y se le humedecen los ojos. Le caen unas cuantas lágrimas y no se las seca. Las deja surcar sus mejillas, rellenar sus arrugas, las deja hacer lo que quieran o lo que puedan.


La azucarera está justo adelante, mirándolo, imagina ¿qué pasaría si me como una, dos, tres cucharadas bien pero bien llenas? ¿qué pasaría si me como un cucurucho gigante bañado en chocolate? El mundo está lleno de azucareras, larga una risa espasmódica parecida a la tos anterior, y siente que las lágrimas se le van secando sin agrietar su  superficie.


Desde que su madre lo supo diabético (como ella), quedó inmerso en la escafandra de una vida edulcorada, sintética. Las piñatas de los cumpleaños se redujeron a papel picado, harina y juguetes minúsculos de cotillón. No hubo bolsitas de golosinas, ni tortas, ni alfajores de maicena con dulce de leche. No existieron momentos acaramelados, ni antes, ni durante, ni después de todo esto. El deleite máximo al que se pudo acceder, fue el de mitigar la amargura con el engaño de alguna sacarina más o menos artificial. La vida sin azúcar, se convirtió en superposición de momentos plásticos, como las capas rojas, pseudo artificiales, de esos claveles color escarlata que pusieron en la sala al lado del cajón.


Sauro siente unas ganas imperiosas de ir a una heladería y sentarse a comer un cucurucho gigante bañado en chocolate. No entiende bien lo que le pasa y con una necesidad como esta, no sabe qué hacer. Estando en el velatorio de su madre, por primera vez siente la sangre corriéndole por su cuerpo, bombeándole las extremidades, inquietándolo, sacudiéndolo.



3- Gloria


Se acerca al cajón, le acomoda las puntillas a la muerta y va en busca del sobre de cuero que dejó apoyado en una repisa en la entrada de la habitación. Revisa entre los documentos y las llaves, saca un cuaderno Gloria de tapa blanda, una birome negra y vuelve a sentarse. Escribe.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. Si a los 55 años no toma esta medicación como le indicaron, podría hacer un coma hiperglucémico. Eso fue lo que le dijo su médica de cabecera hace unas semanas.

850 mg de metformina con almuerzo y cena. El Metforal es bueno, reemplaza a la hormona que no está en funcionamiento en su cuerpo, dosifica su glucosa, disminuye el exceso de azúcar del torrente sanguíneo. Ya es un experto en estos temas.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. Escribe esta frase intentando grabarla en su memoria, entiende que ya nadie más se lo va a recordar al comenzar el día, que va a tener que organizarse solo, porque a partir de ahora él ES solo.


850 mg de metformina  almuerzo y cena. Piensa que tendrá que aprender a cocinarse y que eso también puede ser conflictivo. Entonces aprieta la birome y escribe, como si esa presión lo llenara de fuerza y le diera superpoderes, aprieta la lapicera y sigue escribiendo. Mueve el cuello porque un hormigueo irrumpe en su nuca y se la toma por completo. Es una mezcla de latido y adormecimiento. Intenta resguardarse apoyándose en los renglones del cuaderno, escribe como si las letras fueran absorbiendo a sus hormigas, entintándose con el color de estas.


850 mg de almuerzo y cena con metformina. Le viene a la cabeza su profesora de plástica de cuarto grado, la señorita Sonia, bajita y de pelo blanco. Se acuerda cuando en una de sus clases se olvidó el lápiz de dibujo Staedlter 2B, y tuvo que escribir 1000 veces, no debo olvidarme los útiles en casa.  No debo olvidarme los útiles en casa. Se ve que escribiéndolo, se incorporaba el concepto. No debo olvidarme los útiles con almuerzo y cena,  850 mg de metformina en casa.


El olor a claveles se mezcla con el del encierro, con el de la estufa, con el del féretro, y le taladra la nariz. Se la rasca sin piedad hasta que un hilo de sangre lo frena. Busca detener ese chorro con el almidón estéril del puño de su camisa. Prefiere la sangre al olor. Al hacerlo, con el botón nacarado se raspa la fosa nasal derecha, y mancha su ropa. Pero no se percata del derrame de sangre. El líquido merma pero el olor insiste, reclama, lo embiste de lleno.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. No debo olvidarme los útiles en casa. 850 mg de metformina con almuerzo y cena no debo olvidarme los útiles en casa.


  





4- Scarlett


Después de drenar varias páginas, Sauro tapa la birome y marca la hoja usando como señalador, la publicidad de un pastillero que tenía ahí guardada. 


Haylet. Pastillero organizador semanal. Tiene tapas corredizas de acrílico transparente, con divisores de tomas simples de limpiar y variables en cantidad. Diseñado especialmente para sanatorios, geriátricos y uso personal; es apilable y posee etiquetas al frente y al dorso, a fines de una correcta y clara identificación del usuario. Permitiendo consignar todos los datos que resulten necesarios, es más que funcional para pacientes que deben recibir  medicación en horarios fijos. 


¿A quién se le ocurre ponerle nombre de mujer a un pastillero? 


¿A quién se le ocurre hablar de un pastillero como de un mueble?


Siempre le tuvo terror a los fenómenos naturales que pudieran volarlo. De chico en la biblioteca de su casa circulaba “Lo que el viento se llevó” y él se asustaba tanto ante la idea de una corriente que lo arrastrase y llevara bien lejos, que no podía ni tocar su tapa. Siendo el libro preferido de su madre, no podía ni acercarse. Haylet. Pero cuando ella ponía la película, sólo bastaba con mirar a Vivian Leigh por un rato, para esconderse detrás del aparador y terminar sonriéndole a Scarlett O’Hara. Haylet. Scarlett. Ella fue la única mujer que entró en su casa, la única permitida. Haylet. Scarlett. Con sus labios rojos y ese vestido pintado, lo teletransportaba, lo volaba de este mundo pero sin aterrorizarlo. Scarlett. De grande, siguió haciendo lo mismo, siguió sumergiéndose en esa especie de ceremonia visual, Scarlett, en la que la miraba encandilado por esos ojos y esos labios, Scarlett, igual que mira ahora la azucarera que tiene enfrente en la bandeja de la funeraria.





5- Verona


No hay manos para llevar el cajón. Sauro vuelve a escuchar esta frase.


Sale de la cochería en busca de Verona, en busca de ese helado gigante, pegajoso, azucarado y bañado en toda su superficie con un chocolate adherido a la crema, aferrado como solo algo verdaderamente dulce lo puede hacer. Porque lo edulcorado siempre es resbaladizo, sin cuerpo, sin consistencia, lo edulcorado es solo esencia química de sabor. En cambio él va en busca de un disfrute arenoso para sus dientes, y mientras camina, ya empieza a sentir esa sensación, ese ruido entre las muelas, ese chirrido vital. Y aunque está pálido, registra de nuevo el movimiento de la sangre en sus venas, le parece que comienza a tener calor, que se pone colorado, y eso le da más fuerzas aún. Camina más rápido, y más rápido y busca la heladería con luces blancas de neón, busca las sillas plateadas de aluminio para sentarse afuera y llenarse de sacarosa y darse el gusto y reírse un poco de los nombres y las cosas.


Sauro está sentado tomándose un helado de frutilla y crema del cielo, todo, todísimo, bañado en chocolate real. 


A pesar del viento y la temperatura, ya no siente más frío. 


Muerde y mastica el crujido mismo de las frutillas, siente el adormecimiento de la lengua extasiada por el gusto del chocolate. El calor de las luces blancas de la heladería le ilumina el rostro, lo enciende por completo. Cierra los ojos para recibir mejor ese resplandor acompañando al sabor de la crema del cielo. Flota, liviano, sonriéndole a cada mordida, a cada bocado de helado. 


Fusionándose con los labios afrutillados de Scarlett, Sauro se  endulza lentamente. Saborea el azúcar de ese beso, entre imágenes de cucuruchos y luces de neón.



 

Sol Medina Boiko, 2021.



Aydoğdu


domingo, 26 de septiembre de 2021

Corremos * Eugenia Coiro

 



El olor del verano

rosado ardiente 

insuflando

la panza las piernas 

las mejillas inflamadas


Corremos

tu risa me persigue

por los caminitos de hormigas 

y pasto recién cortado


Al fondo no se puede ir

una palmera

un gato, una habitación cerrada


Pero en el centro del jardín 

está el rosal

y la puerta de rejas

siempre abierta


Tu risa me persigue

desaforada

Tu risa me persigue 

corro corro corro 

me doy vuelta para verte

como una danza desordenada

me agito

corro 

y caigo las ramas al destino

a las espinas

a tu risa que sigue

todavía como un eco

de nuestro juego

secreto 



Eugenia Coiro, 2021.



aydoğdu



sábado, 25 de septiembre de 2021

Patio de guirnaldas * Gabriela Orlandi

 



Patio de guirnaldas
         racimo morado de verrugas que cuelgan por encima de nuestras cabezas

elegante 
comés — mirás
te perdés en fragmentos obsesivos
comés — mirás
suspiras momentos de contradicción
comés — mirás
ingresa en tu boca
 pegajoso
calor de verano
comés — mirás

                 queda sabor
                                       recostada
                              pestañeo sobre tu pecho

                                                                               ya mutilada sin rencor
                                                                       sobre un manjar de uvas moradas
                                                                                         como y te miro
                                                                                  en piel lisa… me despido

quedaste sujetado
a cadenas de verrugas



                           en el patio de guirnaldas.


Gabriela Orlandi, 2021.




viernes, 24 de septiembre de 2021

Maricel en Ventana a la escritura

 


Destrona el poeta

páginas de frías sombras

y grafitea burlón

paredes de hiedras


Su palabra esconde

presagios secretos

en su pluma

recoge suspiros

en las noches

los unta de miel y fresias

y los devuelve  primaverales

en amores anónimos



Maricel Witomski, 2021.



Aydoğdu


miércoles, 22 de septiembre de 2021

Andrea en Ventana a la escritura

 


Sé la que soy

pero soy otra


debo

ser

otra


el uniforme

me transforma

en esa otra

que el mundo

necesita


la que soy sigue

silenciosa

tímida

soñadora

latiendo vida

capullo

asomando 

en la hoja.




Andrea Larrieu, 2021


Anderson


martes, 21 de septiembre de 2021

Gaia en Ventana a la escritura

 


1-Jardín mágico


¡Sal, Ostara, de la guarida de las liebres!

¡Despierta del descanso

vuelve a ser doncella!

Eres Diosa, madre del maíz.

Afroditas, Faunalias, Frisias y Marías:

fuerza femenina.

Está el aire alegre por tus vientos

empujando el fuego que transforma

y entre vinos, té de hierbas y las flores

va naciendo un jardín mágico.

Aire, fuego, tierra y agua

unidos en su mayor potencia

quitan la sed de la tierra

ahogan los miedos humanos

reproducidos como conejos en el invierno.

¡Eres Navia!

Diosa de los bosques y las plantas

te acompañan los conejos con canastas

regalando huevos de colores

invitando al humano a ser prudente

no miedoso

hueles a benjuí, violetas, rosas y jazmines

entre narcisos, lirios y peonias

va naciendo el jardín mágico.




Gaia Orbe, 2021.


 Aydoğdu