|
Vasconcellos
|
Repetirse
hasta el murmullo
Que la abuela se
ha ido, que todas las mañanas sentiré la angustia, pero que con
cada verso la voy borrando, haciendo chiquita para convertirla en una
pena más. Solo eso.
Se escribe en
contra de
De la nostalgia,
de los gritos de mi madre, de los deseos imposibles, de la ruptura
del corazón, de los miedos viejos, fabricados, inventados por la
mente astuta.
La inscripción
“que ella te guíe”
Durante el camino
que viene después de llorarte hasta quedar muda. Hasta salir de mí
misma, hasta estar en el centro anclada en la realidad áspera que
rasguña como un gato en celo.
Lo peor de
todo era
La luz del día,
que me recuerda que todos están inquietos en la casa, que cuenta
historias fuertes, lo peor de todo era ver durante el día las
sombras gélidas que no estaban mientras dormía. Lo peor de todo
eran los diálogos de mis padres quebrados, lo peor de todo era
descubrir que no tienen herramientas para atravesar el dolor y se
cuelgan como arañas a mi red.
La casa es
ancha y honda como
Un mausoleo en
decadencia. Mi pecho en momentos de crisis, ancha como mis caderas
quebradas por las vueltas de la vida. Honda como la noche sin
estrellas, como el luto verde en mis pantalones. La casa es ancha y
honda como la olla de sopa que toma mi madre, la cual no tiene fondo
igual que el río Paraná. Como el barco en el muelle que flota por
inercia.
Miedo a la
rajadura del alma
A que las partes
no se vuelvan a juntar. A que se tiñan de negro y no encontrar color
alguno que lo suplante. Miedo a vivir quebrada, a necesitar de un
bastón emocional para levantarme y acostarme. Miedo a perderme en el
tiempo, a ser un alma en pena, como se dice. Miedo a convertirme en
fantasma, permeable, moldeable. Miedo a estar muerta en vida.
Nos sorprende
encontrar que nada ha cambiado
Que los malos
siguen siendo malos, que no hay lugar para los buenos. Que el sol
salga cada mañana, aunque se haya muerto gente y que el reloj siga
marcando las horas, el mundo siga girando. Que tenga que comer todos
los días, aunque no tenga hambre. Que el dolor sea mala palabra, un
tabú, que mi padre siga enredado en asuntos enfermizos, que mi madre
modifique los relatos a su antojo, manipule así situaciones. Que yo
siga poniendo la otra mejilla, sorprendiéndome que no todos son
aptos para un cambio.
Caminar a
ciegas hacia un fin seguro
El arte es
caminar a ciegas hacia un fin
que contiene placer.
Dar placer y
obtenerlo ambos al mismo tiempo. No hay seguro para los que estamos
en el mundo de las artes por eso se está todo el tiempo caminando
sobre una línea muy finita dependemos de los estados de ánimo, que
son variables como el clima. Siempre falta cinco para el peso. Lo
único seguro es la retribución emocional, la cual es fiable, nutre
el alma y nunca te falla.
Una alegría
seca
Es la que
reconozco en mi madre porque es incapaz de sentir placer o empatía.
Cuando algo sale bien y nadie te reconoce el logro, esa alegría es
seca como un río en invierno: congelado. Los esquizofrénicos tienen
una alegría seca, porque el umbral de emociones está alterado. Cada
vez que escribo algo y se lo leo a la persona equivocada siento una
alegría seca.
Una certeza,
palabra ambigua
Si somos
científicos no existen certezas. El coronavirus vino para borrar esa
palabra. Ya nadie esta seguro y es ahí donde dependemos de nosotros
mismos. Si no hay certeza estamos solos. Y duele saberlo. Lo que hay
son falsas certezas con las que el ser humano vive, las fabrica para
sostenerse de algo o alguien. Estar solos sin certezas da miedo. La
certeza tiene un tiempo de duración, una nace cuando otra muere. Eso
es lo único real.
Lucía Imperatore, 2020.