Vincent Van Gogh. 1885. |
Nunca me
faltes
En torno suyo,
como una reliquia mágica guardada no se sabe dónde, se hace sentir
una sabiduría emanada al aire. Lo carga con tono bonachón, gracia
de animal de campo. Se queda ahí quieto, sin muchas pretensiones,
haciendo lo que sabe: ser parte del momento, acompañar.
Uno lo ve
disfrutar la caricia, el pasaje de mano en mano, la complicidad del
movimiento, llevar el ritmo como en un ritual. Esa calidez única,
casi humilde, de quien lo recibe, lo cubre con las dos manos y
aguarda el tacto, la espuma humeante que augura el sabor amargo en el
paladar. En los días fríos, la conexión es aún mayor. El ansia se
siente, la bendición está implícita, y los sentidos se abren, dan
las gracias. No hay necesidad de hablar.
¡Cuánto
disfrute! Te llega hasta la piel, altivo pero sereno, la sonrisa más
satisfecha que pedante. Se le sale lo gaucho aunque no lo pretenda
mostrar. Sin reproche, sin demandarnos nada, solo gozando de ese
estar que lo convoca.
Tanto solo, o
con demás gente, el muy guacho logra que la atmósfera se vuelva
tierna, tranquila, como su espíritu compañero. Me hace sentir esa
cosita de cuando le doy un sorbo bien temprano, el día todavía sin
empezar. O entrada la tarde, dejando estirar las luces, el descanso
de la merienda, sin ningún apuro.
Nació de la tierra y eso me emociona. Lleva el gusto de su realidad
como un animal asumido, vagando por ahí, paladeando su existencia.
Pura calabaza, calabacín orgulloso, color madera claro, tamaño
justo. Tiene tatuado un árbol negro, las ramas se extienden por las
curvas y hacia arriba, buscando el final, el borde redondo. Parece el
cuerpo de un volcán, tallado en venas oscuras. Los pájaros vienen
de lejos, vaya a saber uno movidos por qué, planean en círculo y
finalmente llegan, obtienen un refugio.
Una cebada y
otra: el parque el fin de semana, estudiar en las mañanas libres,
una ronda con amigos, el hueco en el laburo, llevarlo a la facultad,
a una actividad y a otra, o bien para escribir algo, leer una novela,
invitar a quien sea a juntarse.
Mate, matienzo,
matecito mío, por eso te quiero, por eso.
Axel Levin, 2013.
Producido en los talleres de Siempre de Viaje.
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