Me pedís que te
acompañe, que vaya con vos, que te siga, que te escuche, que te
ponga gotitas en los ojos, Andrew, mi amor, me pedís las pantuflas,
la camiseta, dónde está mi traje de baño, gritás, y yo te hago el
bolso, cada día más lento porque estoy un poco cansada, Andrew, te
di mis mejores años, casi toda mi vida, juntos vivimos tantas cosas,
cuando Josephine quedó embarazada y me obligaste a llevarla al
sanatorio para no sentir la afrenta familiar, después Jos estuvo tan
triste, me esas pastillas, ¿te acordás?, pero vos le metiste los
dedos en la boca y la obligaste a largar todo, menos mal, Andrew, que
siempre fuiste un hombre de reacciones rápidas, y aquella vez cuando
Ralph nos dijo que se iba a vivir a Oslo, porque se había enamorado
de una noruega, y vos nunca le creíste, Andrew, me decías que mejor
que se vaya, que seguro Ralph se iba detrás de un noruego, todos
tenemos nuestros deslices, vos a veces sos un poco severo, Andrew, me
pedís que no levante la voz, que en la casa haya silencio, ni música
nos dejabas escuchar, como para que los chicos no se quisieran ir
rápido, tan pronto se fueron, ahora ya ni hace falta que grites
porque alguien se rió fuerte y te despertó de la siesta, yo
últimamente me canso y camino lo menos posible, me cuesta seguir el
hilo en los libros, así que cada vez leo menos, me siento horas en
el porche a escuchar el sonido del viento, el murmullo de las hojas
al sacudirse, tan vivas, y recuerdo a Josephine, siempre me pregunto
por qué lo intentó de nuevo, esa vez que vos no estabas en casa, y
la encontré yo sola, tirada a los pies de la cama, quise imitarte,
sacudirla, hacer que ella vomitara, pero yo nunca tuve tu rapidez en
las reacciones, ni tu fuerza, Andrew, ni tu fuerza.
Virginia Janza
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje
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