No puedo seguir así, no, no puedo.
Si, voy a hablar con él cuando llegue a casa, si. ¡Y este bebé que
no para de llorar!, ¿qué querés bebé ahora? ¡Dios mío!, que
demandante resultaste, igual a tu padre.- Se repetía Eve mientras
volvía con las bolsas cargadas del almacén.
Eve hace un esfuerzo increíble por
llegar a su casa. Asesina el calor de los Balcanes en esta época del
año, aunque todo sea bruma gris. Ella vive con su marido Milán a la
vuelta del almacén, ahí, en el desértico barrio fabril y moribundo
de Jiuri, famoso por la miseria que las guerras dejaron.
Ese día había peleado con su
marido, y luego se había ido a comprar algo de comer con el
sobretodo jamás usado, heredado de su abuelo muerto como todos en
ese pueblo por la guerra.
No había dinero, pero algo tenían
que comer, no podían seguir manteniendo al bebé con pan y leche
cada dos días. Con su bebe apretado contra su pecho y de camino al
almacén, Eve había sentido un bulto desconocido a un costado de la
pelvis. Metió la mano. Desde bolsillo interno del abrigo abrigo
sintió el frío metal. Temblando, miro a su bebé hambriento. Cerró
los ojos, miró el almacén y se decidió. Sería solo un susto.
Sería solo alimento y nada más.
Pesaban las bolsas. Mientras su bebe
lloraba, ella su cabeza rumiaba continuamente que esto no podía
seguir así, ya hablaría con Milán.
Martín Po
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje
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