martes, 26 de agosto de 2014

Verona y Palermo - Ricardo Czikk

Verona y Palermo
Te di mi amor sin que me lo pidieras
y aún quisiera dártelo de nuevo.
Julieta a Romeo

Una piedrita, despacito, no tan fuerte, a ver si puedo, que pegue en la ventana de su cuarto, que la despierte a ella pero no a los viejos, es ésa, no, ah sí, al primer piso llego. Otra piedrita. ¿Y si tiro más? Total nadie me ve en esta calle. Parece que se prendió una luz…
Ahí está parado, expectante, después de haber pasado con la bici por Palermo, haber recogido las piedritas rojas que rodean al parque, que por Libertador contrastan con el verde de las palmeras, que arman esa coreografía de colores que se ve tan linda de día, pero no de noche, pero no a las dos de la mañana cuando estacionó la bicicleta y las fue levantando, calculando su peso, estimando que no romperían nada, pero que harían su tarea: despertarla y hacer que se asomara al balcón.
La noche se le estaba haciendo insoportablemente larga, extensa, inmensa, inconmensurable. La cara de Leyla, con esos enormes ojos negros que lo miraban y enamoraban, no lo dejaban conciliar el sueño. No era excitación, era más bien un revoltijo en la panza, en un lugar indefinible que se activaba de una manera muy particular, como si la madre le estuviera poniendo aquellos paños con alcohol que apaciguaban los dolores que tan a menudo desolaban su intestino. Un calor que lo inundaba, que lo llevaba de atrás para adelante, desde el amor materno hasta éste que nacía y lo ahogaba, que nunca había vivido. Leyla, Leyla, Leyla, tres veces, treinta y trescientas mil; se la topaba a cada paso. Las caminatas de los últimos días, en la sombra de la arboleda del parque, en la avanzada primavera que comenzaba a ser vencida parcialmente por los primeros calores, pero aún dejaba respirar. El sol que hacía de ella un espejismo en medio de las rosas y los pequeños bustos del Rosedal.
Sentarse al borde del lago y ver cómo se desplazan los botes, reman pero no se mueven, flotan en el aire al ritmo de su corazón; no puede soltar los labios que acaba de besar, que por fin entregaron el preciado botín que ansió por años en el colegio, mientras sus amigos lo molestaban por su mirada embobada.
Algunas piedritas caen de nuevo en la calle, rebotan inútiles contra la reja del balcón. Ateo declarado, Robert reza por acertar en el objetivo y ruega que Leyla se asome, que la lucecita sea el anuncio de su aparición. Quiere ver sus cabellos castaños, las ondas largas e interminables, como aquellas madonas renacentistas, las de su Dueña, aquella por la cual entregaría todo.



[Si algún lector no avisado, quiere acusar a Robert por complicarse la vida a tan altas horas de la madrugada, se le debe hacer notar que esta historia acaece antes de la era de los celulares, en la cual él estaría chateando con ella y sanseacabaría el problema. Pero esto sucede en los tiempos en que los amores se barajaban frente a frente, con una carta enviada por correo, y con los teléfonos (si es que se tenía uno en la casa), y que de hacerlo sonar en un respetable hogar de familia, a aquellas horas, habría sido el final de cualquier intento, porque los padres de Leyla, se debe saber, aunque esté bien preanunciado en el nombre, son de origen oriental y tienen pocas pulgas, en particular al padre, quien hace rato que quiere que Leyla se busque un novio en la comunidad, que sea un chico de tantas familias bien que los rodean en el club, pero ella insiste con ese otro del colegio, que en particular a su papá le cae muy muy mal. Pues bien, como decíamos, que este padre irritable por su sangre tan hirviente, puede constituir un peligro para la parejita en ciernes y la juvenil salud y facha de Robert.]



Se parapeta R. debajo del balcón, le parece que alguna otra luz se prendía en la casa y así llega a crisparse al máximo. Los sonidos de los animales, que llegan por la proximidad del zoológico, lo ponen en alerta. Esas cuadras de la ciudad son salvajes, en particular por las noches, cuando los enjaulados se sueltan, rugen por libertad como si pidieran vivir y morir en su ley, no en la de los hombres. Cuando se mueve, puede verla asomada, mirando a la calle desierta. En un camisón bellísimo, de un color muy claro que la noche le impide definir, ella deja ver desde el balcón, aquella hermosura que muchas veces Rob vio en sus sueños. Se queda demudado, casi en éxtasis.
Se repone y susurra, buscando un tono audible pero que no altere la quietud de la noche
—Leyla, pssst, psssssst.
Leyla logra verlo en la penumbra.
—Hola Robi, ¿qué hacés ahí? ¿Eras vos el que tirabas algo contra mi ventana?
—Sí, era yo…
—Ahhh, estaba asustada… No sabía qué pasaba, pero ahora que te veo, siento que mi corazón late fuerte, aún más sonoro que con el miedo que sentía recién por los ruidos.
—No quise asustarte Ley…
—Robi, verte me enloquece.
—A mí me pasa lo mismo. No podía más, necesitaba ver tu carita. Tenía miedo que algo te estuviera pasando y yo lejos de vos. Tus hermosos ojos en la noche…
—Ay, Ro, vos sabés que mi papá se enfurecería mucho si te viera acá. ¿Estás loco?
—Sí, pero de amor Leyla, loquísimo de amor. ¿Te acordás lo que nos contaron cuando fuimos de visita al zoológico?, ¿eso de los elefantes cuando pierden el sentido?
—Sí, claro, el Am…
—Amok, la enfermedad de amor. Se desbocan, no pueden controlarse y cuando están así entran en estampida... Estoy igual, Leyla. No querría que tu padre intentara algo que pusiera freno a esta relación. Tanto tiempo me gustaste. Por años te quise cerca.
—Robi, me estás asustando. También yo te amo, mucho, mucho, mucho, hasta el cielo. Ni la muerte nos separaría. Amok, Amor, salir a lo loco, ay, escaparnos de cualquier cárcel que nos quieran imponer nuestros padres. No entienden nada de esto que nos pasa, de lo que sentimos.
—Leyla, cuánto te quiero. Amor, sí… ¿Escuchás? Son las alondras que estas noches de primavera anuncian que algo puede pasar.
—Robert, ¿qué decís?
—Sí, te digo que no hay como este soni… Leyla, se prendió la luz del pallier del edificio, acá abajo.
­—Rob, escondete ya, no quiero que te vean los vecinos, ¡por favor!
—No me pienso esconder. Sea quien sea, quiero que sepa de mi amor.
—¡Robert!
—No me moveré de acá.
—¡Robert!
—Leyla, Leyla, esto no terminará bien…



¿Qué es ese ruido? ¿Y ese murmullo en el balcón? Ah no, Leyla otra vez haciéndose la Julieta enamorada con ese Romeíto ahí abajo. Me acuerdo de haber haber estado así de loco por una piba, pero éste pibe no entiende nada. Ya le dije a Leyla que la quería lejos de él, así que le voy a dar flor de susto. Me voy aparecer así como estoy, en este en pijama, con cara de malo y muy enojado; no me importa nada, me cansaron. Encima no tienen horarios. Ya le dije a Ley que esto no es Verona, pero que si insiste será una tragedia sin venenos y esas cosas. La voy a mandar a lo de la tía en Cordoba, sí, así se le pasa esta fiebre de amor... Este ascensor de mierda no viene más. Bajo por la escalera. No tendría que haber prendido la luz del pasillo; seguro que ya se avivó, parece boludo pero no come vidrio. Ahí lo veo en la puerta…



[Éste es el momento en que, si la historia se hubiera desarrollado en Verona o en Grecia, la tragedia habría sacudido la noche, pero en su lugar, el padre de Leyla, se calma, se resigna cuando ve la cara embobada del adolescente, se da cuenta de que mejor no armar un escándalo, aun cuando todavía le hierve la sangre. Toma conciencia de que para evitar esta aventura adolescente de su hija, debe tomar otra postura.]



A ver, entrá, ¿qué hacés ahí? Subí que tenemos que hablar. No te preocupes por no hacer ruido, igual la madre de Leyla duerme como un tronco ¡No sabés cómo duerme! No tenés idea la manera en que ronca! Me parece que tenés que llamar a tu casa. Avisá que no vas a volver ahora, ya es tarde como para que andes dando vueltas. Bueno, entonces quedate a dormir acá en el comedor. ¿está clarito? ¿Le pusiste una cadena a la bici? Te repito, no sea cosa que no me hayas entendido: en el co me dor vas a quedarte. Y Leyla, con vos hablo mañana. Ahora todos a dormir, que no sé ustedes, pero yo me levanto temprano para ir a trabajar.


[Final: Robert y Leyla, tal como astutamente previó el padre, se pelearán por el mero desgaste que impone el tiempo a las relaciones tan jóvenes, tan juveniles.
Leyla más tarde, se casará con un miembro de la comunidad, tendrá cuatro hijos y se pondrá gorda como su madre.
Leyla dormirá tan profundo, que su marido nunca podrá despertarla en medio de la noche.
Jamás.]



Ricardo Czikk, 2014.
Texto elaborado en los talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de Lectura.

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