Como todas las mañanas, sonó el
despertador. María sin abrir los ojos tantéa sobre la cama, debajo de la almohada. Tantéa
distintas geografías a medida que el sonido ingresa más sonoramente en su oído. María expande
su mano escuchando y comienza a despertarse.
Sin abrir los ojos, se mueve
mecánicamente.
Sin mover el cuerpo, casi. El brazo, la
mano tantean como si fueran al encuentro de ese sonido ubicado en algún lugar del espacio
físico.
Así sucede cada mañana. Iniciadas las
rutinas matinales, María comienza a considerar la acción consecuente: la de abrir los ojos.
Una mañana en ese mínimo instante de
búsqueda - encuentro, María abre los ojos sin haber dejado de escuchar el despertador, sin
siquiera desplegar la rutina construída para tal efecto. Abre los ojos, observa, atónita, que su
cama no es su cama, que lo que regularmente constituía la pared de la ventana, lejos estaba de
parecer una pared o una ventana.
Así las cosas, lo que mecánicamente
reconocía en el lento suceder de su mecánica mañana, se convierte en un imprevisto
desconocimiento.
Inexorable, su mente activa, distingue,
degusta, devora también, curiosidad.
María, en una prueba de voluntad y
respuesta, recorre el lugar.
Parpadea: ratifica que abrió los ojos.
Mueve su brazo pero encuentra otra vez sorprendida que el movimiento es un haz multicolor
radiante.
Parpadéa: el haz es el brazo. Eso no
tiene volumen ni densidad, no encuentra el despertador. Cree que eso que ruge, es el despertador.
Parpadea: esta despierta.
Parpadea, sus ojos siguen siendo sus
ojos, siente el corte de la luz cuando baja sus pestañas.
Intenta un bostezo. Elucubra opciones.
Elige.
Se entrega al torrente sensacional de
aquella rara mañana con el ánimo de avanzar en su
descubrimiento.
Marcela F. Manuel
No hay comentarios:
Publicar un comentario