miércoles, 14 de enero de 2015

Descubrimiento de Topolino




Descubrimiento de Topolino


Topolino sabe que Oliverio escribe.
O escribía.
Aprovechando descuidos, llamadas telefónicas o de índole fisiológico fue que confirmó las  sospechas que tenía al respecto. A veces se olvidaba sus cuadernos en cualquier lugar y ¡zas!
Era cierto, nomás.
Escribía.
Comprende por qué su amigo nunca le habló al respecto. Está al tanto de que él (Topolino) es un tipo difícil.
Irónico. Endemoniadamente sarcástico.
Preocupado día tras día por cultivar un humor punzante.


Tiene miedo de que me le ría en la jeta. Lo entiendo. Y me encanta.


Sin embargo, mientras recuerda cómo le gusta ser como es, mira de reojo el espejo que refleja un mueble opaco, donde guarda porquerías sin valor.


Yo no escribo porque no sé.
Aunque quisiera… de hecho… claro que quisiera.
No sé. Eso es todo.


Tratando de pensar como Oliverio (escribe), siento que me sería imposible expresar ciertas ideas, expresarlas mediante símbolos (letras), digo.
Si uno no es capaz de eso, entonces ¿para qué incurrir en tal ejercicio?
Cómo describir utilizando líneas, figuras y otras construcciones, por ejemplo;


la primera imagen que concibió este mismo espejo,
el instante en donde el tallo eclosiona y parte la tierra,
aquel diálogo entre Bolívar y San Martín,
el segundo en donde un rayo de sol inunda mi cama,
una ola cuando nace o el génesis del viento,
las llamas devorando Roma en los ojos de Nerón,
el destino de la botella que una vez tiré al mar,
las visiones de Marco Polo en la cárcel genovesa,
la boca de Jesús en su última espiración.



Bien, creo que es más confortable el rol de crítico, no hay nada que hacer. 



Facundo Bertera, 2014.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.


Ralph Steiner

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