No
sé qué me tenía así ese día. Pero no había caso. No lograba
dormirme. No es que los ruidos me distrajeran, me inquietaban. Es
cierto, con mis trece o catorce años, estaba como responsable de mi
casa. Mis hermanas dormían al lado, en su cuarto con la puerta
abierta.
Había
logrado leer un rato. Pero estaba muy inquieto. Temeroso.
No
sé por qué razón el nerviosismo fue creciendo. Todos los ruidos
más cotidianos se volvían atronadores y amenazantes. Tenía un
lindo puñal que me habían regalado hace un tiempo. Tuve la idea de
tomarlo. Y me lo puse en la mesa de luz. Me dio una cierta
tranquilidad. Por fin, apagué la luz. La volví a prender más de
una vez. Supuse que poniendo el puñal bajo la almohada estaría más
tranquilo. Eso hice.
Fue
peor. Cada ruido se volvió ominoso y terrorífico.
Pensé
que mi salud mental se resentiría si seguía tan preocupado. Saqué
el puñal. Apagué la luz e intenté dormir.
De
pronto desde el cuarto de al lado escuché el grito de mi hermana
mayor, aterrador: NOOOOOOO, NOOOO. Por favor no. Con el corazón en
la boca salté de mi cama, tomé el puñal, le saqué la funda y fui
hacia ella no sabiendo con qué me iba a encontrar.
Ahí
estaba mi hermana gritando desesperada… sola. Dormida.
Eduardo Adrogué, 2015.
Texto producido para el Minuto de Terror.
Terri Ann Foss |
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