La Kiosca Nostra
Don
José es el kiosquero institución de la zona. Tiene un gesto
levemente amargado, que no cambia nunca, ni siquiera con el educado
saludo. El negocio está abierto todos los días, a rajatabla, de
nueve a veintiuna. Contra la vereda, la clásica ventanuca de agujero
redondo y el mostrador escalonado, pero en general todos pasamos al
interior, de baldosas cremita, donde también hay artículos de
librería y fotocopiadora. El local termina con una puerta común,
calculo que de un depósito.
En
esta época hemos observado cambios en Don José. Ha pasado de usar
ropa de trabajo, bien simple, a zapatos, pantalones, y camisas de
estilo italiano, y además, riguroso traje negro los domingos. La
esposa, que antes se dejaba ver a la tardecita, guarda en este tiempo
estricta clausura en el domicilio cercano. Sus proveedores actuales
llegan en horarios tardíos y son de tamaño ropero.
Indefectiblemente, además de cajas de golosinas, traen otros bultos
más grandes. El kiosquero se los hace llevar a la parte de atrás,
con gesto imperioso.

He
visto además que no soy el único que muestra tal actitud, creo que
los vecinos hemos intuido como un gran bien asegurarle la prosperidad
a don José. Eso sí, nos aseguramos de no entrar de a muchos al
local y si somos más de dos, nos organizamos para esperar
consideradamente afuera.
Algún
trasnochado de la cuadra dice que Don José tiene relación directa
con el descenso de la inseguridad en el barrio y el aumento de ésta
en los aledaños. Incomprobable.
Federico
Castro Walker, 2015.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.
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