Despegue
Subió al taxi en la
estación Callao con la maldición de la valija a punto de explotar y
la tristeza materialista de los objetos perdidos en la Plaza Mayor.
Miró el reloj, con la pena del desprendimiento.
Escisión, separación
en pocas horas.
-Al aeropuerto.
¿A cuánto estaba
Barajas desde el centro de Madrid? ¿Veinte minutos? ¿Media hora?
Miró por la ventanilla
mientras el conductor, un asturiano palabrero le comentaba que había
estado en Argentina el año anterior. De lo maravilloso que lo habían
tratado.

Sabina coceándole el
pensamiento como a propósito: Era la hora de
huir y se fue sin decir: 'llámame un día'. Desde el balcón, la vi
perderse, en el trajín de la Gran Vía.
Las horas demolidas con
angustia, los minutos friccionados entre sí hasta pulverizarse.
-¡Qué bonito es
Buenos Aires!
Un conveniente sí
por toda respuesta de amabilidad.
Estaba ofrecida a la
última instancia del rito de dejar. Sonó el teléfono anunciando
el mensaje:
¿Te das cuenta de
que te queda poco aquí?
Leyó las palabras como
si los labios se hicieran voz, como si sus ojos se cruzaran frente a
frente, como si él la abrazara para pedirle que no se vaya.
El conductor maniobró,
subió una rampa y se detuvo. Habían llegado a la terminal 4.
Volvió al reloj. El
tiempo fraccionado se apelmazaba en la esfera con la misma velocidad
que en la casa montañesa de súbitas madrugadas.
Ya no, ya no quedaba.
Miró el cielo español por última vez y huyó por los pasillos del
aeropuerto para mitigar el despegue, para que no duela tanto.
Alicia Alvarez
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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