Doblo una esquina en la ciudad pequeña. Me sorprende una pared de ladrillo visto de metro y pico de altura. Combada, mejor dicho, panzona. Grávida de historias que desconozco. Un milagro que con esa protuberancia siga en pie. Los ladrillos en una gama del rojizo oscuro al negro, distintos del tamaño que se usa en las casas de ahora, más chicos. Húmedos. En los rincones, rastros de varios colores de pintura, que en distintas épocas habrán cubierto a todos. Desde atrás me saluda una enredadera vieja, con hojas verdes, ignorantes de su origen. El muro de la casa contigua, también anciano, comienza con una puerta de madera celeste, tamaño nene, amparada por un dintel rectangular. Espacio obligado de una foto haciéndome el gigante. Al final de la calle de piedra que acompaña las paredes, el río que separa de mi ciudad grande.
Federico Castro Walker
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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