Viene
desde mi panza, desde la parte baja. Sube. Se detiene ahí. Una
piedra viva, una piedra fuego, una piedra que late, irrumpe.
Hirviendo. Me pide ser voz.
¿Qué
voz?
No sale
ninguna voz.
La
piedra viva quema, se mueve, arde, explota dentro de mis vísceras.
Se queda ahí, destrozada, llena de carne muerta, de sangre
coagulada. Olores que se pudren. No los puedo vomitar. Me asfixio,
quiero gritar, sacar mi voz.
Sacarlos
con mi voz.
¿Qué
voz?
Si no
tengo voz.
En
lugar de eso, sonrío.
La
piedra viva, ahora muerta comienza a pudrirse en mí, se transforma
en un ácido que me corroe el cuerpo. Un veneno que atraviesa mis
venas, mi sangre.
Siento
el ácido. Quiero pedir ayuda. No puedo. Transformar eso en voz para
que salga por la garganta.
Si no
tengo voz.
Por
dentro me siento morir, por fuera soy la de siempre.
Cuerpo
que encierra. Veneno que sé-siento, me está matando. Quiero hablar,
pedir ayuda, transformar todo eso en voz pero no puedo.
¿Qué
voz?
No
tengo voz.
Y ahí
me quedo, esperando simplemente que la muerte se manifieste por fin.
En mí, para que esta agonía termine.
Sonrío.
Intacta.
Encerrada
en mi fortaleza de cuerpo de mujer.
Mariana Avendaño, 2016.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de La condesa sangrienta de Pizarnik.
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