Después
que escribí esto, un amigo garrapateó en la página, “Sí”.
Y
dije, pero sólo a mí misma, “Me gustaría que se tratara de un
arrebato diferente, como Molly Bloom con su ´y si dijo Sí yo quiero
Sí´”
No es una tortuga,
escondida en su pequeña concha verde.
No es una piedra
que tú puedes elegir y poner debajo de
tu ala negra.
No es ningún vagón de metro obsoleto.
No es un pedazo de carbón que puedas
encender.
Es un corazón muerto.
Está dentro de mí.
Es un extraño
y sin embargo fue una vez agradable,
como un molusco que se abría y
cerraba.
Lo que me ha costado no lo podéis
imaginar,
loqueros, curas, amantes, niños,
esposos,
amigos y todo.
Bastante caro el mantenerlo en función.
Pero devolvía algo.
¡No lo niegues!
Me gustaría saber si abril lo llamaba
a la vida.
¿Un tulipán? ¿El primer capullo?
Pero esto son sólo cavilaciones de mi
parte,
la compasión que se tiene cuando una
mira un cadáver.
¿Cómo murió?
Lo llamé MAL.
Le dije: tus poemas apestan como
vómito.
La última frase ya no la oí.
Murió en la palabra MAL.
Lo hice con mi lengua.
La lengua, dicen los chinos,
es como un cuchillo afilado:
Mata
sin que corra la sangre.
Anne Sexton, El horrible remar hacia
Dios.
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