Después de tantos viajes, por fin me dejaron volver a este momento. Es mi única oportunidad de hacer algo por la mujer que amo, de salvarla.
“11:23” decían los relojes del aeropuerto, faltaban seis minutos. Empecé a caminar buscando el lugar donde se encontraría ella. Y donde me encontraría yo, de joven, esperando a ver la muerte de la mujer que algún día sería el amor de mi vida. No iba a dejar que eso pase.
Traté de hacer memoria de en qué parte del aeropuerto había ocurrido, y de ubicarme para poder llegar a tiempo. Es horrible recordar la sensación de ver a alguien morir, pero no recordar nada de lo sucedido. Sólo veo su cara, sufriendo, triste.
Por fin encontré la terraza. “11:27” faltaban dos minutos y estaba llena. Corrí hacia la punta, sabía el lugar exacto donde yo iba a estar parado. Y allí de lejos, me reconocí.
Enfrente estaba ella, mirándome. Yo admiraba a los aviones, como si fueran algo mágico. “¡Cuidado!” le grité, todos se voltearon a verme, nadie sabía de qué hablaba, el lugar estaba tranquilo.
“11.29” había llegado la hora, me acerqué a la mujer lo más rápido que pude. Pero en el camino, mientras miraba a las personas a mi alrededor lo vi, uno de los señores del futuro. Me había seguido desde el campamento subterráneo. No había forma de escapar del tiempo, no iba a poder salvarla. O eso pensé.
El señor me miró fijamente y caí al piso, sufriendo. Entonces comprendí, ese momento que había observado de niño, que me había atormentado toda mi vida, no había sido la muerte de la mujer. Vi su cara, la misma imagen que siempre recordé de pequeño. No estaba sufriendo por ella, estaba sufriendo por mí.
Juanpi Ortigosa, 2016.
Sobre el final de “La Jetée”, de Chris Marker
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