No me responde. Debe estar con otro. Su última conexión fue hace siete minutos. Ocho. Sigue sin aparecer. A último momento me avisó, “cariño, ahora me junto con las chicas y seguro vayamos a bailar”. Ni siquiera pudo decirme a qué lugar iba, sólo una simple oración sin ningún sentimiento.
Diez. Me cansé. “Ya fue esto, no podés seguir ignorándome así”. La tuve que mandar a la mierda. “Sos la peor pareja que alguien podría tener, merezco algo mejor que vos”. Doce. Es definitivo, no puedo seguir con esto. Esta pendeja ya me tiene harto.
Quince. Busco el mensaje para reenviárselo a mis amigos, no lo encuentro por ningún lado. ¿Habrá sido mi imaginación? No hay chance. Sé que lo escribió. Dieciséis. “Perdón mi amor, no sé por qué te dije eso, te amo”. Es lo único que se me ocurrió para remontarla, seguro está durmiendo.
Ahí lo encontré. Veinte. Me lo había dicho por Twitter. Veintitrés. Sigo esperando alguna señal. No aparece nada. Ella no siente nada. Yo no debería sentir nada. “¿Estás seguro que desea bloquear a este contacto?”. La verdad que no, pero es lo que tengo que hacer. Veinticinco. “Sí, estoy seguro”. Primera mentira de muchas. Esto recién comienza.
Juanpi Ortigosa, 2016.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes.
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