Entreabro
los ojos. Tres de la mañana. En nuestra habitación la oscuridad es
casi total. Por la ventana, que dejé un poco abierta para que entre
el frescor de la noche, se cuela un rayo lunar brillante. Impactando
justo en la piedra que nos trajimos de Córdoba. Esa en forma de
corazón.
Sé
la hora. El despertador está de mi lado. ¿Te acordás de que te
olvidabas de programarlo? Después de unas cuantas llegadas tarde al
trabajo, lo cambiamos de lugar. Me enojé mucho. Te dije palabras
irrepetibles. ¿Por qué te traté así, si te amaba?
Te
amo
Solía
observarte sin aburrirme. Mi mirada acariciaba tus sueños, mis
pensamientos luchaban contra tus pesadillas.
Nuestro
juego preferido era quién decía el mejor te amo, el más ocurrente.
Cuando
yo te decía “te amo ahora” vos me regalabas un “te amo cuando
camino”. Si a mí se me escapaba un “te amo comiendo naranjas”,
vos me acestabas con “te amo cuando cantás”. Un día te dije “te
amo cuando te odio” y me ganaste con el “te amo porque sí”.
Vuelvo
a pestañear. Tres y catorce de la mañana. No hay cambios en la
oscuridad. Estiro el brazo. Nada.
No
estás.
Tanteo
la almohada insensible a mis lágrimas nocturnas. Sigue esponjosa,
intacta.
No
es un sueño. No.
Te
fuiste en ese viaje inesperado “son solo dos días”. Besos hubo.
Besos
de despedida.
Hoy
te amo en silencio
Te
amo sola.
Alejandra Ligia Malvotti, 2016.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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