Miro
hacia arriba buscando cielo.
Hay
ramas.
Brazos
de gigantes entrelazados
formando
una enramada espesa.
Luna
y estrellas no existen en la noche del bosque.
*
Yo
salgo de mi cuerpo para verme.
Trepo
hasta las ramas más altas
de
los árboles más viejos,
casi
flotando,
como
una sombra,
aunque
no soy una sombra,
soy
yo fuera de mi cuerpo,
saliendo
de mi cuerpo para verme,
ahí
abajo,
en
el medio del círculo perfecto de abedules,
acurrucado
como un niño atravesando una noche larga.
*
El
viento acerca el trinar de algunos pájaros.
Son
silbidos ahogados
que
escucho desde arriba.
También,
intuyo, desde abajo,
entre
el musgo y los hongos,
mirando
el techo sin cielo,
la
espesura de mil hojas superpuestas.
No
sé si trinan los pájaros,
o
si el viento...
*
A
la noche, no hay otros en el bosque.
A
la noche, el bosque es un cuerpo que respira.
*
Escucho
gritos.
Vienen
desde abajo.
Desesperan.
Reconozco
mi voz pidiendo ayuda,
el
crepitar de mis pies entre el follaje.
Mis
ojos me interpelan:
¿Por
qué no lo ayudo?
*
El
viento juega entre las copas de los árboles,
me
recuerda que estoy vivo.
Sonrío.
Soy
un rey insensible
mirando
desde arriba.
Lo
compadezco.
Él
piensa que está vivo.
Allá
arriba.
Entre
las ramas más altas
de
los árboles más viejos.
El
aire no lo roza,
lo
atraviesa,
como
a las sombras,
aunque
no sea una sombra…
*
Sin
dejar nunca la sonrisa,
va
a caer desde lo alto.
Entre
las nieblas de la noche del bosque
envuelto
en su fragancia narcótica,
va
a caer como un muerto.
*
Su
cuerpo va a fundirse con el mío.
Un
cuerpo muerto.
Un
cuerpo enfermo.
Fundidos.
Juntos.
Buscando,
en
el medio del círculo perfecto de abedules,
sobre
el suelo crujiente,
bajo
la enramada espesa,
un
poco de cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario