Rosa-ceniza, luz envejecida mallada en palabras. Imagen digna de una película de los cincuenta.
Vestido rosa-ceniza, pendiendo del armario antiguo que inútilmente mis manos quisieron abrir. Soñaba entre mis aredes, los ojos entreabiertos, perdidos en un punto marino inasequible. La imaginación tomaba formas, perfumes, texturas. Olía el bosque, la humedad salitrosa de la arena, el precipitado perfume de lavandas. Toda magnificencia sensorial que penetraba, se metía en mis venas, me rasgaba la piel. Elevaba mi cuerpo y desde lo alto, me arrojaba.
En medio de la escena, tus ojos tristeza a la deriva. Maderos azules al capricho de las olas.
Te veía por la ventana en medio de la noche, desde mi extensa perspectiva, tan poderosa que cruzaba el océano, la línea imaginaria paralela.
Llegaba a verte.
Azuzabas al viento con tu espada solitaria. Desgranabas penas sobre el papel en una mesa de bar, cargado de agonía.
Lloré, lloré, lloré. Por vos, por mí. Crucé arrebatada porque no había distancia que pesara más . Me atreví.
Jamás dejé de ser una eterna forastera.
Vestido rosa-ceniza colgado en el fondo del armario. Desnuda, desnuda ante vos. Cuánto intento fallido e cubrir mi cuerpo magro de amores.
Yo sé que daba pena.
Los años desangraron lo incurable.
Las heridas se enlazaron al olvido, los pies clavados en las púas de la ruina.
Cuánto te amé. Lo sabe mi memoria, lo sabrás vos. Me moría, me resucitaba por efímeros momentos, como luciérnagas.
Enredé mis madrugadas, los insomnios en los áridos caminos del pensamiento. Amanecía sin resolución.
Acá estoy, entre las cuatro paredes, ardiendo en una pira de inacción, repetida, nula.
Me miro las manos vacías, los dedos deshojados. Es mi manera de doler esta tristeza que me enluta. De cerca y de lejos.
Miro el vestido rosa-ceniza a través de la madera en esta carta confesión de mi delirio.
Soñé velos ingrávidos en el particular acto de amor. Me vi ocupando el espacio concreto de una escena otoñal. Argamasa de huesos y músculos con identidad forrada de rosa-ceniza.
Aluciné tu figura al final del camino, tu mano fuerte que se ofrecía a mi mano.
Lo confieso avergonzada. Me tomé el atrevimiento de soñarlo y ahora, la decencia de revelarlo en las palabras.
La explosión de un rayo
despertar de golpe
Demolida
Alicia Beatriz Alvarez, 2017.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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