Su aroma alma tenía un color rubí mágico. Cruzaba por la hiedra trepadora enroscándose entre violetas y azafranes, solo para mostrarme su belleza.
De repente reía con una mueca amarilla parecida a un papel crepe. Él danzaba entre ruiseñores que visitaban mi almíbar espeso y yo llorando diamelas celestes.
Todo era abrillantado en aquellos días de azucenas y reinas de la noche. Su tronco espinado, sus hojas verdes, caían sobre la tierra sembrada. Las hormigas surcaban un caminito esperanza, mientras que mi corazón alcaucil latía aterciopelado y gris.
Pregunte si tanta danza era necesaria para el vuelo, su canto se escuchaba como un pájaro carpintero y taladraba la memoria.
Hizo un agujero en mí
Luego crecieron dientes de león.
Gabriela Aristegui, 2017.
Desde los Talleres de Siempre de Viaje.
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