domingo, 27 de agosto de 2017

Los Sambori * Juanpi Ortigosa


Mary Shannon Johnson

Todas las mañanas a las 7:35 mis vecinos, los Sambori, salen a dar una caminata. Van hacia la derecha de su casa, pasando por mi puerta. La señora Sambori siempre saluda, si está en el patio, a mi perra Luna. A veces le da una galletita, otras un hueso para que muerda o la acaricia.
Luego su marido la agarra, como tirando de una correa, y siguen. Tranquilos, de la mano, hasta llegar al manzano de los Rodríguez, que viven en la esquina. La señora Sambori le da dos vueltas y media, iniciando por la izquierda. Se sienta en el banco, hipnotizada por los autos al pasar, mientras el señor Sambori la mira.
Una noche los Sambori nos invitaron a cenar. Iban a hacer pollo al horno con papas noisette. Por lo que no dudamos, mi esposo y yo, en unirnos a ellos. Nunca habíamos entrado a su hogar, nos pareció la oportunidad perfecta.
Llegamos, la casa era muy parecida a la nuestra. Un sillón en el medio del living, una televisión bastante grande y de pantalla plana en frente, con la puerta de vidrio que daba al patio atrás. Al medio, una mesa. A la derecha, otro sillón, a la izquierda, la cocina. Esa habitación era idéntica a la nuestra. La heladera de frente a la puerta, junto a ella una mesada, luego una canilla, un mueble para guardar los platos debajo y, junto a la ventana, un horno blanco, el mismo que había en nuestra casa. No conocí el segundo piso de su hogar, pero podía imaginármelo.
Lo que más me sorprendió fue el sillón para perro en la esquina del living. Los Sambori nunca habían tenido un animal, al menos en los cinco años que llevábamos siendo vecinos. Sabía que a la señora Sambori le gustaban por cómo acariciaba a Luna todas las mañana, pero a su esposo no le agradaban. Opté por no preguntar, la respuesta podía asustarme más que la incertidumbre.
Su sillón era mucho más cómodo que el nuestro, parece que debía copiarles algo a ellos. Para mi sorpresa, había tres platos en la mesa. “Mi esposa tiene que comer una comida balanceada especial” me dijo el señor Sambori apenas notó mi intriga. No le di importancia y cenamos un pollo muy rico en el living de su casa.
Nos despedimos, el señor Sambori nos acompañó a la puerta. Antes de salir vino su esposa con un hueso de juguete, para Luna. Le agradecimos y nos fuimos a dormir. Esa noche sólo podía pensar en el sillón de su living. ¿Qué lo usaba?

Salí al patio para treparme por la medianera, haciendo el menor ruido posible. Abrí la puerta trasera de su casa y me adentré al living. Algo estaba durmiendo en el sillón para perro, algo grande. Por su tamaño debía ser un labrador o un ovejero alemán. ¿Dónde lo habían escondido todo este tiempo? Caminé lentamente para no despertarlo. Prendí la luz. La señora Sambori me miró perpleja, sólo se llevó un dedo a los labios, pidiéndome que no diga nada. Apagué la luz y volví a mi casa.


Juanpi Ortigosa, 2017.

Desde los talleres de Siempre de Viaje.

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