jueves, 10 de agosto de 2017

Nadie me escucha *Juanpi Ortigosa


Era el primer día del otoño y Eva juntaba flores para su hogar, mientras Adán cazaba su cena. Cansada de tener que estar haciendo algo tan aburrido, preguntó si se podría cambiar de roles por un rato. Desde hacía tiempo quería cazar, se consideraba bastante buena con el arco. Adán rechazó la oferta, y se rió de lo ridícula que era.
Nunca antes había estado tan enojada, se le pasaba la vida con labores insignificantes. Hoy la casa, ayer cuidar de los animales, el día anterior ni siquiera la habían dejado hacer algo porque estaba lloviendo. No querían que se lastimara. 
Tiró las decoraciones al piso y corrió hacia su lugar favorito, el manzano más grande del mundo. Era precioso. Al tronco, de un marrón muy oscuro, le caía sabia por los bordes. En la cima, rodeadas por hojas de brillo incandescente, se encontraban sus frutos. Esas manzanas de un rojo sangre, totalmente puro, totalmente prohibido.
Su creador les había dicho que no podían comer nada que creciera en ese árbol. Eva, amante de la fruta, estaba decepcionada. Siempre había querido probarlas, se veían deliciosas, pero no se animaba a desatar la furia de Dios.
―¿Por qué nadie me deja hacer lo que quiero? ―gritó llorando ―Adán me trata como su ayudante, su sirviente, y Dios no hace nada al respecto. Lo deja vivir y que haga conmigo lo que quiera. Era obvio que esto iba a pasar, si él es su primogénito. Igual no sé con quién me quejo, si nadie me escucha.
―Yo te ezcucho jovencita ―dijo susurrando una voz áspera y sombría ―dejame ayudarte.
―¿Quién habló...? Ya estoy imaginando cosas.
―No eztaz imaginando nada mi hermoza Eva, vine aquí para zacarte de tus problemaz.
―No puede ser, nadie puede hablar, excepto Adán y yo.
―Otra mentira máz de eze tal “Dios”, tenéz que demoztrarlez que no pueden hacer lo que quieran contigo.
―¿Cómo? Son mi familia.
―La familia nunca te trataría azí ―y, deslizándose por detrás de ella, la serpiente le mordió el brazo ―comé una manzana, como siempre dezeazte.
Eva se encontraba débil, vulnerable. Y bajo el encanto del reptil ya no era la ayudante de Adán, ya no era el objeto de burla de su supuesta familia, era Eva, nada más, ni nada menos. Por fin había dejado de ser un espacio en blanco.
Sin dudarlo se estiró y tomó una manzana, la más grande y jugosa. La acercó a su boca y de un mordisco la incorporó en su interior. Un sabor único, no se comparaba con ninguna otra fruta del mundo. Cuando tragó, el animal la soltó y se fue arrastrando hasta desaparecer entre las plantas. Entonces Eva se dio cuenta, la serpiente la había hipnotizado.
Repentinamente, el suelo se movía con tanta fuerza que los árboles iban a caerse. Los animales corrían hacia cualquier lado, los pájaros volaban aterrados. La joven no sabía qué hacer, hasta que Adán apareció al lado suyo.
―¿Qué está pasando?
―No sé ―le mintió ella, aterrada― tenemos que irnos de acá.
El hombre la tomó de la mano y corrieron hasta la montaña más cercana. La tierra no dejaba de temblar, parecía tan asustada como ellos. Entraron y se escondieron, esperando no salir lastimados. Se pusieron a rezar, buscando que Dios les diera algunas respuestas. Sería la última vez que escucharían su voz.
―Me han fallado. 
Ni Adán ni Eva entendieron lo que había querido decir. Todo volvió la normalidad, o eso parecía. Decidieron esperar unos minutos antes de salir. Comenzaron a avanzar, solamente veían oscuridad adelante. Primero creyeron que era de noche, pero a medida que se acercaban a la salida, podían ver lo que en realidad había sucedido.
Los árboles y el pasto ya no eran verdes, sino amarillos. Los animales que antes los ayudaban ahora los miraban con desprecio, como a una presa. Corrieron hacia su hogar para buscar refugio. Al llegar, se encontraba destruido. No tenían dónde vivir o qué comer, y el frío empezaba a lastimarlos. Se sentían moscas azotadas por el viento. 
Se miraron a los ojos, Adán entendió todo. Ahora estaban ellos dos, no había tiempo para peleas. El mundo se había convertido en un lugar de tinieblas.





Juanpi Ortigosa, 2017.

Lucas Cranach de Oude




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