viernes, 22 de septiembre de 2017

Vecinas * Mari Cambareri


Mientras barre la vereda que está otra vez llena de hojas de tilo, doña Gertrudis Bertolotti le cuenta a su vecina doña Coca Palombo los profundos motivos que la llevan a no tener más canes en su hogar.
Yo de perros no quiero saber más nada, doña Coca. Con decirle que de vez en cuando al Roque se le daba por olerle por ahí a la Pelusa. Y empezaba por ahí pero terminaba más acá, moviéndose como electrocutado le digo.
¡Qué barbaridad, doña Gertrudis! Habrase visto.
¿Sabe las veces que le tiré un balde de agua encima a ese bicho? Y lo que era aguantarlo después, ni le digo.
Digamé, digamé. Aunque preferiría no escuchar. Le confieso que me impresiona tanto.
Impresión, lo que se dice impresión, era el Roque agarrado a las piernas de cada uno que entraba. Ni una garrapata se aferra tanto.
¡Cómo la hacen quedar a una!
¡Ah! pero mi marido enseguida le daba con la cuarenta y cinco y no jodía más por un rato, le aseguro.
¿Tenía un arma el finado Pepe?
No, que va a tener. Le daba con la chinela, le daba. Cuarenta y cinco calzaba el Pepe, así que imagínese al Roque, la cola entre las patas y al rincón.
Mano dura como siempre digo, mano dura.
Aunque le confieso doña Coca, que la Pelusa no era ninguna santa. Al rato ya andaba moviendo la cola cerca del Roque para excitarlo nada más. Una perra muy licenciosa, demasiado le diría.
El problema de este siglo doña Gertrudis, la licencitú, la licencitú.
Por eso le digo, con las obscenidades que he tenido que ver, yo de perros no quiero saber más nada, doña Coca.
Y lo bien que hace m´hijita, lo bien que hace.


Mari Cambareri, 2017.
Desde los talleres de Siempre de Viaje.



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