¡Qué te refolca! Te dije que no me gusta cuando te ponés piribí piribí, que puedo bancarte muchas cosas pero piribí piribí, no. Cuando nos conocimos lo que me gustó de vos es que eras más colecó que nadie. Pero claro, eso no podía durar. Lo colecó que había en vos se fue transformando poco a poco en piribí piribí y fuiste perdiendo la magia, te juro. Intenté por todos los medios recuperarla. Traté de ser un poco más frolenga, más requebús, pero nada. Por más que me esforzaba en negarlo, ignorando tus ataques de mofías y tus nemachaques constantes, habías cambiado. No sé si fue porque dejaste de lado la pómica o porque te aislaste de los tracos, pero lo cierto es que te fuiste quedando cada día más solo, y no te importó. Te digo más, fue justamente ahí cuando te empezaste a poner piribí piribí. Como si quisieras desafiar al mundo con tu piribibería, como si todos los demás fuéramos hichecos o marracos con los que no valía la pena contar. Te vi alejarte de a poco, encerrarte en tu mundo de otepicios y quedarte ahí por horas. A veces, días. ¿No te dabas cuenta que yo te miraba desde mi litón esperando una mancheca, un peraso? ¿Realmente no te dabas cuenta? ¡Qué te refolca! ¡Y dos veces qué te refolca! Si al final no sos más que un piribí piribí. Un pobre piribí piribí que da pena. Pero lo que es yo, yo no te arremolgo más, eso es seguro. Y te juro que si algún día me llego a poner como vos, si llego a ser un poquito piribí piribí, ahí nomás me manfleco la posta y me doy tantas traflecas como me sea posible. Porque si algo tengo claro es que puedo ser cualquier cosa pero piribí piribí, jamás.
Mariana
Cambareri, 2017.
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