Hay un deseo que se muestra a contraluz. Entre cortinas de hilo y truenos que paralizan. Se ve con el rabillo del ojo en un microsegundo de resplandor. Lo escucho saltando entre las crujientes ramas del pinar. Riendo como borracho tranquilo. Deseo el deseo. Que me invite a perseguirlo como se corre a las gallinas. Debo levantar un culo chato de almohadas para alcanzarlo y tenerlo. Hasta que se vuelva a escapar haciendo piruetas en el aire.
Se apodera de los sentidos. Lo veo en atardeceres amarillos de tormenta, en árboles torcidos por las ráfagas del sur. Cruza el cielo disfrazado de estrella fugaz y desaparece dejando su efímera estela de humo. Se cuela en las caras de sorpresa de los niños, en las sonrisas sin dientes de los ancianos. Me gusta cuando me marea y deja atrás las vanas complicaciones de la vida autómata. El deseo a veces me invade desprevenido, juega. Roza mis brazos con su piel suave para excitarme, me observa. En tantos años me ha tomado el tiempo y se divierte conmigo. Calma su sed con mis tibias gotas de sudor.
El deseo también desea. Él anhela juntarse con todos los otros deseos, los de los demás. Correr juntos hasta donde la estupidez no llega, con nosotros al lado, dándoles bola por fin. La trama. La gran trama. Me lo dijo en forma de pensamiento: todos somos.
Beto Chiariotti, 2018.
Georges Seurat |
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